Termina la celebración de la misa en Marienfeld. He visto en televisión muchos miles de sonrisas abiertas, pacíficas, alegres. Nunca había visto tanta gente sonriente en las pantallas. He oído palabras fuertes, dichas con respeto y claridad. He visto y oído rezar a más de un millón de personas juntas (NYT), la inmensa mayoría jóvenes: alemanes, italianos, franceses, españoles y de 192 países del resto del mundo. Muchos Cardenales, Obispos y sacerdotes, algunos políticos alemanes. Más de seis mil periodistas.
Veo que quizá la extraordinaria realización televisiva de ayer y hoy no ha llegado a todos los hogares que hubieran deseado presenciar este evento único y mundial. Sin duda hay poderes políticos y empresariales, exclusivamente ideologizados y monetarizados, que no lo consideran algo digno de ser contemplado. O, lo que quizá es más probable, viéndolo, prefieren hacer mirar a la gente hacia otro lado. Leo en Analisisdigital, citando a Benedicto XVI en su contexto de telespectadores frustrados:
“La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que le priva de su dignidad y lo esclaviza”. El Santo Padre se refería a las ideologías del mundo contemporáneo, entre las que ocupa un lugar destacado el consumismo. De ahí que sus profetas, las grandes televisiones, sientan la necesidad de ignorar un acontecimiento como el de ayer o, al menos, de contarlo “a su manera”.
Benedicto XVI no promete un camino de rosas ni un elixir de la eterna juventud. Todo lo contrario. Plantea una exigencia radical a sus jóvenes interlocutores: la santidad. Y les advierte que sólo la entrega total de uno mismo conduce a la felicidad, no su búsqueda obstinada.
Quizá por esto conviene repetir aquí algunas (sólo dos más) de las muchas sorprendentes palabras, jóvenes, fuertes y sabias palabras, razonadas por Benedicto XVI. Sobre todo porque las ha pronunciado totalmente en serio. Como hace el maestro que es y el intelectual o profesor que ya no puede dejar de ser. Y el caso es que, o bien se toman esas palabras en serio, o bien nos olvidamos de todo lo que diga, cualquiera que sea la ocasión y el asunto tratado.
Lo dicho en la sinagoga judía o lo dicho en la reunión con los musulmanes, no es sólo serio, importante y relevante porque lo destaquen algunos políticos, periódicos o televisiones, entendiéndolo políticamente. Cierto que tiene una dimensión política pacificadora, pero su sentido es de mucho mayor alcance, porque quien las dice lo hace pidiendo a Dios que sea el pacificador. En todo caso -si somos medianamente lógicos y coherentes, cosa que quizá es mucho pedir en estos tiempos que absolutizan relativos- hay que pensar que es relevante lo dicho en Marienfeld. Porque a eso había ido a Alemania.
Por eso, improvisando, sin papeles en mano, al llegar a Marienfeld ha recordado el sentido de su encuentro con las comunidades hebreas e islámicas: "estamos aquí para que el Señor impida que las divisiones nos alejen los unos de los otros y para que en el mundo impere la justicia: rezo por esto".
Luego, en la homilía, ha hablado del doble y pleno sentido de la palabra "adoración" como "unión" amorosa, y no simple e incompresible "sumisión" (recordando el "leit motiv" del viaje, los Reyes Magos o Sabios, hoy científicos e intelectuales):
La adoración, hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el Totalmente otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la Última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra "adoración" en griego y en latín.
La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra será posible solamente en el segundo paso que nos presenta la Última Cena.
La palabra latina adoración es ad-oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser.
La otra palabra que entiendo ha explicado bien es precisamente "religión". Sin ahora detenernos a improvisar comentarios que serán superficiales, no está de más repensar un poco lo que ha dicho al respecto:
En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no.
Y de este modo, junto a olvido de Dios existe como un "boom" de lo religioso. No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Puede darse también la alegría sincera del descubrimiento. Pero exagerando demasiado, la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que place, y algunos saben también sacarle provecho. Pero la religión buscada a la "medida de cada uno" a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte.
También ha hablado de otros asuntos, como los libros, el absurdo de las guerras de religión, la necesidad del proselitismo o el cuidado de los ancianos, pero quizá haya otras ocasiones para recordarlos. Unas pocas palabras dichas con convicción dan mucho de sí, si las piensa alguien que pretende escribir.
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