El artículo que Rafael Argullol publica hoy en El País (sólo para suscriptores || ver -requiere registro- Periodistadigital.com) ofrece un pensamiento fuerte muy sugerente y adecuado para repensar nuestra actualidad. No sólo por lo que en concreto refiere (un ejemplo relativo a los automóviles y la conducción en las carreteras y otro a un medicamento y una empresa farmacéutica), sino por el modo neto de hacerlo, explicitando y confirmando con sus palabras, la sospecha más o menos consciente de que "algo nuevo" -sin otro modo más preciso de mencionarlo- parece extenderse en nuestras democracias avanzadas.
El artículo pone de manifiesto una parte visible -que incluso alguien puede calificar de anecdótica- de un gigantesco iceberg, que más o menos navega y se viene intuyendo a lo largo de los últimos tiempos, genéricamente "post 11/9". La sustancia de este "algo nuevo" que -como el iceberg- oculta más del 90% de su volumen, tiene que ver, según Argullol, con la presencia social, casi ominosa, de una creciente capacidad de silenciar a la gente. Y con una igual capacidad de dejar a la gente en la ignorancia. Capacidad que en último término lleva a la confusión de las personas acerca de "su" realidad personal y acerca de "la" realidad en que viven.
Argullol plantea así la cuestión: "La duda es la siguiente: ¿guardamos silencio porque no sabemos o somos silenciados para que no sepamos? Somos libres para hablar, es cierto, pero ¿estamos en condiciones de hacerlo?".
Cuando presenciamos alrededor nuestro diversos tipos de hechos (molestos, cuando no dañinos para la vida y la dignidad de las personas, y que están ahí con aparente impunidad legal, política o moral), pensamos que deberíamos actuar. O pensamos quizá que otros podrían hacerlo si denunciáramos esos hechos, poniendo de manifiesto su presencia ante los demás, ante otros quizá mejor capacitados o con mayor potestad para actuar. Pero, dice Argullol: "desde la ingenuidad quizá nos parezca natural denunciarlo pero, si lo meditamos bien, renunciamos a tal denuncia y callamos porque, según nos dicen los expertos, desconocemos los reales mecanismos de "lo que es". No es tan sencillo, no es tan sencillo: cállate."
Y resulta patente que esta situación ("alguien debería hacer algo"; "que alguien haga algo"; pero "no yo, yo no porque no sé, no es lo mío", etc.) no sólo sucede con los asuntos problemáticos referidos a la circulación viaria o a los fármacos, que son los asuntos que el mismo Rafael Argullol plantea de modo ejemplar explícito. Hay muchos otros asuntos, muchos de ellos de índole moral y política, relativos a la diginidad humana en tantos casos, como son algunos de los mencionados aquí mismo en tres anteriores e inmediatos posts (por ejemplo, Is stirring controversy a fraud against shareholders?, o bien Credibilidad periodística: mentiras, grandes mentiras y estadísticas, y también "Violencia de género": cuando no es lo mismo hablar de "las mujeres" o de "la mujer", así como el artículo de M. Casado aportado en un sugerente comentario a éste último). O como son los bien presentados, discutidos y argumentados en otros blogs, como sucede con Internetpolítica.com.
El "poder silenciador" que Argullol encuentra como "quinto poder", más allá de los medios de comunicación vistos como ya tradicional cuarto poder, tiene desde luego raíces que lo asocian con el "gran bazar o mercado" en el que todo se vende y todo se compra, y que indudablemente implica los tres poderes clásicos junto a la prensa.
No sé con precisión, ni falta que hace en estos momentos, qué le queda a Rafael Argullol por decir acerca de los perfiles más definidos de este "quinto poder" que menciona. Pero estoy plenamente de acuerdo que ese poder constituye "la atmósfera espiritual" que acompaña al "mercado". Y se trata de "una atmósfera en la que, mediante la mentira y la propaganda, ninguna palabra mantiene su significado original." Personalmente, entiendo que esta atmósfera espiritual tiene que ver con una especie de pretensión universal de "intrascendencia": todo es más o menos intrascendente, más allá del egoísmo personal o institucional del momento. La palabra "trascendencia" queda -como mucho- para calificar una maniobra política o económica, o un gol en un partido de fúltbol.
Quizá no ande lejos de este estado de cosas (se puede ver, sin ir más lejos, en tantos asuntos políticos y morales graves, tratados con más astucia que prudencia en los medios de comunicación; se puede ver en el pasotismo inducido que silencia incluso el debate acerca de la identidad europea, por ejemplo), la tenebrosa "atmósfera espiritual" que actualiza y acompaña en nuestros dias la vieja figura de Gorgias el sofista. Con el agravante de que Gorgias aún podía razonar que -dado que nada existe, y si existiera no podría ser conocido, y de ser conocido no podríamos decir nada sobre ello- lo único que realmente cuenta es el lenguaje como arma para lograr que los demás hagan lo que nosotros queremos que hagan, porque nos beneficia.
