El artículo que figura más abajo, escrito por Jaime Nubiola, se centra en la necesidad de la confianza en la sociedad. No somos Robinsones perdidos en la isla del consumo, desde luego. Y el modo adecuado de enfrentarse a la complejidad, no es precisamente el individualismo, sino más bien la confianza y el trabajo en equipo, algo que en el ámbito académico se llama interdisciplinariedad. Es patente que necesitamos mantener vigente el ideal renacentista de la unidad de los saberes. Sin ese ideal, basado en el respeto de la realidad y de la naturaleza humana, heredado de los fuertes valores culturales propios de la época tardomedieval, no hubiera tenido lugar el Renacimiento. Sin Boecio, Tomás de Aquino, Giotto, y tantos otros, no hubiera habido Renacimiento. La historia está llena de enanos a hombros de gigantes, como recuerda Samuel Taylor Coleridge ("A dwarf sees farther than the giant when he has the giant’s shoulder to mount on"). Aunque la historia también está llena de enanos que creen verlo todo yendo por su propio pie. Pero este es otro asunto.
La confianza, de todos modos, y volviendo a lo nuestro, precisamente por ser un ingrediente imprescinidble para la vida civilizada en sociedad, también puede ser algo de lo que algunos pueden abusar al relacionarse con los demás. No quisiera distraer la atención del lector de la argumentación de Jaime Nubiola en torno a este interesantísimo elemento de cohesión social, pero también debo situar este elemento en el contexto de sus posibles abusos, precisamente de la mano de los medios de comunicación.
Pienso que, junto a la confianza, y precisamente a causa de los abusos a que se la somete, en nuestros días también hace falta saber leer y escribir. Saber leer los medios de comunicación en cuanto medios y saber escribir acerca de ellos y de quienes los usan para los fines que les adjudiquen. Y como es mejor poner un ejemplo que una larga perorata al respecto, recomiendo al paciente lector que pase un momento por Internetpolítica.com, y lea lo que cuenta y dice Montse Doval en "No fue una equivocación, es una estrategia" (y de ahí hacia arriba). [Actualización 9/12/04: cronología de J. C. Rodríguez, a partir de lo publicado por M. Doval]
Sin adelantar ni lo dicho en ese blog, ni lo planteado por Jaime Nubiola en su artículo para "la Gaceta de los negocios" (y para este blog), pienso que conviene tomarse muy en serio una frase de éste último: "Las sociedades tercermundistas son tercermundistas porque en ellas la confianza, si alguna vez ha existido, se ha cuarteado hasta su práctica desaparición." Me ha entrado miedo de que en esa parte de la península ibérica se pueda producir o se esté produciendo -con el cuarteamiento de la confianza- una deriva tercermundista.

La confianza es la clave Las reiteradas discrepancias, desavenencias y desatinos entre los componentes del Gobierno y sus aliados parlamentarios alimentan a diario la prensa nacional en los últimos meses. Además, a estas alturas de la liga profesional de fútbol muchos equipos están desfondados por las derrotas y las lesiones y una espesa nube gris de desconfianza se cierne sobre el entrenador. No voy a echar más leña al fuego ni en un caso ni en el otro, sino que desearía recordar que la confianza es la clave del trabajo en equipo, que la confianza razonable en la palabra de los demás es el eje de la convivencia en una sociedad democrática, que la confianza es la clave para progresar. Hace unas pocas semanas el divulgador científico y ex-ministro Eduardo Punset recordaba que "una de las grandes conquistas de la ciencia es haber descubierto que en la capacidad de interrelacionarse unos con otros está la fuente de conocimiento". Frente al cientismo contemporáneo todavía hegemónico que ha difundido una intolerable especialización de los saberes, quienes nos dedicamos a la Universidad no sólo no renunciamos al ideal renacentista de la unidad de los saberes, sino que aspiramos a comprender mejor cuáles son los caminos efectivos para su consecución. Ya en el siglo VIII dejó escrito Algazel de Bagdad que la raíz del conocimiento es la confianza (radix cognitionis fides), la confianza en uno mismo y sobre todo la confianza en los demás, en lo que nos dicen otras personas, en lo que de ellos aprendemos. El progreso de la ciencia y la tecnología en el último siglo no se debe tanto a la especialización como al trabajo en equipo y a la interdisciplinariedad, a la unión de esfuerzos en pos de la resolución de un problema común. De la misma manera que en una carrera ciclista un pelotón bien organizado corre más y mejor que un corredor en solitario, la ciencia progresa mediante la colaboración inteligente de los investigadores de diferentes ramas del saber que ponen lo propio al servicio de la tarea común, porque saben que así podrán avanzar más y llegarán más lejos y con más facilidad. Esta dimensión comunitaria de la actividad científica ha de aplicarse con más razón todavía a la organización de la convivencia humana. A estas alturas del siglo XXI, nuestra vida depende de manera creciente de la confianza en lo que nos dicen o muestran los demás, los medios de comunicación o los diversos agentes de la vida social. |
