Leo en El Confidencial Digital (Sofres no logra explicar el “baile” de dos millones de telespectadores de Iñaki Gabilondo y Cuatro: las cadenas de TV investigan) el extraño caso de unos datos de audiencia proporcionados por Sofres (ver "Audimetría") en el estreno de Cuatro:
"Las cadenas de televisión están investigando internamente las mediciones de audiencia realizadas por Sofres durante el telediario de Iñaki Gabilondo en Cuatro. No se explican que dos millones de telespectadores se pusieran de acuerdo para apagar y encender el televisor al mismo tiempo.
(...) Las cifras eran muy claras: los datos durante el Telediario de la noche de Cuatro mostraban que en varios momentos hubo entre dos y dos millones y medio de telespectadores que encendían y apagaban sus televisores al mismo tiempo.
Este suceso ha hecho saltar las alarmas en la competencia que están realizando investigaciones internas sobre las estadísticas para encontrar a qué se ha debido ese fenómeno.(...)"
Veremos en qué queda este caso.
De todos modos, entiendo que el problema básico es otro. No es de entrada ni de error o presunta manipulación, ni de la cuestionable fiabilidad estadística de que los datos tomados con 3.305 aparatos de medida en los hogares españoles se extrapolen para dar la "audiencia", el "share" y el "rating" de un programa. Porque eso son -en el mejor de los casos- valores estrictamente relativos entre las ofertas analizadas.
Hay otra cosa que no está de más pensar, aprovechando esta atención a las cuitas de unas mediciones de audiencias. Y es que, estas mediciones son -en definitiva- medición de "mercancía". Y uno, como persona, no quiere ser ni visto, ni menos contabilizado como "mercancía". Porque eso es la audiencia: la "mercancía" que los medios ofrecen a los publicitarios y propagandistas en un libre mercado. No es un mercado de esclavos, pero se habla de "fidelizar" (eufemismo de "esclavizar") la audiencia. No es mercado de traficantes, de inmigrantes, de prostitución, de droga... No es eso, por supuesto, incluso aunque se hable de la televisión, y a veces lo sea, como de una droga.
A fin de cuentas, la televisión y sus audiencias, forman parte de un mercado en el que la mercancía que se negocia somos nostros, los ciudadanos. Cuantitativa y cualitativamente (según nuestro "status" de capacidad de gasto). Es patente que las cosas funcionan así, y hay que rendirse a la evidencia. También es patente que no sabemos hacerlo de otro modo mejor en la sociedad mercantilizada en que vivimos. Pero, en todo caso, es patente también que tener que lograr audiencia "como sea", no ayuda a incrementar la calidad de los programas -valga la sutil distinción- informativos y de entretenimiento.
El público, convertido en “audiencia”, ha sido y es –en buena parte de los casos- “el producto” o "la mercancía" que las grandes empresas de comunicación primero conquistan, y luego “venden”, para ser sometidos, bien a la propaganda de los poderes políticos, bien a la publicidad comercial de los productos fabricados por otros empresarios.
Por eso, las cifras de difusión de los medios impresos y el “rating” y el “share” de los programas audiovisuales se han convertido hoy en noticias de interés general. Porque el público es básicamente “audiencia”. Este es el precio que las personas y los ciudadanos nos encontramos pagando de entrada, al vivir en una “sociedad de la información y del entretenimiento” inserta en una “sociedad de mercado”.
El comentario sobre las mediciones de audiencia ante el "nacimiento" de Cuatro me ha sugerido algunas ideas que paso compartir un poco a vuela pluma. Una de ellas está en estrecha relación con el futuro de las fuentes de ingreso de la industria cinematográfica (y diría que de la audiovisual, en general). Me parece que, al final, se trata de que nosotros los espectadores de TV y cine nos planteemos si queremos seguir "trabajando" para la gran industria del entretenimiento sin más beneficio que la elección precipitada de películas, el incremento de nuestro consumo y en muy raras ocasiones el disfrute ante una buena historia. Dado que quizá no nos habíamos dado cuenta de que somos "reductibles" a números y estadísticas tranquilamente y que se juega con nuestra supuesta participación ciudadana considerándonos meros medios, a lo mejor resulta que vamos a tener que pedir cuentas o remuneración a los jefes mediáticos (incluidas las fuentes publicitarias) por ese trabajo industrial que, en ocasiones óptimas, se pagaría con un producto de calidad. La otra opción para salir de la esclavitud de los poderosos medios audiovisuales es quizá una cuestión de actitud personal razonable: a lo mejor resulta que es mejor entender a los medios como a una especie de anemolianos ridículos que empiezan a desfilar ante la mofa y el asombro de los habitantes de Utopía ( quizá los espectadores con criterio...) como se observó en el nada estelar estreno del hombre-informativo-Gabilondo. Digo es mejor cambiar de actitud y dejar que la industria se agote de sí misma por puro aburrimiento. Las industrias dejan de funcionar si el engranaje se oxida. Gracias.
Publicado por: Ruth Gutiérrez Delgado | 21 noviembre 2005 en 02:30 p.m.