He leído con atención –pienso- numerosos blogs inconformistas que esgrimen razones convincentes para votar "no" en el referéndum del próximo día 20 sobre la Constitución europea. Baste mencionar Barcepundit y Periodistas 21, esperando que nadie se sienta dejado de lado. Por otra parte, la Constitución entrará en vigor, pase lo que pase, el 1 de noviembre de 2006. No es asunto que -en principio- dependa directamente de los ciudadanos europeos. Por eso había pensado “pasar” en esta asunto, sin decir nada al respecto. Adoptando por tanto un aire más o menos pacato [Drae: “de condición excesivamente pacífica, tranquila y moderada”], como tantos otros hacen y harán en este asunto. Pero no ha sido así.
Hay cosas en el texto y hay cosas en el modo de venderlo a la ciudadanía que piden consideración y comentario. Incluso a pesar de que las consideraciones de este comentario parezcan ingenuas e idealistas, o academicistas, como si quien las escribe lo hiciera sin poner los pies en el suelo de la “realpolitik” de hechos consumados que se ofrece con el proyecto de Constitución. Incluso también aunque estas consideraciones puedan parecer largas. En esto último, no está de más avisar al lector de que, en efecto, el post que sigue no es breve.
Las cosas leídas y vistas sobre este asunto aparecen de entrada como un “dilemma cornuto”, según dicen en italiano a las alternativas en que ambas soluciones tienen inconvenientes graves, a cual peor. Acerca del referéndum parece inevitable que, se haga lo que se haga (y la abstención es otro modo de hacer), se va a salir con la conciencia cívica más o menos malparada. Ante esta situación conviene hacer caso a aquello que decía Sartre: hay que “pensar la política”, precisamente porque puede hacer (y hace) mucho mal. Una cosa es que el malestar sea algo propio de la modernidad tardía, y otra cosa es instalarse en el malestar. Así que vamos a pensar un poco este asunto, aunque pueda parecer un esfuerzo perdido.
He leído en Arguments que el filósofo Robert Spaemann participó en junio del año pasado, en la Escuela de ingenieros industriales de Madrid, en una mesa redonda acerca de los "Valores en la sociedad civil". Tras leer con atención el texto completo de sus palabras, me sorprendo al coincidir con la idea central de su razonamiento. Al menos, teniendo presente el texto y las circunstancias que rodean la Constitución europea que ahora se somete en España a referéndum no vinculante.
1. Europa, mejor como “comunidad jurídica” que como “comunidad de valores”.
La idea central de Spaemann presenta –simplificando las cosas- dos asuntos complementarios.
Uno está en la frase de arranque: “Nadie con aspiraciones intelectuales habla ya del bien y del mal. Hoy día todo el mundo habla de valores.” (Entiendo que cuando dijo “aspiraciones intelectuales”, Spaemann lo hizo con un mínimo gesto o tono irónico, dentro de su habitual seriedad). Me recuerda lo leído en el NYT del pasado día 30: la voz de un rescatador de judíos víctimas del nazismo, Miecyslaw Kasprzyk, haciendo ver que “alguien que no sepa la diferencia entre el bien y el mal no vale nada. Una persona así debería estar en un manicomio”. El caso es que personas así no están en manicomios, sino en gobiernos de naciones. Interesados casi en exclusiva por lo que “me conviene ahora o no”.
Veo el otro asunto en la última frase: “La futura Europa sólo podrá ser una comunidad jurídica en la que todos los ciudadanos de los países de tradición europea encuentren un techo común, si posibilita y protege comunidades con valoraciones comunes, pero renunciando ella misma a ser una comunidad de valores.” (Ok, de acuerdo en las dos cosas).
2. Preguntas y respuestas sobre derechos y valores fundamentales
Ante estas afirmaciones, hay al menos dos preguntas: 1) ¿por qué conviene que Europa sea una “comunidad jurídica”, y no una “comunidad de valores”?, y 2) ¿por qué es malo para Europa ser una “comunidad de valores”?
