El Seattle Times ha publicado una fotografía que no estaba destinada a la prensa. Tomada por la señora Tami Silicio (que trabajaba en el aeropuerto de Kuwait para la Maytag Aircraft, una compañía bajo contrato con el Ejército USA), la envió a unos amigos en Seattle, su ciudad. Estos amigos la mostraron a un periodista del Times. Y -tras hablar con la señora Silicio, que la cedió sin contrapartida económica- decidieron publicarla. La Maytag Aircraft despidió de modo fulminante a la señora Silicio.
La señora Silicio parece que actuó profesionalmente mal si en su contrato de trabajo figuraba una cláusula de confidencialidad o algo semejante. Y los profesionales del Times, en principio, parece que han violado una no tan reciente ni tan conocida o tan aceptada disposición que prohíbe o censura lo que han hecho. En fin, que -aunque el Pentágono parece dispuesto a revisar sus criterios al respecto- de todos modos no es de recibo esgrimir, como se ha hecho en este caso, el respeto a la intimidad de los difuntos y sus familias, para evitar la publicación de unas fotos que se consideran políticamente incómodas. ¿También se trata de la intimidad si, como sucede, los ataúdes son anónimos?
En cualquier caso, este asunto de legalismos no da pleno sentido a la cuestión levantada con la publicación de esta fotografía. Está en juego, me parece, algo mucho más serio. Se trata de la piedad con los difuntos, entendida directamente como virtud pública en una sociedad civilizada. Y no como la enésima maniobra de comunicación interesada en una sociedad de mercado. Así me parece que lo han entendido muchísimas personas que discuten el asunto, desde uno u otro aspecto, en estos días. Enterrar a los muertos no deja de ser una obra de misericordia cristiana.
Desde el señor presidente Bush, o sus ayudantes, que hablan de esas fotos como "reminder of the sacrifice", pero defienden la prohibición de publicarlas, hasta los lectores del Washington Post, pasando por los profesionales del Seatle Times, o el "Reader Advocate" del Salt Lake Tribune, por poner un ejemplo, parece que mucha gente encuentra que -junto a los aspectos legales- quizá los llamados "efectos emocionales en la ciudadanía" ni son tan dignos de desconfianza ni tan molestos. No son tan bajos o rastreros como para considerarlos a priori contraproducentes para el bien común. Porque quizá este bien común no coincide con los intereses que pueden apreciarse desde un punto de vista político-electoral o político-militar. Si han muerto en el ámbito público de una guerra, nacional e internacional, no basta con las imágenes locales de los entierros y funerales privados de cada uno de ellos.
Se diría que esa foto ha despertado cierta perspectiva político-ciudadana, quizá algo aletargada en su modo de aparecer en el ámbito público. Se diría que la ciudadanía de hoy -han pasado ya los tiempos de la guerra de Vietnam- además de saber que hay muertos, que lo sabe, quiere "sentirlos": quiere sentir que se les trata con dignidad. No sólo son ataúdes que traen soldados muertos: son ataúdes que traen ciudadanos difuntos, personas difuntas, semejantes difuntos. Y para mostrarlo y recordarlo están esas fotos. Bienvenidas sean, parece que se dice hoy, aún con la boca pequeña.
Bienvenida, precisamente esa foto traída por la señora Silicio. Semejante a muchas de las publicadas en la red por el "First Amendment activist" Russ Kick. No han sido tomadas por profesionales, por periodistas o por agentes de relaciones públicas para hacer ver esto o lo otro. Han sido tomadas por soldados o funcionarios, sobre todo en la Dover Air Force Base, donde llegan los difuntos. Han sido tomadas por alguna persona -en este caso, pienso sólo en la señora Silicio- probablemente conmovida ante el exquisito ciudado -la piedad, el respeto, y la devoción- con que los féretros que llevaban aquellos restos humanos eran recubiertos con una bandera y alineados dentro de un avión de carga.
Después de ver en las pantallas de televisión y en las páginas de periódicos o de sitios web, imágenes de cadáveres humanos, que hieren la sensibilidad, tratados peor que si fueran simples restos de animales, en tantos lugares del planeta donde coinciden guerras y periodistas ávidos de exclusivas. Después de tener las retinas y la imaginación saturadas de ese infame tipo de ignominia, es un alivio poder ver -sin que nadie se haya empeñado en conseguirlas para hacérnoslas ver- estas muestras anónimas de humanidad, esta imagen de detalles escondidos, no hecha teatralmente para ser tomada por el objetivo de ninguna cámara y luego públicamente exhibida. Esos detalles escondidos, esa imagen que los han robado y conservado, son muestra de un alto grado de humanidad.
Quiero pensar que lo que sintió la señora Silicio fue, junto a la piedad por los difuntos, simplemente, el orgullo y el consuelo de ver personas comportándose de acuerdo con su dignidad de personas. No profesionales de esto o de aquello. Simplemente personas que -porque sí: no hay razón más profunda- cuidan los restos de otras personas difuntas, antes de entregarlas a sus seres queridos y enterrarlas. Quizá por eso no consideró su contrato al hacer la foto y enviársela a sus amigos de Seattle.
Dicen que los estudiosos de la aparición del ser humano sobre la faz de la tierra tienen como criterio para identificar restos humanos el encontrar restos de enterramientos. Restos, huellas materiales de piedad y de esperanza trascendente: restos humanos. Algo bien distinto de aquel "western" en que un personaje, interpretado por Clint Eastwood, decía a su joven acompañante, que pretendía enterrar a un colega difunto: "déjalo, que además de los gusanos, también los buitres tienen derecho a alimentarse". Es quizá una de las pocas películas que no he terminado de ver. Ante aquella brutal y cínica impiedad, que por otra parte parecía ser sólo un signo de la profesionalidad de un pistolero, me levanté y me fui. Quizá soy humano, demasiado humano: es decir, algo exagerado para el gusto de algunos.
Quizá la señora Tami Silicio es también humana, demasiado humana. Bienvenida al club, señora. (Aunque en el club se pueda discutir si -en su caso- el fin cívico del impulso fotográfico justificaba la transgresión de un probable compromiso profesional).
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