Hasta este momento, no está nada claro que el sentido común cívico y democrático admita que una minoría muy minoritaria tenga el derecho de tomar revolucionariamente el poder (político – mediático) e imponer a la mayoría muy mayoritaria su modo de ver las cosas.
Una minoría dispuesta a imponer una especie de "dictadura queer”, que suple la fallida "dictadura del proletariado" y exalta el materialismo de la sensibilidad y del cuerpo humano, renegando del espíritu humano. Los tiempos y los modos no son los mismos, desde luego, pero tampoco deja de ser patente que hay un efecto de calco materialista muy explícito entre lo que hasta hace poco pretendía la dictadura del marxismo, y lo que hoy pretenden los movimientos gay tanto como los orientalismos tipo new age.
Algo de esto viene a decir Massimo Introvigne al hilo de la lectura del libro de Thibaud Collin,"Le Mariage gay, les enjeux d’une revendication". (Ya mencionamos aquí la versión original francesa de un interesante comentario sobre este libro, y la traducción al español que ofrece Marta Salazar). Al respecto, no está de más leer el artículo descriptivo y medianamente pesimista de Stephanie Coontz, “The New Fragility of Marriage, for Better or for Worse”, (The Chronicle Review, May 6, 2005). Pero volvamos a hablar de lo mencionado por Collin e Introvigne, antes de ofrecer más abajo el breve texto italiano de éste último ("Matrimonio e famiglia: attenti al golpe delle minoranze gay", Il Giornale, 24 giugno 2005).
El caso es que hoy está planteada una “revolución” en este sentido respecto de la institución familiar. Hay una “minoría iluminada”, revolucionaria, como en su momento fue la minoría comunista, que parece como si tuviera el derecho y el deber de tomar o asumir el poder (político, económico, mediático) e imponer a la mayoría la dictadura de sus ideas o principios.
Me refiero a la minoría de personas y de ideas –dicho sea en términos genéricos- que acompaña a los fenómenos asociados con la “revolución gay”. Por ejemplo, ahora se trata del “pseudo-matrimonio” homosexuales, la adopción o inseminación de hijos en “parejas” lesbianas. Más adelante será cuestión de la tolerancia respecto de “un poco” de droga, o “un poco” de pedofilia o “un poco” de incesto.
Sin hacerse problemas de tolerancia, esta “minoría iluminada” entiende que es razonable que quienes se opongan a sus designios sean sin más encarcelados o fusilados (hoy sólo quizá a través de los medios de comunicación), en cuanto se trata de simples obstáculos para el progreso inexorable de los ideales de tal “minoría iluminada”. Tales opositores, en el caso del marxismo, eran manifestación de una “mala conciencia” capitalista. Hoy, los opositores son presentados como manifestación de “mala conciencia” retrógrada, ultra conservadora, o lo que convenga decir en cada momento.
Aquel materialismo teórico de los revolucionarios marxistas desemboca hoy en estas manifestaciones de materialismo práctico, enarbolado por algunas “minorías iluminadas”.
La “minoría iluminada” que representa el actual “movimiento gay”, no es sino una parte, pero una parte sustancial de la generalizada “revolución sexual”, producto de las ideas del mayo francés del 68 (culto del cuerpo y desprecio del espíritu humano) junto a las técnicas anticonceptivas.
Como ha señalado Fernando Inciarte, y recuerda Alejandro Llano ("Diagnóstico de valores en el tiempo presente"), esta revolución es quizá el único ejemplo claro y delimitable de lo que el marxismo entiende por “revolución”: la transformación de unas condiciones materiales que genera un cambio moral y religioso, una mutación de las costumbres y los modos de vida.
Se dirá que siempre ha habido disolución moral en el campo de la sexualidad. Pero lo que es un fenómeno del todo nuevo es el permisivismo completo en muchos ambientes, hasta llegar a la exaltación del sexo y la normalización social de las perversiones sexuales. La pérdida del pudor, del respeto al cuerpo propio y ajeno, de la vergüenza en exhibirlo ante propios y extraños es quizá el fenómeno moral más grave con el que nos enfrentamos en este comienzo de siglo.
¿A qué se debe que hayamos perdido lo que se podría llamar el “sentido del espíritu”, la convicción de que ahí reside la realidad verdadera, la fuerza más poderosa? Se debe a que se ha incorporado a nuestra visión del mundo el lema “la fuerza viene de abajo”, de la estructura material y básica, que condiciona la superestructura más o menos adjetiva y evanescente, donde acontecen los fenómenos de tipo cultural o “espiritual”, en un sentido completamente desvaído de esta última palabra.
