He leído varios artículos que -a mi modod de ver- ponen sobre el tapete, en su cruda realidad, tres o cuatro cuestiones directamente relacionadas con la eutanasia, cínica e hipócritamente planteada como algo normal, a propósito de la situación de Terri Schiavo.
Hay en este asunto silencios clamorosos. Callan las feministas (excepto el grupo Concerned Women for America, CWA), siempre atentas a los casos extremos de atentados a la dignidad femenina. Callan los defensores de los derechos civiles, siempre atentos a los casos de indefensión extrema de los débiles. Callan demasiadas personas e instituciones que parecen simplemente esperar el desenlace para luego justificarse más o menos cómoda y sofísticamente diciendo que esto no es (dirán entonces, en pasado, que "no fue") una quizá "legal", pero inmoral condena a muerte de una persona humana inocente.
Hay por otro lado quienes dejan o hacen hablar a quienes hablan demasiado: entre éstos, los que son presentados o se autoconsideran y declaran "expertos" en "vida vegetativa" (como se dice que es la de Terri, acuñando incluso una sigla "científica": "PSV", persistent vegetative state), en "parálisis cerebral" (tengan "habitualmente" los llamados "déficits cognitivos" o más bien "no los tengan siempre o para siempre") o expertos en "vida digna" (como se dice que no es la de Terri): dos expresiones y nociones aparentemente "técnicas y exactas", pero de imposible aplicación directa a casos concretos. Hablan "expertos" que -dado por ya adquirido que su "vida es solo vegetativa" y "poco digna"- comienzan a deducir: que su estado es de total "inconsciencia", que "desenchufar" la alimentación no es ni de lejos "matarla por hambre y sed", sino un simple "dejarla morir", pero no por hambre y sed (que ya nos han dicho que no "siente") sino por "mera deshidratación", asunto que -añaden nuevos "expertos"- no sólo no supone sufrir, sino que suele propocionar hasta "sensaciones de placer".
El caso es éste, a mi modo de ver: una vez que ahora se considera ganada la batalla legal para lograr la muerte de Terri, basándose en sus difusas y presuntas declaraciones de hace más de quince años, o en las opiniones médicas, sigue ahora la batalla lingüística en los medios, buscando el "framing" de lo que pasa con el uso de las palabras que -según el caso- "conviene" usar para reforzar, confirmar o atraer hacia la postura favorable a su muerte. Pero -siendo lo que es el caso de la vida o la muerte de una persona concreta como Terri Schiavo- no conviene olvidar que este no es sólo ni principalmente el caso de la vida o muerte de Terri Schiavo: lo que está en juego -con ocasión de este caso- es la batalla por la eutanasia.
Lo que está en juego no es la mera "ideología", sea la de los "progresistas" o la de los "conservadores" (en ambos campos, no sólo en el segundo, desde luego que hay "fundamentalistas"). No es una ideología política lo que está en juego, ni sólo una cuestión de "ética convencional", o de "creencias religiosas", equiparable a las antes mencionadas ideologías políticas. Está en juego la consideración moral de la vida humana, previa a negociaciones ideológicas, es decir, políticas. Está en juego la vida humana sin más. Está en juego si esta vida humana sustantiva, sin adjetivos, no es -como dice Peggy Noonan- en sí misma, de entrada "precious, touched by the divine, of infinite value". Eso lo ha visto un ministro de la salud, como el italiano Sirchia, en este caso concreto: "La eutanasia es un atajo horrible que se pretende tomar cuando los valores de la sociedad se debilitan. Un atajo que se camufla de acto de amor para con los seres queridos, y que sin embargo es sólo un modo con el que dar muerte en lugar de vida, y con el que se desvía la opinión pública del problema real".
Desde luego que siempre hay situaciones especiales, y que las cosas concretas no son de entrada blancas o negras, sino que son más bien complejas. Pero da la impresión de que la vida de Terri ha hecho aflorar, junto a indudables actitudes de gran dignidad, mucha vileza y mucho cálculo en nuestra vida ciudadana: no podemos dejar de ver que, en nuestras exquisitas democracias formales y "avanzadas", empiezan a molestar los enfermos graves y crónicos. Y así lo dicen las encuestas. No son problema los simples casos de encefalograma plano absoluto y estable, porque esa es (era hasta ahora) la definición médica de muerte: si tal fuera el caso de Terri, ¿lleva realmente así quince años? (Llama la atención que falte este elemento de razonamiento en la discusión pública).