Las respuestas de Spaemann se encuentran en el cuerpo de su razonamiento. Como es largo, cabe hacer una síntesis muy apretada, citando sus propias palabras:
-- El discurso sobre los valores lleva consigo una profunda ambigüedad. Remitirse a los valores o es trivial o peligroso. O mejor dicho: el discurso sobre los valores es trivial y peligroso a la vez. Es peligroso por su ambigüedad; es trivial en tanto en cuanto cualquier sociedad comparte determinadas valoraciones.
-- Al hablar del peligro del discurso sobre la comunidad de valores quisiera dirigir la mirada hacia la tendencia a sustituir paulatinamente y cada vez más el discurso sobre los “derechos fundamentales” por el discurso sobre los “valores fundamentales”.
-- Sin ninguna duda el Tercer Reich ha sido una comunidad de valores. Se denominó “comunidad popular”. Los valores que en aquel entonces se consideraron supremos —nación, raza y salud— se colocaron, por supuesto, por encima del derecho y del Estado.
El peligro señalado es, por tanto, grave, concreto y bien conocido. Aunque –en estos últimos tiempos- puede parecer en trámite de olvido o de enmascaramiento. Los últimos tiempos parecen tender –quizá de modo inocente e inconsciente- hacia comunidades de valores, inmersos en discursos políticos que giran demasiado en torno a valores fundamentales, a veces sin distinguirlos de los derechos fundamentales. La paradoja es que este olvido histórico se produce al mismo tiempo que procuramos exorcizar la “comunidad popular” del Tercer Reich recordando intensa y extensamente el holocausto que produjo.
Sigue diciendo Spaemann: “existe un peligro allí donde el poder estatal —alegando valores más elevados— se considera legitimado para prohibir algo a los hombres sin fundamentación legal”.
Este es el punto clave de la cuestión. El filósofo alemán enumera cinco ejemplos concretos y recientes en Europa de actuaciones (digamos, sin entrar en más disquisiciones) que ponen de manifiesto el peligro que acaba de señalar: el del poder estatal que, apoyándose en valores que considera fundamentales, prohíbe o promueve algo sin fundamento legal. A primera vista pueden parecer exagerados y resultar molestos en la medida en que uno mismo se encuentre absorto en una consideración de valores que un Estado puede poner por encima de los derechos de los ciudadanos (propios y ajenos).
3. Los ejemplos de Spaemann y el relativismo de quienes "presumen de haber encontrado la verdad"
Los cinco ejemplos de Spaemann (que recomiendo leer por extenso), son indicadores en los que se observan tendencias (digamos) pre-totalitarias inconscientes, en la línea de la "tyrannie douce" que Tocqueville presentía como posible futuro de la democracia. Están planteados a propósito de cinco casos concretos, sintomáticos, asociados con: 1) la introducción del concepto de “secta” en la esfera de los asuntos políticos, 2) la tendencia de algunas instituciones estatales para boicotear determinadas posturas políticas, que legalmente resultan conformes con la Constitución, 3) la “cuarentena” europea impuesta a Austria hace algunos años, 4) las guerras de Kosovo e Irak, llevadas a cabo en nombre de “nuestros valores”, y 5) la argumentación de la ministra alemana de justicia para liberar el uso de embriones humanos producidos “in vitro” para fines de investigación científica: argumentación hecha en términos de ponderación de valores, según los cuales sucede que lo que no está reconocido como persona no es persona. Momento en el que la investigación científica se convierte en un derecho fundamental incondicional.