Pensar así equivale a ser marxista sin saberlo. Por eso produce cierta triste gracia ver cómo a materialistas resabiados se les llena la boca hablando de “la caída del muro de Berlín”: al fin y al cabo han tenido que recurrir a un hecho material y anecdótico (el derrumbamiento de una pared), para visualizar un evento histórico que está lejos de haberse resuelto de una vez por todas.
Decía Goethe, en el que se inspira Nietzsche y en general los “filósofos de la sospecha”: “gris es la ciencia y verde el árbol de la vida”. El espíritu es de un gris tristón y desvaído -”el último humo de una realidad que se apaga”, diría Nietzsche-, mientras que el cuerpo resplandece con sentimientos, emociones, perspectivas y visos siempre nuevos. El materialismo de esta época es, sobre todo, un corporalismo: culto al cuerpo. Corporalismos son, al cabo, la new age, la meditación trascendental, el yoga y demás orientalismos. ¶
Massimo Introvigne: Matrimoni e famiglia - attenti al golpe delle minoranze gay.
Matrimonio omosessuale e diritto delle coppie gay di adottare figli nonché, nel caso delle lesbiche, di «produrli» con l'inseminazione artificiale: contro Zapatero è sceso in campo anche il cardinale Ruini, convinto che ai politici italiani si debba chiedere di prendere posizione subito, così che gli elettori che voteranno nel 2006 ne conoscano le posizioni. Lo stesso dibattito è in corso in Francia, e nelle ultime settimane si è concentrato sul matrimonio gay, un duro pamphlet del filosofo Thibaud Collin, ascoltato consigliere di Sarkozy, che ne ha subito preso le difese. Per Collin una società può sfuggire alla sua auto-distruzione soltanto se riposa su alcuni principi del «senso comune», accettati da tutti. Tra questi ci sono l'idea che uccidere l'innocente e rubare siano comportamenti criminali, il divieto della pedofilia e dell'incesto, e anche la nozione che un figlio sia tale in quanto ha un padre e una madre e che il matrimonio sia l'unione fra un uomo e una donna. Una democrazia è veramente tale in quanto rispetta questi principi, che sono condivisi dalla grande maggioranza dei cittadini ma nello stesso tempo costituiscono il retroterra etico su cui la stessa democrazia si fonda, così che il fatto che un governo sia stato eletto dalla maggioranza non gli consente di per sé di modificarli. Il marxismo, prosegue Collin, ha sostenuto che alcuni di questi principi, come la tutela della proprietà privata e l'idea che l'oppositore politico non può essere incarcerato o ucciso in quanto ostacola il progresso, ancorché condivisi dalla maggioranza, derivano da una «falsa coscienza» indotta dal capitalismo. Una minoranza illuminata ha dunque il diritto e il dovere di prendere il potere e di imporre alla maggioranza - per il suo stesso bene, di cui però la maggioranza non è consapevole - il loro rovesciamento. Oggi una rivoluzione ulteriore al marxismo, secondo il filosofo francese, ragiona nello stesso modo. Sa bene che la maggioranza è contraria al matrimonio degli omosessuali, e al fatto che due persone dello stesso sesso possano «avere» (per adozione o fecondazione artificiale) dei figli. Ma sostiene che questa opposizione deriva da una «falsa coscienza» indotta dall'«eterosessismo» (la convinzione della «normalità» dei soli eterosessuali) e dalla «omofobia», patologie psicologiche e sociali che vanno studiate come tali. La minoranza illuminata che ha «preso coscienza» della falsità dell'opinione maggioritaria deve dunque conquistare il potere e imporre il «progresso» alla maggioranza non sufficientemente consapevole. Con il che, conclude Collin, si scardinano sia la democrazia sia il retroterra etico che la fonda. E si apre la strada alle utopie di filosofi come Derrida, Foucault e i loro emuli americani secondo cui, dopo la trasformazione del semplice omosessuale in attivista «gay», quest'ultimo evolve nel «queer», per cui l'identità sessuale, l'età, la parentela non sono importanti ma conta solo il desiderio. Tutto quanto può essere oggetto di desiderio è lecito: così alcuni teorici «queer» chiedono la legalizzazione di tutte le droghe, dell'incesto e almeno di alcune forme di pedofilia. Naturalmente, non è questa la posizione della maggioranza dei sostenitori del matrimonio gay. Ma la lezione di Collin è che «fare esplodere» (l'espressione è di Foucault) i fondamenti della società scoperchia un vaso di Pandora da cui può uscire una «dittatura queer» che non è meno pericolosa della «dittatura del proletariato» marxista. |
Discrepo radicalmente de:
"Se dirá que siempre ha habido disolución moral en el campo de la sexualidad. Pero lo que es un fenómeno del todo nuevo es el permisivismo completo en muchos ambientes, hasta llegar a la exaltación del sexo y la normalización social de las perversiones sexuales. La pérdida del pudor, del respeto al cuerpo propio y ajeno, de la vergüenza en exhibirlo ante propios y extraños es quizá el fenómeno moral más grave con el que nos enfrentamos en este comienzo de siglo."