El caso es que en nuestras democracias, dispuestas en principio a defender mil causas, entre causas justas y causas variopintas, resulta que molestan los enfermos incurables, y se les empieza a señalar como ciudadanos de una nueva categoría, ciudadanos con una vida "menos digna". Otro paso adelante en comprobar que no somos todos iguales. Vuelve la pesadilla orwelliana: unos somos más iguales que otros. Ya hablamos de esto con ocasión de algunos argumentos colaterales eugenésicos relacionados con los embriones y el referendum italiano. ¿Habrá rebelión en esta granja ciudadana?
Gonzalo Herranz: en "La pasión bioética de una nación" se plantea, admirado por la viveza del debate público estadounidense, si "es la vida precaria de Terri lo que está en juego" Y evidentemente responde que no. Lo relevante es la claridad de su afirmación: lo que está en juego "es la tremenda cuestión de la eutanasia de los extremadamente incapaces".
Claudio Magris: en "Il dolore e l'ipocrisia" se pregunta por "quién y cómo puede definir qué sea "calidad de vida que no sea digna de ser vivida, arrogándose el derecho de establecer dónde se sitúa ese 'nivel' que autoriza a eliminar a quien no lo tiene: sea Terri Schiavo, sea un pobre niño subsahariano desnutrido". Y hace referencia a un artículo de Ferdinando Camon, en el que -entre otras cosas, como el uso inapropiado del término "vida vegetativa"- justamente dice que es mejor no engañarse hipócritamente con asuntos que hagan perder de vista que la pena de muerte está ahí presente. "No hay diferencia moral entre una inyección letal y una aguja que se quita, porque ambas cosas traen consigo la muerte. Si en un caso extremo es justo -o menos injusto- dar muerte, entonces hay el deber de hacerlo del modo menos doloroso para los que van a morir, sin hacerse líos de cabeza ni engañarse, diciendo que en este caso no se está haciendo nada, porque 'se deja obrar' a la entonces llamada naturaleza."
Una lectora del diario ABC, María del Carmen Antoja Giralt, de Barcelona, en una breve carta "El derecho a vivir", observa una cosa sustancial y muy práctica, que quizá hará pensar a algún ciudadano lo inesquivable que es "meterse en política" para contribuir a una convivencia cívica a la altura de la dignidad humana, según leyes justas, también acerca de asuntos sustanciales. Y cuando menos, saber quién y con qué fines administra el dinero público: "¿Quién puede constituirse en juez de la vida? Lo peor llega cuando nos vemos obligados mediante el pago de nuestros impuestos a financiar el crimen, ¿nos duele oír ésto, verdad? Es la dura e injusta realidad."
Peggy Noonan: en "In Love With Death" se pregunta, a propósito de Terri, por qué tanta gente tiene hoy esta extraña pasión y atracción por su muerte, por quitarle la alimentación. Esa gente, "the pull-the-tube people" say, "She must hate being brain-damaged." Well, yes, she must. (This line of argument presumes she is to some degree or in some way thinking or experiencing emotions.) Who wouldn't feel extreme sadness at being extremely disabled? I'd weep every day, wouldn't you? But consider your life. Are there not facets of it, or facts of it, that make you feel extremely sad, pained, frustrated, angry? But you're still glad you're alive, aren't you? Me too. No one enjoys a deathbed. Very few want to leave."
Está claro para quienes nos oponemos tanto a la pena de muerte como a la eutanasia que, en la práctica, a Terri Schiavo se la ha condenado literalmente a muerte, sin más, tal como hace ver Magris.