Hay, por tanto, peligros reales y efectivos en considerar aceptable que un poder estatal —alegando valores más elevados— se auto-legitime para prohibir algo a sus ciudadanos, y haga tal cosa sin fundamento legal. Spaemann pone entonces de manifiesto que el relativismo, vestido de tolerancia, es el núcleo duro del problema:
-- Lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo honrado y lo abyecto, todo esto sólo sería la expresión de valoraciones subjetivas, individuales o colectivas. Todos valoramos, pero los relativistas occidentales enseguida ponen sus valoraciones en paréntesis. Y lo que permanece fuera de los paréntesis es precisamente el relativismo, que confunden con la tolerancia [Drae: “permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente; o sea, no impedir –pudiendo hacerlo- que otro u otros realicen determinado mal”] y mediante este truco lo proclaman como valor supremo. (…)
-- Pero, ¿qué significa entonces «comunidad de valores»? No es la comunidad no institucionalizable y oculta de aquellos que humildemente intentan conocer y hacer el bien, sino más bien la sociedad organizada de aquellos que presumen de haber encontrado la verdad (…)
No quisiera verme formando parte de “ninguna sociedad organizada de quienes presumen de haber encontrado la verdad”. Me da náuseas sólo pensarlo. Porque eso lleva al relativismo absoluto, contradicción peor que la de concebir que un submarino funcione a vela. O lleva, en casos menos extremos, a la implícita “obligación democrática” de hacer dejación de derechos básicos.
4. Votaré “no”: estando así las cosas, necesitamos asegurar que Europa sea una “comunidad jurídica”
Votaré pacífica y tranquilamente “no” al actual texto de la Constitución europea, sabiendo que entrará en vigor el 1 de noviembre de 2006. Me parece excesivamente abierto a que algunos “valores consensuados”, triviales y peligrosos para configurar la sociedad , y no abierto a las “tendencias naturales” pre-políticas de que se habla en filosofía política desde Aristóteles, que pueden ser llamados efectivamente “valores”, pero si son tomados en serio y considerados como algo de lo que estamos naturalmente dotados, no de algo fruto de un consenso. Lo que permite que nazcan las legalidades en la vida política no son los “valores” políticamente establecidos por consenso, persuasión o mero poder. Son más bien las tendencias humanas naturales a vivir en común, que son pre-políticas y no son legalmente exigibles.
O, si se dice esto mismo –para no alargar demasiado el razonamiento- con palabras de Charles Taylor, por ejemplo, parece un texto excesivamente pendiente de los “bienes de la vida” (benevolencia, tolerancia, autonomía, coraje, etc.) para configurar la sociedad, tomados como valores consensuados. Pero sin por ello quedar el texto abierto a los “bienes constitutivos” (dignidad y valor de la vida humana, etc.) que justifican esos “bienes de la vida” como criterio para la elaboración y aplicación de las leyes, en razón de responder al bien o al mal. Ante este panorama, es mejor apostar por un texto constitucional que se centre en los “derechos fundamentales” y deje para otras instancias el discurso sobre los “valores fundamentales”.
Votaré “no” al texto porque me temo que no nos blinda ante posibles “tiranías suaves” justificadas por valores circunstanciales situados solo potestativamente por encima de la ley. Votaré, aunque sea de modo testimonial, por que se vuelva a estudiar y plantear para Europa una Constitución capaz de saberme (no solo “sentirme” emotivamente, con un trago de “energizante”) dentro de una “comunidad jurídica”.
Hay cosas que son intrínsecamente buenas y hacen buena a la sociedad en que se viven (cumplir la leyes justas; obedecer al que manda en buena ley; admirar al que destaca por méritos propios en su ámbito; responder adecuadamente al agravio o al don recibido; etc.) y hay cosas que son intrínsecamente malas (el abuso sexual de estudiantes por parte de un profesor, por decir algo concreto y claro, además del mencionado uso de embriones humanos producidos “in vitro” para fines de investigación científica).
Y esas cosas tienen mucho que ver con la conciencia personal (individual y social) despierta, activa y bien conformada. Y no tienen que ver con “valores” más o menos genéricos, elásticos o relativos, historicistas, más o menos acordados y más o menos impuestos, que terminan haciendo violencia al ser “propagados” (en el sentido de mera propaganda como imposición “suave”) a golpe de campañas de imagen o de opinión, que con facilidad engañan acerca de la relación entre el ser y el parecer de las cosas.