y sin embargo te referencio (aunque hoy me lo pones difícil).
Dentro de unas cuantas horas trataré de explicarme debidamente.
Ahora, por lo breve: El sexo/placer no es ni bueno ni malo, es. Como animales que somos, no siempre va acompañado de amor, y menos en los tiempos que corren. Allá cada cual con su opción sexual y su "perversión", siempre que sea entre adultos y consentida. Evitemos imponer nuestra visión a los demás, defendámosla, pero no "demonicemos" a quienes no la compartan.
El cuerpo desnudo, su exhibición, no debería afrentar a nadie, siempre que se haga desde el respeto a las normas que se ha autoimpuesto la sociedad en la que se vive. No siempre es agradable la contemplación del otro, pero nadie nos obliga a ello, como tampoco ver una película pornográfica (el problema está en su emisión en abierto en las TVs, no por ellas en sí mismas, aunque es un tema que merecería una buena exposición, por el salvajismo que parece imponerse en ciertas producciones minoritarias norteamericanas, ante las cuales es muy difícil pedir que se respeten -hace unas semanas vi un estupendo documental norteamericano sobre ese mundillo, donde lo peor no eran las escenas (no emitidas) sino la decadencia de los partícipes y promotores, en claro conflicto con la dignidad humana-.) Hubo un momento, en que los propios cámaras de la TV tuvieron que dejar de filmar asqueados ante lo que veían, al superar el ulbral de lo noticioso y entrar en conflicto, tal vez, con las leyes y una mínima ética (tal vez fue un recurso periodístico, pero los periodistas -filmados por otros- parecían muy afectados). Esos son los EXCESOS que hay que condenar y perseguir.
El fenómeno moral más grave no es todo lo anterior no, es la INDIFERENCIA ante el SUFRIMIENTO, y el escaso respeto a la DIGNIDAD HUMANA.
En fin, necesito mucho más espacio para explicarme debidamente.
"El materialismo de esta época es, sobre todo, un corporalismo: culto al cuerpo. Corporalismos son, al cabo, la new age, la meditación trascendental, el yoga y demás orientalismos."
Más que culto al cuerpo, es la búsqueda desenfrenada del placer, del hedonismo, anteponiéndolo a cualquier otra consideración. Es lo de siempre, el EXCESO.
Es un error meter en ese saco a esos movimientos, mucho más complejos y diversos que su simple nominación. No los confundamos con lo que nos venden los medios de comunicación, tan superficiales.
Publicado por: maty | 28 junio 2005 en 01:12 a.m.
No quisiera abrir un largo debate sobre este asunto. De entrada, porque me voy de vacaciones pasado mañana. Y espero estar más bien alejado, excepto caso de extrema necesidad, de estos interesantes menesteres bloguísticos durante unas pocas semanas. Las suficientes para poder decirlo en plural.
También, porque, querido y batallador Maty (además, muchas gracias por la referencia que abre camino a estas líneas que van tan "por libre" como tu mismo blog), pienso que en buena parte tu mismo te contestas, gracias a Dios. Pones el origen del asunto en "la búsqueda desenfrenada del placer, del hedonismo, anteponiéndolo a cualquier otra consideración. Es lo de siempre, el EXCESO." Estupendo: lo firmo y lo rubrico.
Tal como lo veo, el párrafo del que dices discrepar radicalmente viene a señalar el mismo fenómeno, pero lo hace de otro modo, con otras palabras y otra perspectiva. Pero es lo mismo que está en juego.
Me parece que no compensa entrar en grandes o pequeñas disquisiciones, del tipo causa - efecto, o de quien tiró la primera piedra, como los debates televisivos sobre el huevo y la gallina.
Lo que debería pasar con el cuerpo desnudo, o con el uso del sexo, etc., me parece que no es de gran interés, si consideramos lo que efectivamente pasa con el cuerpo desnudo, el uso del sexo, etc.