(...) Sorprende que senadores y congresistas de la Gran República se reúnan en un fin de semana y en tiempo de vacaciones para votar una Ley que se refiere a un mero trámite procesal que concierne a una sola persona. Causa extrañeza que la vida de Terri sea para unos una pesadilla a la que ha de ponerse fin y, para otros, un tesoro inapreciable que se ha de conservar. Todo eso sólo tiene una explicación y es que Terri se ha convertido, sin que ella llegue a saberlo nunca, en un símbolo. (...) El problema ante el que Terri nos fuerza a tomar posición es la cuestión, fuerte donde las haya, de si alguien puede ser el dueño de la vida de otro; en especial, de la vida de quien ni puede hacerse valer, ni puede hacerla valer. (...) Este es el problema que enciende las pasiones de los norteamericanos. Es lógico que discutan con ardor si un ser humano - un juez, un médico, un militar, un padre, un esposo - puede ser el dueño de la vida y del destino de otro ser humano. La vieja dialéctica de señores y siervos ha cambiado allí, y se ha convertido en la nueva racionalidad de la calidad de vida, de la dignidad personal, de la eficiencia productiva, de la titularidad para decidir. El problema de fondo es si se puede seguir reconociendo, o no, como humanos a quienes, como Terri, han venido a menos y se ven reducidos a una apariencia precaria y miserable, animada por algo meramente "vegetativo", que los despoja de su autonomía y los dejan a merced de quienes quieran cuidar de ellos. No es la vida precaria de Terri lo que está en juego. Es la tremenda cuestión de la eutanasia de los extremadamente incapaces, de los muchos pacientes cuyo estado de conciencia ha decaído hasta el punto de no darse cuenta de lo que pasa a su alrededor, de tener que vivir dependiendo decisivamente de la ayuda que los demás quieran prestarles. En el fondo, lo que el drama de Terri encierra es esto: si el futuro está en ayudar a los dependientes o en abandonarlos a su propia debilidad.
C. Magris: Il dolore e l'ipocrisia. (...) Proposta in nome della pietà e della dignità umana, l’eutanasia può divenire facilmente obbrobriosa anche se inconscia igiene sociale, l’arbitrio di chi, in nome della qualità della vita, afferma che al di sotto di una certa qualità la vita non è degna di essere vissuta e si arroga il diritto di stabilire quale sia tale livello che autorizzi ad eliminare chi non lo possiede o non lo raggiunge. I milioni di bambini spaventosamente denutriti che ci sono nel mondo non hanno certo tale qualità di vita - nemmeno intellettuale e spirituale, perché se si è sfiniti dalla fame, dalla sete e dalla malattia si è lesi pure nel pensiero e nella affettività - ma non è una buona ragione per eliminarli.(...) Su questa vicenda le parole più giuste, acute ed umane le ha dette Ferdinando Camon, in un suo articolo che non si può far altro che riportare e parafrasare, come sto facendo io in queste righe. Camon esprime un profondo e ragionato rispetto per chi ritiene la vita umana inviolabile in ogni sua fase, pure la più spenta, anche perché non si può mai sapere cosa accada nel profondo di quell’esistenza; egli esprime un rispetto, altrettanto logicamente e umanamente motivato, anche per chi sente il dovere di porre fine alla condizione disperata di un altro. Ma in questo caso, egli dice, non basta staccare la spina ossia lasciar morire Terri Schiavo infliggendole alcuni giorni di vita in cui, egli scrive, l’organismo prova comunque delle sofferenze, pur senza averne presumibilmente coscienza, patisce in qualche modo la disidratazione e così via, tanto è vero, egli aggiunge, che in questi casi vengono spesso somministrati dei sedativi. È una pura ipocrisia e viltà, egli conclude, non praticare una iniezione che ponga subito fine a quelle probabili residue sofferenze e comunque ad una condizione che si giudica intollerabile. Non c’è differenza morale fra un’iniezione letale o una spina staccata, perché entrambe danno con certezza la morte; se, in un caso estremo, è giusto - o meno ingiusto - darla, è doveroso farlo nel modo più alleviante per il morituro e senza imbrogliare se stessi dandosi ad intendere di non aver fatto nulla e di aver lasciato fare alla cosiddetta natura.