5. Propaganda sofística y de “degradantes cualidades”
Es impresentable que un gobierno plantee, en vez de una campaña informativa y animante al voto, una campaña directa en pro del voto afirmativo, y que tenga que ser corregido por los tribunales correspondientes. Si, después de tamaño dislate, queremos hablar en serio de animar a participar activamente en la vida cívica, y de hacerlo de modo racional cercano a la convicción y no sólo de modo emotivo cercano a la mera persuasión pasajera, resulta aberrante encontrarse con algo como la campaña (yo también pensé la primera vez que era un sarcasmo) de promoción “Referendum plus, la bebida energética que anima a votar a la juventud”.
Y eso, a pesar de que fuera cierto el estrambote estrafalario según el cual “sus vigorizantes cualidades ayudan a combatir la pereza y la apatía para que la fatiga no les impida acercarse a las urnas y votar una de las cuestiones que más van a afectar a su futuro”. Vergonzantes palabras autorreferenciales de la misma campaña que habla de sí misma, cuyas “degradantes cualidades” hubieran hecho las delicias del sofista Gorgias, caso de que tuvieran éxito, por supuesto, en confundir a la gente joven a quien parece dirigirse, diciendo que -de algún modo- una contitución es como un energizante.
Espero que, si hasta este momento, el razonamiento con Spaemann sobre leyes y valores hubiera sido complicado, en este momento quede claro. Está claro que las mentes que conciben y aprueban esta campaña de promoción del voto (afirmativo) en el referéndum tienen muy en cuenta la relevancia de que votando se constituye o fortalece una “comunidades de valores”, mucho más que una "comunidad de derechos".
Dejando aparte que, vista la campaña en la materialidad de sus textos (e imágenes), lo mismo que las mayúsculas permiten acentuar en el cartel la palabra “energética”, debería acentuarse “referéndum”. Lo advierte incluso el corrector de textos de Word. Pero no sigamos por ahí, aunque sería entretenido. El caso es que, además, queda poco claro si la campaña institucional del Estado o del Gobierno habla de usted a la juventud, o es que se dirige a otras personas para que a su vez convenzan a los jóvenes de que acudir a votar y decir que sí (si no, ¿para qué?) al referéndum es algo así como tomar un poco de “Red Bull” para reponer pilas tras una noche de juerguilla simpaticona y tal... La juventud no está hecha de simpáticos emotivos descerebrados. Es mucho más seria que todo eso, y desde luego se merece un trato menos frívolo y paternalista que el que deja suponer la consideración del anuncio y la mentalidad de los autores y clientes de sus necesarios estudios previos.
6. Una Constitución para asegurar un techo común de derechos, no de valores
Quisiera disponer de un techo común de derechos, y no de valores. Porque cubre mejor de las posibles inclemencias de los tiempos y las tentaciones políticas que corren y, a la vez, puede frenar las ocurrencias políticas contra derecho, tantas veces apoyadas retóricamente en “valores”, por parte de los gobiernos de los estados europeos ya constituidos.
Cada europeo, por la cuenta y el riesgo de su conciencia, ya forma parte (o puede hacerlo) voluntariamente de unas cuantas “comunidades de valores”, que no son sólo un Estado nacional. Son, también, grupos de gentes que más o menos humildemente y por libre intentan conocer y hacer el bien con modos cuanto menos institucionalizados, mejor: desde ciudadanos agrupados en torno a regiones geográficas y lingüísticas con fuertes lazos de identidad, hasta los 25 estados soberanos europeos (ya problemáticos en este punto), o las agrupaciones deportivas, o un departamento universitario, una confesión religiosa, una profesión o una ONG (organización, precisamente, no gubernamental y desde luego, no estatal).
Me parece que el inicial “dilema cornuto” ante el voto, queda así mejor colocado ante la conciencia cívica. Sobre todo, teniendo en cuenta las sospechas que levanta el sentido de un texto constitucional en el que ha sido concienzuda y explícitamente excluida toda referencia a las raíces cristianas de las naciones y los pueblos europeos. Si no están esos valores, ni siquiera mencionados en el prólogo como referencia histórica, mejor que la Constitución se olvide de los “valores” y de los “bienes constitutivos”, y asegure primero su carácter jurídicamente fundado.
