Recibo de Jaime Nubiola este interesante artículo a propósito de la reciente aprobación en el parlamento español de la ley de protección de la mujer frente a la llamada "violencia de género". Con independencia del sentido que la ley toma en las circunstancias históricas concretas del momento en que se aprueba, el texto incluye algunos usos del lenguaje que hacen reflexionar sobre el sentido singular o plural de la palabra "mujer". Como muy bien advierte el autor del texto que sigue, "las mujeres" incluye a cada una, mientras que "la mujer" es una idea abstracta. No son modos de hablar intercambiables.
Al ver mezclados singular y plural en el contexto histórico de la redacción del texto, puede parecer que no hay excesivos problemas. O quizá se puede pensar que se trata sólo de un "problema semántico". Dando a entender que los "problemas semánticos" son meros juegos teóricos de palabras o pretenciosas maneras académicas de justificar un sueldo, cuando lo relevante es la realidad práctica, política y ética, de la que se habla. La violencia práctica de que se habla, referida a "las mujeres", implica a cada una de ellas, en cada momento de la historia.
Si se habla de la "la mujer", entonces hay (al menos) un problema. Porque entonces se habla de un concepto prácticamente metafísico (nos lo parezca o no, querámoslo o no), cosa que no parece propio de un texto legislativo. Y es que a veces parece que algunos legisladores pretenderían asumir un papel demiurgico y legislar acerca de la naturaleza humana al estilo divino, definiendo la identidad natural de las personas. Cuando eso -como es bien sabido- está fuera del alcance de todo mortal.
Lo que está en nuestras manos -y no es poco- es el conocer y el respetar e intentar que otros respeten esa naturaleza humana, que en pocas palabras se identifica con nuestra dignidad de personas. Pero esa es otra historia, que tiene que ver, además de con la violencia de género, cuando menos, con la violencia de aborto y de eutanasia. En cualquier caso, en el texto de esta ley es mejor el uso de "las mujeres", en plural. Jaime Nubiola dice por qué a continuación.

Las mujeres y la mujer La reciente aprobación por unanimidad de la ley de protección integral contra la llamada "violencia de género" es un motivo de enhorabuena para todos, varones y mujeres. El objeto de la ley es actuar contra la violencia que tantos hombres ejercen contra mujeres a las que están -o han estado- ligados por relaciones familiares o afectivas. La imagen de nuestros parlamentarios en pie aplaudiendo unánimemente la aprobación de esa ley es un síntoma de que algo está cambiando en nuestro país, de que está creciendo la sensibilidad contra la explotación de las mujeres por parte de los varones, que degrada tanto a las unas como a los otros. En la exposición de motivos de esta nueva ley se identifica la violencia de género como el "símbolo más brutal" de la desigualdad existente en nuestra sociedad: "se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión". Pocas líneas más abajo de esa misma exposición se explica que "la violencia sobre la mujer se presenta como un auténtico síndrome, en su sentido de conjunto de fenómenos que caracterizan una situación, que incluye todas aquellas agresiones sufridas por la mujer como consecuencia de los condicionamientos socioculturales". El hecho de que en el texto de la ley se hable en unos lugares de "la mujer" (por ejemplo, se crean los juzgados de violencia sobre la mujer) y en muchos otros de "las mujeres", me ha hecho pensar que nuestros legisladores no han caído en la cuenta de la diferencia radical que existe entre las mujeres y la mujer: las primeras merecen -todas y cada una singularmente- todo el respeto del mundo, mientras que "la mujer" es un concepto que evoluciona históricamente y que necesita urgentemente una reconstrucción o -como ahora se dice- una renovación en profundidad. |
Me parece que fue leyendo el libro sobre cine y feminismo "Alicia ya no" de Teresa de Lauretis cuando advertí por primera vez este contraste tan obvio entre el concepto y las personas. Ocurre muchas veces que las cosas más importantes no las vemos porque las tenemos siempre delante de los ojos. "Con 'la mujer' -explicaba esta escritora- hago referencia a una construcción ficticia, a un destilado de los discursos, diversos pero coherentes que dominan las culturas occidentales. Con 'mujeres', por el contrario, quiero referirme a los seres históricos reales que, a pesar de no poder ser definidos al margen de esas formaciones discursivas, poseen, no obstante, una evidente existencia material. La relación entre las mujeres en cuanto sujetos históricos y el concepto de mujer tal y como resulta de los discursos hegemónicos no es ni una relación de identidad directa, una correspondencia biunívoca, ni una relación de simple implicación. Como muchas otras relaciones que encuentran su expresión en el lenguaje, es arbitraria y simbólica, es decir, culturalmente establecida". La relación entre los individuos singulares y las ideas vigentes en el discurso contemporáneo sobre "la mujer" encierra toda la problemática del estatuto epistemológico de un discurso pretendidamente universal. ¿Cómo es posible luchar en contra de la opresión de las mujeres si la propia noción de 'mujer' esta construida social e históricamente? Tanto los movimientos feministas más radicales como quienes defienden la complementariedad de varones y mujeres han detectado esta tensión entre las construcciones ideológicas y las personas reales. Los varones y las mujeres de principio del siglo XXI no podemos entendernos a nosotros mismos al margen de estas tradiciones, pero sí podemos -¡debemos!