Una lectora: El derecho a vivir. A propósito del triste caso de Terri Schiavo sólo cabe preguntarnos si estamos a favor de la vida o de la muerte. Todo enfermo tiene derecho a ser cuidado y mantenido con vida sin importar si su enfermedad dura un día, un mes, un año o cincuenta años. No podemos atribuirnos el derecho a enjuiciar cuándo debe morir una persona. Nos hemos acostumbrado demasiado a encontrar normal situaciones aberrantes, como la llamada ley del aborto, y ahora ya nos bombardean con la eutanasia. Los mensajes subliminales sobre lo importante que es la calidad de vida del ser humano trata de una forma maquiavélica de que no consideremos dignas de vivir a las personas que sufren. ¿Quién puede constituirse en juez de la vida? Lo peor llega cuando nos vemos obligados mediante el pago de nuestros impuestos a financiar el crimen, ¿nos duele oír ésto, verdad? Es la dura e injusta realidad.
P. Noonan: In Love With Death. The bizarre passion of the pull-the-tube people. (...) Our children have been reared in the age of abortion, and are coming of age in a time when seemingly respectable people are enthusiastic for euthanasia. It cannot be good for our children, and the world they will make, that they are given this new lesson that human life is not precious, not touched by the divine, not of infinite value. Once you "know" that--that human life is not so special after all--then everything is possible, and none of it is good. When a society comes to believe that human life is not inherently worth living, it is a slippery slope to the gas chamber. You wind up on a low road that twists past Columbine and leads toward Auschwitz. Today that road runs through Pinellas Park, Fla. |
Cuestiones graves, no aptas para "tuttologos" en tertulias de café. Mientras esperamos la deshidratación y muerte de Terri Schiavo, quizá alguien puede encontrar sentido y charlar sobre la retórica de una cultura de muerte: ver el post de Barbara Nicolosi sobre algunos de los tópicos en circulación: "Death with dignity", "Persistent Vegetative State", "Right to Die", "I wouldn't want to live like that."
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Actualización (28 Marzo 2005): puede verse "El fin del Derecho", de Juan Manuel De Prada, en ABC (28.III.05): "(...) El caso de Terri Schiavo nos muestra la perversión rampante del Derecho que postula nuestra época. En los últimos años, el Derecho ha dejado de fundarse sobre conceptos inmanentes para apoyarse sobre un batiburrillo de conveniencias sociales e ideológicas dictadas por el oportunismo. (...) Naturalmente, una vez infringida la noción misma de Derecho, se puede afirmar sin empacho que ofrecer bebida y alimentos a un enfermo es «mantener artificialmente» su vida (lo que legitimaría matar por inanición a tetrapléjicos, pacientes de alzheimer o niños recién nacidos con malformaciones), o aceptar como prueba irrefutable el testimonio de un familiar que se erige (sin que ningún documento o testigo lo acrediten) en sedicente depositario de la voluntad de la víctima."
Actualización (30 Marzo 2005): puede verse "Batalla en torno a Terri Schiavo", de Rafael Serrano, en Aceprensa (30-03-2005): "Para argumentar en favor de la eutanasia, siempre es útil acogerse a un caso límite, como el de la norteamericana Terri Schiavo, en estado vegetativo persistente (EVP) desde 1990, y prácticamente sin posibilidades de recuperar el movimiento y la conciencia. Su corteza cerebral quedó irremisiblemente dañada al perder el flujo sanguíneo durante varios minutos tras un paro cardiaco."
(...) "Pero ¿es digno vivir en estado vegetativo? El paciente no puede decirlo, y nadie puede ponerse en su lugar. Cuando así se invoca el "derecho a una muerte digna", más que el sufrimiento del enfermo, que se desconoce, influye el de los allegados, real y comprensible por otra parte. "No me hago ilusiones –continúa Kass– de que sea fácil soportar casos como los de Karen Ann Quinlan, Nancy Cruzan o el pequeño Linares [un niño de seis meses que en 1988 quedó en EVP a causa de un accidente; su padre lo mató desconectando el aparato de respiración asistida]. Me doy cuenta de la angustia y de las penalidades que suponen para ellos mismos y para sus familias. Sé también que cuando el corazón no aguanta y los nervios se rompen, se puede llegar a matar por compasión. Pienso que deberíamos estar dispuestos a disculpar –como solemos hacer– al que así obra. Pero disculpar no es justificar. Y mucho menos confundir eso con una actuación digna"."
Aprovecho la oportunidad para dar la bienvenida a los numerosos lectores que llegan desde 1. Internetpolítica, 2. Digilab, 3. Hispalibertas, 4. Avuelapluma, 5. Sisinono, 6. Bloglines, entre otros.
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