No vaya a ser que valores genéricamente “democráticos”, o genéricamente “solidarios”, u otros –en principio tan magníficos (la paz, la seguridad, la justicia, la libertad, el bienestar), como de reconocimiento trivial y de aplicación ambigua- puedan ponerse por encima de las regulaciones jurídicas.
Así las cosas, es mejor para todos y para cada uno de los europeos fiarse de los “derechos fundamentales”, antes que de los “valores fundamentales”. No pasa nada por no ser los primeros en decir que sí a un texto constitucional casi desconocido. No hace daño a nadie pensar un poco (o un poco más) qué es lo que se ofrece como materia a refrendar. Sobre todo, si este refrendo no es vinculante, y en todo caso hay que esperar hasta el día 1 de noviembre de 2006 para su entrada en vigor.
Europa, desde luego que sí, por mil razones teóricas y prácticas. Pero no así, no a ciegas ni a cualquier precio que comprometa el futuro de sus ciudadanos. De lo contrario, la política dejaría de ser el arte de lo posible, porque el debate sobre lo mejor (sin saber qué es bueno y qué es malo) para el bien común, a lo peor se convierte en un mercado de intereses o en pactos de pasillos, donde se habla a media voz y con medias palabras, lejos de la luz y los taquígrafos del genuino debate público.
[Pido excusas por la longitud del texto. Tiene razón Don Quijote cuando amonesta a Sancho (Cap XX): "sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo". Aunque también la tiene Pascal cuando se excusa por no haber tenido tiempo para escribir más corto. Me veo más bien en este segundo caso.]
_______________
NOTA (07 Febrero 2005): "pensar la política" no es necesariamente lo mismo que "hacer política": me advierte un atento, inteligente y amable lector que los partidos políticos que promueven el voto "no" (como hago en este post) son: Izquierda Unida (IU), Iniciativa por Cataluña (IC), y Esquerra Republicana de Cataluña (ERC). Estos partidos "hacen su política", como otros hacen la suya promoviendo el votar "si". Mi propósito en este "post" es mucho menos vistoso e ideológicamente interesado que el de los partidos políticos y sus miembros, pues -como digo- he tratado de pensar y hacer pensar -otra cosa es lograrlo- la política. Sé que hablar y hacer no están tan alejados (Austin, Searle, etc.). No me siento inclinado a separatismos territoriales nacionales cuando se trata de Europa. No pertenezco a ningún partido, aunque he colaborado en asuntos de políticas culturales con personas, equipos, grupos y gobiernos de variopintos talantes y colores ideológicos. Y no renuncio a participar en la vida pública, aunque sea desde este oscuro rincón de la red. Desde luego, entiendo que "pensar" produce a veces peculiares compañias políticamente partidistas, pero de ordinario suele tratarse de asuntos circunstanciales.
Comparto la idea de Hannah Arendt de que "cuando la verdad filosófica entra en la plaza pública, cambia su naturaleza propia y se convierte en opinión". Se produce un cambio -digámoslo ya en griego, porque así se decía hace 24 siglos- de tipo μϵτάβασις ϵίς άλλο γένος, no sólo cambio de un tipo de razonamiento a otro, sino un cambio de modo de existencia humana a otro. Porque cuando se trata de "hacer la verdad" (y no sólo "decirla"), lo que sale -de ordinario- es "el bien". Y en este caso al pensar la política, he procurado apuntar a hacer "el bien común", algo que no depende estricta y necesariamente de ideologías políticas. Ideologías que -en un momento determinado- se presentan como si fueran "la verdad". Por eso decía en el texto que no me sentía a gusto en una "sociedad organizada de aquellos que presumen de haber encontrado la verdad", sino más bien en "comunidades no institucionalizables, de aquellos que humildemente intentan conocer y hacer el bien". Cosa que, efectivamente, suena utópica. No en vano decía, más o menos, el inevitable Oscar Wilde que "un mapa del mundo que no incluya Utopía no merece que se le eche siquiera un vistazo, porque dejaría fuera el único lugar en el que la humanidad siempre desembarca".