- intentar ganar una más clara visión mediante una mejor comprensión de nuestros recursos significativos. La teoría causal de la referencia, propuesta originalmente por Ruth Barcan y Saul Kripke a principios de los setenta, ofrece una luminosa perspectiva para enfocar los problemas que encierra un término como "mujer". El profesor de Harvard Hilary Putnam mostró que el uso de nombres de clases naturales como "tigre" u "olmo" está asociado con un estereotipo que viene a corresponder al individuo normal de esa clase. Un estereotipo es la descripción convencional de los rasgos típicos que una comunidad lingüística asigna a una determinada especie o clase de individuos. Con la calificación de esa descripción como convencional quiere señalarse que los rasgos estereotípicos no pertenecen necesariamente a la esencia y que los que emplean esos términos significativamente no siempre son capaces de identificar con exactitud los objetos a que se refieren. Ni un tigre albino, y por tanto sin rayas, es una contradicción, aunque en el estereotipo del término "tigre" esté el ser un felino con rayas, ni tengo que ser capaz de reconocer un olmo y saber distinguirlo de un haya para poder usar significativamente el término "olmo", pues basta con que me remita al uso de los jardineros o los botánicos. La aplicación de esta teoría a los términos "varón" o "mujer" puede proporcionar una mejor comprensión de su uso en nuestra cultura. La clave se encuentra en advertir que esos términos no ofrecen un acceso privilegiado a la masculinidad o la feminidad. Una comunidad lingüística requiere que quien utilice significativamente los términos "varón" y "mujer" conozca los estereotipos a ellos asociados en esa comunidad, sea, por ejemplo, que el varón suele ser más fuerte o más violento que la mujer, pero esto no significa afortunadamente que sea una verdad necesaria de los varones el que sean más fuertes o violentos que las mujeres o que un varón débil o pacífico sea una contradicción. Con esto, lo que desde la teoría causal de la referencia se está afirmando es que los estereotipos que se asignan a términos como "varón" o "mujer" no consisten en una descripción de lo que realmente es ser varón o ser mujer, sino que se trata de descripciones relativas, compuestas de los rasgos contingentes empleados ordinariamente para la identificación de los miembros normales de su clase. Estos rasgos contingentes son los que debemos urgentemente cambiar, pues están detrás de mucha de la violencia de género, que se expresa de forma brutal en aquel terrible proverbio: "Cuando llegues a casa, pégale a tu mujer; si tú no sabes por qué, ella sí lo sabrá". En este sentido, resulta muy ilustrativo reconocer que el estereotipo asociado en nuestra imaginación social con el término "la mujer" es un objeto social y cultural que requiere una urgente renovación para eliminar de él todos los rasgos degradantes de explotación sistemática heredados del machismo ancestral. La confusión entre las mujeres y la mujer que aparece en la nueva ley muestra que nuestro Parlamento no sólo está intentando eliminar las agresiones contra las mujeres, sino además cambiar la mentalidad en nuestro país acerca de la mujer, y por ambos motivos podemos estar todos de enhorabuena. |
En la introducción de esta nota se dice, y con razón, que los problemas semánticos no son "meros juegos teóricos de palabras".
Acabo de leer un interesante artículo escrito por Manuel Casado, y publicado en el periódico "El Norte de Castilla" (España), del que copio un párrafo:
"Habría que tener un mayor respeto al lenguaje. El lenguaje no es un juguete. Lo que hacemos con el lenguaje queda dentro de nosotros: nos lo hacemos a nosotros mismos. Como decía Octavio Paz, si se corrompe, nos corrompe. Si jubilamos las palabras que contienen lo que algunos llaman "prejuicios morales", es decir, contenido ético (vg. robo, asesinato, chantaje terrorista, traición, tortura, prostitución, aborto, eutanasia...), estamos jubilando nuestra propia conciencia y nuestra dignidad".
Vale la pena pensarlo.
Publicado por: csb | 22 octubre 2004 en 06:46 p.m.
Gracias por el comentario y por la referencia del artículo de M. Casado. No sólo es catedrático de lengua española, sino también miembro correspondiente de la Academia. He buscado el texto completo en "El Norte de Castilla" y realmente es muy bueno y de lectura recomendable. Puede encontrarse aquí.
Publicado por: JJGN | 23 octubre 2004 en 11:27 a.m.