Informa el VIS (Vatican Information Service) que el premio al "coraje" o al "valor" político, otorgado por la televisión francesa KTO y la revista "Politique Internationale", ha sido este año para Juan Pablo II.
La razón: "por su incansable lucha a favor de la paz, contra cualquier forma de injusticia e iniquidad en el mundo y por su valor en la proclamación incesante del Evangelio". También por su "valor político a la hora de demostrar (...) que no hay límites para lo que puede cumplir la voluntad", especialmente contra todo agresor u opresor.
Al recibirlo en el Vaticano, el Papa ha dicho que el premio "destaca la atención a la misión de paz que tiene la Iglesia en un mundo donde los conflictos, desgraciadamente, son demasiado numerosos."
Es interesante observar que su línea de pensamiento va desde los conflictos armados a los periodistas que "con su testimonio y sus publicaciones, son artífices de la paz y de la libertad" y que por ello "pagan un duro tributo". Y que vaya hacia los rehenes y sus familias, "víctimas inocentes de la violencia y el odio". Y se entiende también que invite "a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a respetar la vida de las personas. No hay reivindicación alguna que justifique el mercadeo de vidas humanas. El camino de la violencia es un callejón sin salida".
Más de uno podría pensar que -a fin de cuentas- éstas son declaraciones gratuitas. No quisiera tener que recordar las docenas de religiosos y religiosas, de sacerdotes y laicos católicos que cada año mueren asesinados en tantos lugares perdidos del mundo (perdidos de las cámaras de televisión), precisamente por servir sin aspavientos, pacíficamente, en conciencia, a los más desasistidos de la humanidad.
Juan Pablo II sabe muy bien de qué habla cuando habla de los horrores de las guerras y de las víctimas de odios y violencias. La violencia -física, desde luego, y también las diversas variedades de violencia moral (ética, comunicativa, legislativa, política)- no es camino para la libertad. Nunca ha resultado el atajo que algunos revolucionarios han creído usar sólo como método para salir de un estado de injusticia y falta de libertad.
La violencia física no es camino en Irak ni en Burundi. Tampoco lo es la violencia legislativa o comunicativa en Nueva York ni en Madrid.
De algún modo no violento hay que suplir el superavit de conformismo político y el déficit de "coraje" o de "valor" político que se ha instalado en nuestra sociedad civil. Pero de coraje genuinamente político, es decir, el que se usa en búsqueda del bien común. No el bien de unos cuantos en detrimento de otros cuantos. Eso no es política, sino más bien uso discrecional del poder. La política no es necesariamente un juego de suma cero, como el fútbol, en el que para que unos ganen, otros deben perder. La política, de por sí, es un juego de suma positivia, en el que todos los que participan salen ganando. Por eso es tan difícil. Y por eso unos cuantos expertos mundiales en política han mirado hacia Juan Pablo II para dar su premio.
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