Pienso que una antropología "comme-il-faut" ha de considerar necesariamente unificados todos los aspectos de la vida humana. Aunque -a los exclusivos efectos de su estudio- los considere provisionalmente por separado. No sale prácticamente nada valioso del hablar acerca del ser humano separando la inteligencia por un lado, la voluntad por otro, y la sensibilidad por otro. Cuando se trata de hablar de las personas, el mundo del espíritu y el mundo de la sensibilidad corporal van siempre y necesariamente unidos. Tanto si definimos al ser humano como "animal racional", o como "contador de historias", o bien como ser que tiene "rostro" (de lo que carecen los animales), o como "capaz de engañar conscientemente", etc.
En concreto, entiendo que separar el amor del deseo o poner éste por delante o por encima o al margen del amor, y al margen de la razón inteligente, es malhablar del ser humano. O hablar del ser humano enfermo. O hablar del ser humano comportándose, más o menos voluntaria y conscientemente, por debajo o al margen de sus posibilidades naturales, con un "exceso" de indiferencia por su dignidad. De igual modo que podemos degradar el vino, y el jamón, y desde luego el ambiente natural y cultural que nos rodea, también podemos degradar-nos. Tenemos nuestra naturaleza entre manos, y somos responsables de lo que hagamos y dejemos de hacer, no sólo como individuos aislados, sino como personas en sociedad. Tenemos tan en mano nuestra naturaleza personal (cosa que no tienen los animales) que no sólo podemos errar al vivir, sino que también podemos malograr-nos libre y voluntariamente al vivir contra nuestra dignidad personal y contra el respeto debido a la dignidad de los semejantes que están alrededor.
Ahora mismo debo entrar en el aula como miembro de un tribunal de tesis de doctorado, sobre Kierkegaard y la comunicación. Mucho podría decir este buen danés sobre nuestra situación de superficialidad: la vulgaridad edonista del borracho, la originalidad perversa del dandy, la insensibilidad del ejecutivo activista, la del pedante erudito avaro de prestigio... Mucho podría decir del exceso de desconexión entre la intimidad personal y las manifestaciones de esas personas. Y de desconexión entre el instante presente y la historia personal pasada, y desde luego desconexión de las consecuencias personales y sociales de los propios actos.
No es verdad que "mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero" (aunque sí, desde luego, hago conmigo lo que quiero pero nunca "sin consecuencias" para mí mismo y para la sociedad, impunemente en su caso). Yo soy mi cuerpo, o yo soy corporal. Mi cuerpo no es una cosa que "tengo", como quien tiene un computer, o un reloj, o una casa, o un coche, o dinero en un banco, y lo exhibe. Y lo mismo qu hay intimidad personal en lo que mira a inteligencia y voluntad, y la hay en lo que mira a los deseos, también la hay respecto del cuerpo. Somos corporales. El exceso de exhibicionismo del dinero, del coche, del reloj no cancela mucha intimidad. Sin embargo, el exhibicionismo del cuerpo cancela buena parte de la necesaria intimidad.
Y esto, sin hablar de los medios de comunicación pública.
Por otra parte, conviene hablar de la "persona" completa, y no dejar caer todo el peso en el deseo y la sensibilidad, incapaz de hacerse cargo de la inteligencia y del amor. Eso es mejor que hablar sólo o sobre todo de "la conciencia" al modo freudiano, o hablar sobre todo del "sujeto" trascendental, al modo de las ideologías frankfurtianas, o hablar sobre todo del "yo", con los riesgos del solipsismo, a no ser -como dice Ricoeur- con ayuda de una eventual ética sin ontología al estilo de Lévinas. Pero esto sería ya demasiado, a los efectos de lo dicho.
Publicado por: JJGN | 28 junio 2005 en 09:56 a.m.
¡Qué buen comentario! ¡Gracias! Un saludo.
Publicado por: spanien11m | 28 junio 2005 en 01:38 p.m.
DISCULPAS
Reconozco que a esas horas tan tardías mi entendimiento anda un tanto espeso, así como mi capacidad de expresión.
PREAMBULO
Hoy pensaba escribir una anotación propia al respecto, yendo a lo concreto, pero creo que será mejor posponerlo, de hecho, nunca pensé en abordar estos temas tan personales en mi bitácora y sin embargo no he tenido más remedio que hacerme eco, renunciando a pronunciarme expresamente, pero no por eso renunciando al deber autoimpuesto de referenciar/reseñar todo aquello que considere interesante, comparta o no.