El "si" y el "no" deberían poder votarse con un abanico de matices o colores, en vez de ser en blanco o negro. Si se pudiera votar un "si" con cuatro o cinco matices o "peros" (imaginen papeletas todas verdes, por ejemplo, pero con diversas tonalidades o intensidades del pálido al fuerte) y si se pudiera votar "no" con otros cuatro o cinco matices o "peros" (papeletas rojas, o azules, con diversas intensidades), la cosa hubiera estado mucho más interesante. Salvada sea la parte de los daltónicos, por supuesto. A lo mejor, algunos de los actuales "noes" se convertían en "si, pero A", o "si, pero B", etc. Y algunos "síes" se convertían en "no, pero X, o "no, pero Y", etc.) Ya sé que entonces tal cosa (hoy utópica) no sería un referéndum en sentido estricto. Pero daría mejor cuenta de lo que pensamos los ciudadanos. Al fin y al cabo, las calificaciones académicas no son sólo "aprobado - suspenso". Hay también otras, siempre matices del no-suspenso.
----------------
[Actualización (06 Febrero 2005): bienvenidos son los lectores que llegan desde Internetpolítica (muchas gracias, Montse Doval), desde Nauscopio (muchas gracias, Maty) y desde Si, si. No, no, entre otros.
Por otra parte, encuentro el brillante artículo de Juan Manuel De Prada en ABC, ¿Qué tal si votamos no?, en el que relaciona -con acerada claridad- algo que no tuve ocasión de mencionar en el texto, como son las patentes conexiones que hoy tenemos entre el mundo político y el mundo económico de las grandes corporaciones. De Prada destaca en su lectura del texto propuesto "unas cuantas perlas entre el cúmulo de incoherencias, contradicciones, aberraciones jurídicas, ambigüedades y silencios ominosos que registra e institucionaliza el bodrio". Y subraya el entramado mercantilista que figura indeleblemente entretejido con el texto que es propuesto a refrendo: "Tratándose de una carta otorgada por una junta de mercaderes, la llamada Constitución Europea exhibe ostentosamente una desenfrenada vocación economicista, plasmada en la obsesiva repetición de la palabra «competencia». En su artículo 3, cuando define los objetivos de la Unión, esta obsesión deviene omnipresente, hasta el extremo de llegar a acuñar una expresión rocambolesca, «economía social de mercado altamente competitiva», en la que uno no sabe si la interpolación del epíteto «social» constituye un mero aderezo lingüístico, un rasgo de recochineo o un brote de mala conciencia".
Actualización (10 Febrero 2005): bienvenidos los lectores que llegan desde HazteOir.org, desde Votano.org, entre otros.
Es interesante leer, por ejemplo, lo que dice Francisco Cabrillo en "Hay muchas razones para votar no" (Gaceta de los Negocios, 10 Febrero 05): "Cuando comento que votaré no en el referéndum sobre el Tratado Constitucional europeo mucha gente me pregunta si no me preocupa coincidir en este punto con algunos partidos cuyas ideas no comparto en absoluto". ]
JJG Noblejas:
http://nauscopio.coolfreepages.com/Noblejas/Vicky_maestro_guia.jpg
¿Cómo es posible que no hubiese sabido nada de tu ti? Me has convencido (discrepo en algunas cosas). Por si mi obnubilación no me deja ver la realidad, intentaré terminar la lectura del Tratado Constitucional y verificarlo POR MI MISMO.
Felicidades una vez más.
http://nauscopio.coolfreepages.com/index.htm#EUROPA_VOTAR_NO
Publicado por: maty | 06 febrero 2005 en 11:07 a.m.
OK paso a reproducirlo por todas partes,es sencillamente genial
Publicado por: carlosues | 07 febrero 2005 en 06:13 p.m.