En nuestro mundo global no podemos ir comprobando la veracidad o exactitud de las informaciones que recibimos, pues además en la mayor parte de los casos escapan realmente a nuestra capacidad de control efectivo. Tenemos que fiarnos unos de otros: no somos Robinson Crusoe en una isla desierta, vivimos con otros y hacia otros. Toda la vida económica, toda la estructura del mercado está apoyada radicalmente en la confianza en la palabra dada, en el cumplimiento de los contratos y en las transacciones de todo tipo. Se trata de un elemento tan esencial de la calidad de vida en nuestras sociedades occidentales que es una de las cosas que más llama la atención cuando uno visita un país del llamado tercer mundo o algunos de los países del segundo mundo tras la desmembración de la Unión Soviética. Resulta penoso reconocerlo, pero en esas sociedades maltratadas casi todos pretenden engañar a los demás, el vendedor callejero al turista, el hotelero a sus huéspedes, los gobernantes a sus súbditos, los policías a los ciudadanos. Me explicaba el Defensor del Pueblo de un querido país latinoamericano que llevaba escolta para precaverse de la policía que le acusaba de "proteger a los delincuentes" porque no les dejaba torturarlos para que confesaran. Un cooperante de lo alto de la sierra andina me contaba cómo no pocos padres robaban el escaso dinero de sus hijos para gastárselo en alcohol, y una bióloga madrileña me anunciaba hace unos meses que se marchaba a los Andes para colaborar en un programa de sensibilización de los maestros para que no abusaran de los niños en las escuelas. Los ejemplos dolorosos podrían multiplicarse hasta el infinito. Hace escasas semanas Dea Birkett relataba en The New York Times cómo la paradisíaca isla Pitcairn en el sur del Océano Pacífico, en la que viven solamente 47 personas, descendientes de los famosos amotinados de la Bounty, se había convertido en un infierno sin policías ni abogados a los que recurrir ni lugar alguno en el que ponerse a salvo. Birkett concluía su relato reconociendo que los seres humanos tenemos más oportunidad de florecer y progresar en las grandes ciudades que en las pequeñas comunidades aisladas, supuestamente idílicas: "La lección de la isla Pitcairn es: por el bien de tus hijos, vive en Nueva York". Las sociedades tercermundistas son tercermundistas porque en ellas la confianza, si alguna vez ha existido, se ha cuarteado hasta su práctica desaparición. Mientras no se recupere la confianza no habrá progreso social posible: esto puede conseguirse en relativamente poco tiempo si quienes dirigen la sociedad tienen un efectivo liderazgo moral, pero puede llevar siglos si -como ocurre tantas veces- los gobernantes son corruptos, que buscan su provecho personal, o simplemente son incompetentes. Las sociedades comunistas y algunas formas del capitalismo primitivo erigieron como norma suprema de la vida social el control. Pero todos sabemos ya que mediante el control solo no hay progreso, sino que en todo caso lo que hay es simple inercia. Por supuesto, quien no mide no mejora. En cualquier empresa o proyecto hace falta un seguimiento del proceso y una evaluación de los resultados, pero mientras las agencias nacionales de evaluación de la calidad se dediquen a comprobar que las fotocopias se corresponden con los originales no habremos avanzado un solo paso por la senda de la confianza y de la convivencia. Las economías progresan no por el control, sino por la confianza, esto es, por el trabajo en equipo, por el fiarse unos de otros, lo que no excluye, sino que exige, la corrección y censura de quienes abusen de esa confianza. Considerar que lo que quieren los demás es, sobre todo, engañarme u obtener ventaja de mi ingenuidad, es un error acerca de los seres humanos y acerca de nuestra manera de lograr una vida buena. Como ha señalado el filósofo escocés Alasdair MacIntyre, ya desde el título de su último libro traducido al castellano, los seres humanos somos Animales racionales y dependientes. Frente a la imagen individualista moderna del hombre aislado y solitario, el reconocimiento abierto de que dependemos unos de otros es un logro formidable: el descubrimiento de que en nuestra vida social hay tanta interdependencia como puede haberla en una familia, permite restaurar una genuina vida comunitaria. Yo no puedo ser feliz si no viven bien quienes están a mi alrededor, quienes viven y trabajan conmigo, y para vivir bien es esencial crear un espacio social en el que la confianza es la clave. |
La verdad es que cuando escribí que las rectificaciones y disculpas se darían si España fuera un país civilizado, no pensé que fuera tan hondo el sentido.