DESARROLLO
A veces no es conveniente idealizar demasiado al hombre, dada su imperfección. Un adolescente no tiene la misma visión de la sexualidad y/o amorosa que una persona adulta, más si ésta ha creado su propia familia, prole incluida.
Cuando se es joven, la química de nuestro organismo nos condiciona en exceso. Más adelante, con la progresiva pérdida inevitable del vigor sexual y la asunción de RESPONSABILIDADES, todo se ve de modo bastante diferente (aún así, es constatable una sobreabundancia de adultos "adolescentes", hombres mayoritariamente).
Idea fuerza: vivimos en una sociedad donde priman los valores adolescentes, es decir, la búsqueda del placer y el mínimo esfuerzo, la no asunción de responsabilidades, una sociedad en la que sólo existen derechos, los nuestros, y ninguna obligación.
El sexo por el sexo puede ser placentero o vacuo, depende. El problema radica en la necesidad del otro para su práctica (no entro en el onanismo/masturbación). Si las dos o más personas no coinciden en sus aspiraciones sexuales y/o amatorias es cuando se produce el conflicto (lo habitual, hasta hace unos años, es que el hombre joven quiere básicamente sexo y la mujer algo más, pero parece que los roles se han invertido, en especial en las grandes ciudades, donde hace tiempo que las mujeres llevan la iniciativa, pero ese es otro asunto).
Si las partes coinciden, no hay problema, al no existir ENGAÑO.
Queramos o no, es inevitable una cierta variedad en el historial amoroso antes de comprometerse definitivamente con alguien. Hoy en día, los vírgenes son objeto de burla, de mofa, por lo que muchos jovencitos están ansiosos de superar el motivo de la discriminación, sin importar bien poco todo lo que ello conlleva.
Si la familia no es capaz de inculcar sólidamente unos valores diferentes, poca influencia tendrá en el desarrollo sexual de sus miembros.
Hay personas que se sienten plenas sólo con el sexo sin aditamentos, para los cuales el otro es sólo la parte necesaria para su práctica. Bueno, es su opción, ni mejor ni peor, es la suya.
Yo apuesto por la combinación de sexo y amor, pero no siempre esa ha sido mi apuesta, y no sé si la seguirá siendo en el futuro ¿quién lo conoce? Por eso necesito que la otra persona coincida con mis dos anhelos, sin engaño.
Sexo sin amor y amor sin sexo son otras posibilidades. Nuestra vida es larga, por lo que nuestra sexualidad no necesariamente siempre es la misma, ya que también dependemos del otro, amén que nosotros mismos también cambiamos con el curso de los años.
Desconozco cómo viviré la sexualidad en mi senectud, cuando llegue ya me la plantearé, mientras tanto, mi elección actual es la sabia combinación de sexo y amor.
No todos pensamos y sentimos igual, hay que respetar la diferencia de criterio. Aquellos que pretendan IMPONERNOS su visión de la sexualidad, sea cual sea, contaré siempre con mi reprobación.
Dificíl asunto éste del amor, en el fondo es la misma cuestión: ¿cómo nos relacionamos con los demás? ¿los consideramos personas, con su dignidad, o sólo instrumentos, objetos a utilizar en beneficio propio?
Aquellas personas que ven lícita la prostitución, al producirse una contraprestación de servicios, difícilmente verán al otro como una PERSONA con DIGNIDAD.
Tales personas podrán ser muy simpáticas, agradables, pero desde luego que no serán objetivo preferencial en mi búsqueda/encuentro de la amistad, amorosa/sexual o no. Esa es MI ELECCION a día de hoy (y desde hace bastantes años). Los demás, que ejerzan su libertad para elegir, allá ellos. Si no coinciden con la mía, difícilmente profundizaré en la amistad.
PD: Por cierto, conocemos a mucha gente, pero amigos, de los de verdad, bien pocos, de ahí la conveniencia en cultivar la amistad, la verdadera amistad.
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Buenas vacaciones tengas siempre que vengas (a la red). Tal vez algunos antiguos alumnos las ansíen todavía más :P
Publicado por: maty | 28 junio 2005 en 07:34 p.m.
Sobre un aspecto de este asunto escribí y publiqué hace dos o tres años una "Fictual story". Pienso que ayuda a pensar acerca de lo tratado.