Un lenguaje que toma el cariz de los conjuros mágicos, puesto que su eficacia para forzar el rumbo de las cosas no está relacionada con su inteligibilidad para los destinatarios. Cuando el mago dice "abracadabra, que esta piedra de convierta en una cabra", lo relevante es sólo "abracadabra", conjuro que recae sobre una piedra, que -como el resto de la naturaleza cósmica- evidentemente no entiende el lenguaje humano. El resto de la expresión del mago clásico ("que esta piedra...") sí que se entiende, porque sirve precisamente para convencer a la audiencia de su poder. Si el "abracadabra" no funciona, como a veces le sucede al mago, inmediatamente arguye que es porque sobre esa piedra gravita un conjuro más fuerte que el suyo, y que casualmente está en poder del mago de la tribu vecina. Con la que habrá que entrar entonces en guerra, para lograrlo, y así disponer de mayor y mejor poder mágico de acción sobre la naturaleza.
Lo malo viene cuando esta misma mentalidad de acción mágica sobre las piedras o la lluvia, sobre los árboles y los animales, se instaura como mentalidad para dominar a los semejantes. No es necesario entonces que las palabras tengan sentido para los que escuchan. Las palabras no están por algo de la realidad, no contienen realidad, no reenvían a la realidad. Son mero instrumento ininteligible de poder de dominio.
No quisiera extenderme ahora hablando de lo "abracadabrante" en nuestros dias. De lo difícil que de ordinario resulta entender un telediario cuando, por ejemplo, se habla de política monetaria o fiscal, o cuando la publicidad encomia las virtualidades de unos frenos "ABS", de una crema solar con "betaglucano" o escuchamos presuntos razonamientos lógicos -después de unas elecciones políticas- según los cuales resulta que todos los partidos han salido "en realidad" ganando.
Tiempo y ocasión habrá para volver sobre este asunto en el que emerge algo de tecnocracia sofística, de gnsoticismo y cinismo escéptico, entre otros componentes de la mencionada "atmósfera espiritual". Una atmósfera que presenta estos y otros rasgos, todos ellos anuncio de negatividad: vida hecha de compraventas de mercado, pero sin trascendencia, sin mundo, sin maturaleza humana, sin lenguaje común inteligible. Quizá ya no tenemos que llevar un pesado e inmenso saco a la espalda como el personaje de Gulliver, con cosas para mostrar e intercambiar con los demás, ahora que -aunque no tengamos palabras- tenemos tarjeta de crédito.
Volveremos a tratar estos asuntos. Pero por el momento, la recomendación de leer el largo y sugerente artículo de Argullol. Sus palabras se entienden y están por algo real. Estos son los tres párrafos a los que aquí he hecho referencia:
"Los tres poderes clásicos, e incluso el cuarto -la prensa- nacido para fomentar la transparencia de éstos, parecen obligados a callar ante la sombra absorbente del quinto poder, el que se alimenta constantemente de la opacidad y el silencio y rodea las circunstancias cotidianas del hombre con tupidas salvas de imágenes y palabras. Este quinto poder es tan coercitivo porque se presenta, y es aceptado, como "lo que es", es decir, tal como el mundo o la realidad o la existencia o la vida son, sin asomo alguno de duda. ¿Y quién se atreve a hablar ante tal contundencia?
Al fondo están, desde luego, la codicia y el beneficio sin escrúpulos. Pero el quinto poder va más allá de ellos. Más allá del codicioso, del especulador, del burócrata de los peores saqueos, pues también ellos acaban desbordados por su fuerza y por su engaño. Nadie, ni quienes se ufanan de aprovecharse de él, está en situación de oponerse al gigantesco fantasma que, usurpador de "lo que realmente es", convierte el mundo en un mercado de consumidores silenciados: usted no puede hablar porque hace mucho tiempo que ha perdido la noción de lo que significa hablar. Déjelo a otros que, a su vez, lo dejarán a otros. La cadena invisible del quinto poder.
El quinto poder, por tanto, no es sólo el Gran Mercado, sino sobre todo la atmósfera espiritual que lo acompaña, una atmósfera en la que, mediante la mentira y la propaganda, ninguna palabra mantiene su significado original."
Esperemos que no se extienda el poder de este silenciador, primero de conciencias y luego de bocas o de plumas (o teclados). Es cuestión, como dice el mismo Argullol, de que cada uno haga lo que piense -en conciencia- que debe y puede hacer al respecto.
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Mangas verdes
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