Es evidente que a unos gustará más que a otros el trabajo de crítico literario de Ignacio Echevarría. Es evidente que hay mucho de opinable en esos terrenos críticos. Lo que no es tan evidente ni tan opinable es que a ese crítico le despida la empresa en la que ha trabajado los últimos catorce años, por "dejar mal" una novela. El caso es que se trataba de una novela especial: no por su discutible valor literario, sino porque había sido publicada por una editorial (Alfaguara) que forma parte del mismo grupo multimedia (Grupo Prisa) que edita el periódico en el que trabajaba el crítico literario (Babelia - El País).
Ignacio Echevarría, tras su "empeño quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y cuestionado ejercicio de la crítica", ha hecho pública una "carta abierta al director adjunto del periódico Lluís Bassets". Escribe a propósito del caso surgido con la publicación en "Babelia", el pasado dia 4 de septiembre, de su crítica a “El hijo del acordeonista”, novela del conocido Bernardo Atxaga (seudónimo de Joseba Iraza).
Sigue a continuación el texto completo de esta "carta abierta". Su interés reside en que permite conocer, en una versión de primera mano y en primera persona, algo de lo que sucede en este mundo editorial, gobernado por intereses periodísticos, críticos y comerciales, tantas veces veces contrapuestos. En esta "carta abierta" queda claro que esta vez triunfaron los aplastantes intereses comerciales de un grupo editorial sobre una labor crítica que hasta entonces ese mismo grupo parecía considerar independiente:
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Actualización (23 Marzo 2007): Ha revivido este caso, tres años después, con ocasión de la suerte del periodista Hermann Tertsch por criticar al Gobierno socialista, y nada menos que en Telemadrid. Ver en Scriptor: ¿Errata conceptual o lapsus en un titular de El País?
[>> Hay amplia Actualización al final.]
Estimado Luis,
Como esta es una carta abierta, conviene repasar algunos hechos que te son bien conocidos.
El pasado 4 de septiembre apareció en Babelia una reseña mía sobre la novela El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, por entonces recién publicada. La novela —interesa puntualizarlo— ha sido editada en castellano por Alfaguara, que pagó un importante adelanto para hacerse con ella, y que la lanzó como uno de los "platos fuertes" de la rentrée otoñal. Como suele suceder en estos casos, Babelia prestó una atención especial a la novedad, dedicándole a Atxaga la portada del suplemento y una amplia entrevista. En este contexto apareció mi reseña, que era inequívocamente desaprobatoria del libro, pero que —importa hacerlo constar— me había sido solicitada por la directora del suplemento, María Luisa Blanco, quien antes me consultó acerca de mi opinión sobre Atxaga, respondiéndole yo, sin falsedad, que se trataba de un autor cuya trayectoria venía siguiendo con curiosidad y con respeto.
La publicación de la reseña provocó en la dirección del periódico una fuerte conmoción, que se tradujo de inmediato en un pautado despliegue de artículos, entrevistas y crónicas que, en conjunto, apuntaban tanto a paliar y neutralizar los posibles efectos de la reseña como a compensar a Bernardo Atxaga por los perjuicios de todo tipo que ésta pudiera acarrearle. En cualquier caso, la reacción fue tan desproporcionada, que llamó la atención de numerosos medios de prensa españoles, que se hicieron eco de ella de la más variada forma, en general con sorna, pero también con escándalo y con sorpresa. |
Yo mismo quedé consternado, y más expuesto que nunca a las dudas de siempre, que me asaltaron con especial crudeza. ¿Tiene sentido ejercer la crítica en un medio dispuesto a desactivar los efectos de la misma y a desautorizar a su propio crítico? ¿Tiene sentido tratar de hacer una crítica más o menos exigente e independiente en un medio que parece privilegiar y defender a ultranza, sin el mínimo decoro, los intereses de una editorial que pertenece a su mismo grupo empresarial? Haciendo caso a quienes me recomendaban no abandonar ni ceder terreno precisamente en momentos como éste, me resolví al final a escribir una nueva reseña, apalabrada ya desde meses atrás, y que mandé a la redacción de Babelia el pasado 13 de octubre. Se trataba en esta ocasión de un comentario a El bosque sagrado, un ya clásico libro de ensayos críticos de T.S. Eliot que la editorial Langre, de El Escorial, ha publicado este mismo año.
