El diario El País ha publicado hace dos días (23-08-05) un editorial titulado "El estilo del Papa". Un editorial planteado y escrito con criterios y formas que parecen especialmente cuidados, según los estándares habituales en tratar estos temas. Aunque -apareciendo donde aparece- quizá ha debido producir algo de extrañeza o enfado, al menos entre sus lectores más romos o -digamos- burdos, que quizá han buscado especiales interpretaciones "para los entendidos". Un fenómeno en algo semejante al del artículo de Umberto Eco y las reacciones explícitas de sus lectore más romos u obtusos, fenómeno del que hablaba aquí mismo hace unos días. Aquí, en cambio, no hace falta revisar los impromptus verbales de los lectores, en la medida en que tenemos acceso a unas mínimas e interesantes estadísticas de lectores.
No se trata de destacar algo excepcional, al mencionar el editorial, sino algo que es mejor que no pase inadvertido. Y se trata, además, de destacar que ahora contamos en este diario con la ayuda del estupendo utillaje de cuantificación de lecturas y valoraciones que tiene la versión ahora abierta on line. Se agradece ese utillaje por parte de quienes nos interesamos por el fenómeno informativo, no sólo viendo lo que aparece en el escenario (digital, de papel), sino también -siguiendo con el símil teatral- lo que puede dar indicios de lo que hay entre bastidores y lo que se produce en la sala. Si el sistema es fiable, como es de suponer, resulta relativamente fácil hacerse una idea aproximada, todo lo improvisada que se quiera, de la recepción de los artículos. Cosa que hace sólo unos pocos años implicaba complejos y dudosos sistemas de análisis de contenido y hábitos de lectura.
En este caso, por ejemplo, sabemos que entre lo más leído en los últimos 7 días, el editorial el cuestión ("El estilo del Papa", 23-08-05) figura en segundo lugar, entre el titulado "Resentimiento trágico" (25-08-2005, sobre la muerte de 17 militares españoles en Afganistán) y el titulado "Incompetencia y engaño" (18-08-2005, sobre la muerte a tiros, por la polícía de Londres, del brasileño Jean Charles de Menezes).
Y sabemos que, al margen de los editoriales, en los últimos 7 días, los lectores se han interesado sobre todo por leer "Google lanza su servicio de voz y mensajería a través de Internet", seguido de "Angelina Jolie y Brad Pitt, un tórrido culebrón estival" y en tercer lugar "Bunbury cancela su gira y se retira de forma indefinida". Mientras que han valorado más (recomendando leer a terceros) estos textos: "La aurora boreal y la cópula" (22-08-05), "Ungüentos verbales" (25-08-05) y "El militar que llevamos dentro" (20-08-05), los tres de Juan José Millás.
Editorial: El estilo del Papa. Joseph Ratzinger, amigo personal y colaborador directo de Wojtyla, ayudó a configurar el largo e intenso pontificado de Juan Pablo II y su elección como Papa, en el cónclave de abril, se interpretó como una opción continuista. Benedicto XVI parecía destinado a ser un hombre de transición, un eco amortiguado de la voz que dominó el catolicismo durante más de un cuarto de siglo. Esa impresión se desvaneció el domingo en un descampado próximo a Colonia. Benedicto XVI superó con holgura la prueba de su capacidad de comunicación con los jóvenes y, a la vez, indicó a la comunidad católica un cambio de rumbo. Tras el misticismo entusiasta de un pontífice polaco, se abre la era rigurosa de un teólogo alemán para quien no bastan la voluntad y las emociones: razón, coherencia y disciplina son las nuevas consignas. Wojtyla revitalizó la peregrinación, una práctica religiosa muy arraigada en el medievo, e instituyó las jornadas mundiales de la juventud para insuflar entusiasmo en un catolicismo un tanto perplejo tras el Concilio Vaticano II y hasta cierto punto impregnado por las dudas intelectuales de Pablo VI. Ratzinger no planteó objeción alguna a la extraordinaria peregrinación de Colonia; es más, mostró que la apreciaba y la disfrutaba. Precisó, sin embargo, que la "espontaneidad" de los nuevos movimientos carismáticos, que tanto complacían a Juan Pablo II y que tanto atraen a los jóvenes, comportaba el riesgo de la fragmentación doctrinal; que la fe debía traducirse en práctica cotidiana "en comunión con el Papa y los obispos"; y que el sentimiento y las canciones no bastaban. Tampoco bastaba aprenderse el catecismo, pero insistió en que ésa era una condición indispensable para vivir como católico. Los discursos de Juan Pablo II abundaban en frases pegadizas y en mensajes dirigidos directamente al corazón. Los de Benedicto XVI son piezas densas, trabajadas, que apelan a la razón del oyente y reclaman su esfuerzo intelectual. Ratzinger fue guardián de la ortodoxia como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe y sigue siéndolo; añade ahora a esa función la de pastor de la Iglesia, y se propone ejercerla con exigencia. Benedicto XVI no ofrece caminos fáciles. La fe católica, para él, no es un conjunto de opciones que satisfacen o consuelan, sino un modo de vida integral. Su visión empezará a traducirse en hechos a partir del sínodo de otoño, y parece indudable que la Iglesia de los próximos años tendrá más letra y menos música. |
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