Antes de copiar esa "Fictual story", creo que viene bien una pequeña aclaración: el término "fictual" no es de invención propia, sino algo tomado de Mas'ud Zavarzadeh (“The Mythopoetic Reality: The Postwar American Nonfiction Novel." Urbana: U of Illinois, 1976), para describir lo que él llama "area of reality where the factual and the fictional converge in a state of unresolved tension: the factual is not secure or unequivocal, the fictional seems not all that fictitious or remote."
En todo caso, estas columnas o historias breves, de 600 palabras, en las que uno o varios personajes ficticios se mezclan con asuntos reales, las publico cada mes -con alguna ausencia- en la revista "Nuestro Tiempo" desde enero de 2000. Ni que decir tiene que cualquiera que escribe, bien "ficción" a secas, bien estas "Fictual stories", toma buena parte de lo que cuenta, más o menos descolocado, de su experiencia personal.
Dicho esto, aquí va la anunciada "Fictual story":
La chica de Ricky
Frank Stephan no oculta que Stephanovich es el apellido con que su padre llegó frente a la estatua de la libertad. Algunos pensamos que su oronda jovialidad viene del alma de la Madre Rusia que ilumina su vida desde dentro. Frank tiene don de gentes. Eso y sus dotes para ver historias donde no parecía haberlas, le hizo entrar en Hollywood como si aquello hubiera estado ahí, esperando su llegada. Ahora que los estudios han cerrado los viejos "Story Departments", Frank es senior executive story editor. Uno de esos escasos seres que con una simple palabra pueden encender la codiciada luz verde que abre las puertas del camino por el que las historias pasan del papel a las pantallas.
Frank busca escritores de historias que alumbren con luz propia. Eso implica tener que negociar con jóvenes tiburones que, indiferentes al cine y disfrazados de ejecutivos de historias, surcan a dentelladas las aguas de Tinseltown, la ciudad de las lentejuelas, negociando el fast money que dan los tiovivos de emociones fuertes y baratas, las películas de usar y tirar.
Frank nos convoco en el “Diaghilev”, en San Vicente Boulevard. Tan ruso, tan caro y tan fuera de lugar en West Hollywood, con sus grandes espejos y su música de balalaika, que es casi imposible encontrar mesa. Tim Cheat tenía cara de marrajo y, olfateando dinero, quería que su amigo Ricky Pike nos vendiera su historia a Frank y a mí, su asociado. Me concentré en mi homard du maine à la nijinsky, que no es otra cosa que langosta a la parrilla con flan de puerro y salsa de aceite de oliva, y Ricky nos lanzo su pitch: "un gigoló, que termina su MBA en Harvard, se enamora perdidamente de una estudiante de violonchelo, que es virgen". La clave de la historia estaba en dos palabras: la segunda y la última. El problema era la última.
Mientras discutían la injustificable virginidad de la chica, me di cuenta de que el flan de puerro no estaba en su punto, y también de que el tono irónico de Frank significaba que intuía algo en esa historia, pero estaba molesto porque no sabia qué podía ser aquello. También me di cuenta de que faltaban escasos segundos para que reclamara mi opinión. Y el caso es que yo no tenía ninguna. Dejé de dar vueltas con el tenedor al flan de puerro y tras un rezo a un santo de mi devoción, dije sin más: "la chica es virgen". El instante de estupor de los presentes permitió que de golpe viera nítida la respuesta. Dije sin más que los padres de la chica habían vivido en tal ambiente de promiscuidad, que el rechazo generacional le había hecho jurarse a la chica que sería virgen hasta el matrimonio. Ricky gritó, señalándome con el dedo: "esa es mi chica!" Y sobre la marcha, la chica pasó a ser la protagonista de una historia que encajaba mejor con el olfato de Frank. Con el postre decidió dar luz verde para escribirla, fascinado por la luz que veía en "la chica de Ricky".
Días después, mientras tomábamos un sofrito de foiegras con espinacas en el ambiente hispanofrancés del “Picayo” de Laguna Beach, le dije a Frank que la chica no funcionaba con ese pobre argumento del rechazo generacional. Lo que yo había visto en aquel momento ante el flan de puerro, y que no me había atrevido entonces a decir, es que esa chica era tan de una pieza, tan sencilla y tan fuerte como para creer en el amor como algo permanente, exclusivo y previsto por Dios para unir a un hombre y una mujer de aquí a la eternidad. Coincidimos, porque eso era lo que él mismo había intuido en la chica de Ricky. Ahora solo quedaba atreverse a escribir la historia.
Publicado por: JJGN | 29 junio 2005 en 11:07 a.m.