Al poco de ser recibida en el periódico, la reseña fue "retenida" por ti, que diste instrucciones de que no se publicara. Como esta situación se prolongara durante más de dos semanas, me decidí a dirigirte, con fecha del 28 de octubre, una carta en la que te manifestaba mi extrañeza y en la que te pedía explicaciones. Añadía en mi carta que me resistía a aceptar las explicaciones que a mí mismo se me ocurrían, y te recordaba que llevaba catorce años colaborando con el periódico.
En la respuesta que me dabas el día siguiente, en carta del 29 de octubre, confirmabas que habías impartido, en efecto, instrucciones de que mi reseña no se publicara, y para justificar esta decisión aportabas unas pocas reflexiones que ponían muy en duda las posibilidades de mi continuidad en Babelia a la luz, sobre todo, del tono en tu opinión demasiado tajante y descalificatorio empleado por mí a la hora de valorar la novela de Atxaga.
"Se ha dicho", me escribías, "y supongo que te habrá llegado, que tu crítica era como un arma de destrucción masiva y que el periódico hace mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de armas contra nadie."
Tengo entendido que quien dijo esto, y lo dijo a voz en grito, frente a varios testigos, fue Jesús Ceberio, director de El País, el lunes siguiente a la publicación de mi reseña. Y te confieso que, dentro de todo, no deja de resultar halagador, para mí y para el oficio de crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple reseña, escrita en el tono que sea, pueda tener los efectos de una arma de destrucción masiva. No deja de resultar cómica, por otra parte, la ocurrencia de emplear la metáfora "arma de destrucción masiva" en estos tiempos que corren. Parece que estamos todos condenados —unos más que otros— a presumir su existencia allí donde no las hay.
En tu carta aceptabas tranquilamente la posibilidad de que las explicaciones que yo mismo me daba acerca de lo ocurrido, y que me resistía a aceptar, fueran buenas. Y eso es lo alarmante, pues entre esas explicaciones se cuentan dos particularmente graves. A una ya he hecho referencia al aludir a mis dudas sobre el sentido de tratar de hacer una crítica independiente en un medio que parece privilegiar, con descaro creciente, los intereses de una editorial en particular y, más en general, de las empresas asociadas a su mismo grupo. No parece casual que sea un libro de Alfaguara el que haya alentado tus escrúpulos sobre el tono que eventualmente empleo a la hora de hablar sobre un libro que considero francamente malo. Llevo muchos años empleando un tono muy parecido, y el hacerlo no ha sido hasta ahora motivo de estupor ni de reprobación, más bien lo contrario. Te invito, para comprobarlo, a releer mis reseñas de las últimas novelas de autores como Jorge Volpi (Seix Barral), Antonio Skármeta (Planeta), Jaime Bayly (Espasa) o Lorenzo Silva (Espasa), tanto o más duras que la dedicada a Bernardo Atxaga, todas ellas publicadas en el plazo de un año a esta parte, o poco más.
Pero lo que me preocupa de verdad es que El País, del que vengo siendo lector desde hace más de veinte años, y donde vengo escribiendo desde hace catorce, pueda ejercer de un modo abierto la censura y vulnerar interesadamente el derecho a la libertad de expresión, del que tan a gala tiene ser defensor y valedor. Eso, y no otra cosa, es lo que se desprende de la resolución de vetar a un antiguo colaborador por el solo motivo de haber manifestado contundentemente, sí, pero también argumentadamente, su juicio negativo acerca de una novela.
Me decías en tu carta que dudabas aún sobre qué hacer conmigo, y me anunciabas, para "los próximos días", una "respuesta completa" a mi petición de explicaciones. Pero ha pasado más de un mes, y supongo que las pobres reflexiones que entonces me adelantabas no han hecho entretanto sino cobrar cuerpo. Con fecha del mismo día 29 de octubre te escribía yo que quedaba a la espera de tu "respuesta completa". Pero no dispongo de una eternidad para eso. Entiendo que la espera ha transcurrido en vano, y soy yo el que de nuevo tomo la iniciativa de escribirte esta carta abierta para esta vez simplemente decirte adiós, y despedirme de paso de los lectores de El País que durante todo este tiempo han seguido, con su aprobación o con sus desacuerdos, mi empeño quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y cuestionado ejercicio de la crítica.