A veces tengo la sensación de estar resaltando nada más que lo negativo en el blog, pero tristemente tengo que admitir que es muy difícil encontrar un mensaje que genere confianza y la generación de confianza, es cierto, es básica para constituir la sociedad. Ahora mismo estamos en un proceso de descenso a algo parecido al Tercer Mundo, aunque espero y creo que la sociedad se está dando cuenta de algo, aunque no sabe aún de qué. Las voces no son tan uniformes como hace años gracias, en gran medida, a Internet.
Publicado por: Montse | 07 diciembre 2004 en 06:09 p.m.
Montse: buen ojo al mencionar las disculpas y la civilización. Y tiene calado, como dices, aunque no lo vieras al escribir. Ya sabes que eso pasa cuando se escribe, no sólo para decir lo que ya hemos pensado antes, sino cuando se escribe para saber qué es lo que queremos decir.
De todos modos, no creo que esa sensación que mencionas, de aparente "negatividad" en lo que escribes, responda a nada particularmente negativo. Quizá es sólo el resfriado. También los médicos se ocupan de cosas tan molestas y poco agradables como los cánceres (y los policías de los malhechores, y los académicos de la lengua de los errores de gramática, etc.), sin que nadie piense que son "negativos".
El problema es que no todo el mundo entiende como benéfico señalar las enfermedades, si no son estrictamente físicas e individuales. Hay también enfermedades propias de la convivencia en sociedad, que no son propias ni de médicos ni de hospitales, ni siquiera de psiquiatras y menos de sociólogos. Hay mucha ignorancia de las enfermedades y las plagas sociales directamente asociadas a la comunicación pública. Y es quien sabe de lo que sucede en torno a los fenómenos y realidades de la comunicación pública, quien debe hablar del asunto. Quien sabe de energía nuclear sabe distinguir entre la posibilidad y los niveles de riesgos cuando se trata de radiar un cancer (bien o mal) o de hacer una bomba, o de producir electricidad.
Te diré que, con la misma mosca de la aparente "negatividad" de nuestro quehacer detrás de la oreja, puse al principio de este blog aquello de «The wash is on the back porch», tomado del American Heritage Dictionary. Estamos en el "back porch", hablando de algunas cosas que se exhiben en el "front porch" de algunos medios, y que no están todo lo bien que podrían y quizá deberían estar, según las libres espectativas, los gustos y la sensibilidad de cada uno para el bien común y para la verdad de las cosas.
Publicado por: JJGN | 07 diciembre 2004 en 07:20 p.m.
¡Anda! o sea, que estamos haciendo la colada en el back porch... :o))
No me había dado cuenta del significado, es muy interesante. Gracias por las ideas.
Publicado por: Montse | 10 diciembre 2004 en 04:55 p.m.
Algo así, como dices. Se hace la colada, estando de tertulia en el porche de atrás, entre amigos, hablando sobre asuntos que común interés. Además de alguna que otra perorata sobre los temas preferidos de cada uno, y a veces sobre nuestros "pallini" (como dicen en italiano: "bolitas" como la que se usa en el juego de bochas, entendido en el sentido de "pequeñas manías personales") a propósito de lo que vemos que sucede alrededor.
Publicado por: JJGN | 13 diciembre 2004 en 10:02 a.m.