Vale. |
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>> El misterioso caso del artículo desaparecido (Juan Varela, Periodistas 21). Que Malén Aznarez, Defensora del Lector de El País, abordara en su artículo dominical la quejosa carta abierta del crítico literario Ignacio Echeverría al director adjunto Lluis Bassets denunciando censura en el periódico no podía ser cierto.
>> Entrevista a Ignacio Echevarría en Periodistadigital.com (lunes, 20 de diciembre 2004): «En mi reseña mordí hueso por dos veces: las "sinergias" del grupo Prisa y el tabú del nacionalismo vasco».
Luego, en esa misma dirección, puede verse "El `caso Echevarría`", por Malen Aznárez, defensora del lector en El País (19-12-2004). Tomado de su dirección original.
Sigue, en la misma dirección, "Rafael Conte, Mario Vargas Llosa, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Félix de Azúa (y 68 firmas más.)" - Tomado de El País (18-12-2004): "Por la presente, algunos críticos, redactores, escritores, lectores y colaboradores de EL PAÍS expresamos nuestra preocupación por el daño que ha sufrido el crédito del periódico a raíz de la carta abierta que el crítico de Babelia y colaborador de la sección de Cultura del diario Ignacio Echevarría dirigió el pasado 9 de diciembre a Lluís Bassets, director adjunto de EL PAÍS, en la que se denunciaba la represalia y la censura de los que ha sido objeto por ejercer la crítica literaria tal y como venía haciéndolo desde hace catorce años en estas mismas páginas. Igualmente manifestamos nuestra preocupación por la posibilidad del futuro ejercicio libre de la crítica en las páginas de El País".
Por último, figura en la misma dirección, el texto de "Una elegía pastoral - La necesidad de la ficción", la crítica inicial de Ignacio Echevarría en Babelia (04-09-2004), de "El hijo del acordeonista", de Bernardo Ataxaga.
>> "Ah, los críticos", por Federico Jiménez Losantos (El Mundo, 20/12/04): Hace muchos años, más de los que lleva Echevarría colaborando en él, que el diario polanquista silencia sistemáticamente los libros de autores que no le gustan, hasta el extremo de hacerlos desaparecer de la lista de los más vendidos en la Feria del Libro.
>> "Ignacio Echevarría, ex crítico literario de 'El País' responde por alusiones al escritor del grupo Prisa" (Periodistadigital, 29/01/05): "Ignacio Echevarría, protagonista de la tribuna de opinión que Juan Goytisolo publicó este viernes en las páginas de Opinión de El País, ha preferido contestar al escritor a traves de una Carta al Director, que el mismo diario publica este sábado. Este es el texto de la misiva:
Respuesta a Juan Goytisolo
Barcelona, sábado 29 enero 2005
Era de esperar que Juan Goytisolo hiciera su intervención estelar en el llamado caso Echevarría. Y era de esperar que lo hiciera como suele: sacándose en procesión a sí mismo y citando de paso, mira por dónde, a Cernuda y a Azaña (la ocasión no daba esta vez para mentar a Américo Castro y a Blanco White).
Da pereza refutar su gastada cantinela de quejumbres y de alusiones insidiosas, siempre veladas. Pero conviene puntualizar un par de cosas: al crítico le corresponde hacer crítica, y hacerla, mientras le dejen, en los límites que le imponen lo que Goytisolo llama "los intereses empresariales" y "las consideraciones de corrección política".
Las denuncias abstractas y las jeremiadas imprecisas, a que tan propenso es Juan Goytisolo, de poco sirven en este punto. Sólo la concreta denuncia de una situación determinada contribuye a un debate real del estado de las cosas, y tal ha sido mi contribución al mismo. Que no la haya hecho antes quizá sea debido a que mi obligación como crítico consistía, antes que nada, en perseverar hasta el máximo en mi tarea, pudiendo ocurrir que esos límites de los que hablamos se hayan entretanto estrechado (...).
[Sigue, en la misma dirección, el artículo de Opinión de Juan Goytisolo (El País, Viernes 28 enero 2005).
"Cuatro años después"]
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