Con gusto escribo algo acerca del Congreso en el que acabo de estar. Aunque de entrada escribo sólo animado por las dos peticiones que hay como comentarios en el post anterior, no porque realmente tenga afán de contar nada. A fin de cuentas, o bien parece que no hay nada nuevo bajo el sol, si se mira de un lado, o bien son demasiadas noticias, aún sin sedimentar, si se mira de otro.
No es fácil rendir cuentas sintéticas e inmediatas de un Congreso. Y menos, de uno que tiene lugar bajo el titulo general de “Católicos y vida pública”, esta vez -en su séptima convocatoria- con el título específico de "Llamados a la libertad", en el que se han simultaneado varias mesas redondas entre las que elegir y por tanto no ha sido posible escuchar todo lo dicho y debatido. En cualquier caso, hay un buen sitio web, en el que felizmente aparecen y pueden descargarse notas de prensa con algunos pormenores sintéticos de lo dicho, algunas declaraciones y un dossier (descargable en .pdf) con recortes de prensa. Y entiendo que sigue el blog con noticias.
¿Odiar la grandeza humana?
Puestos a hablar en primera persona e improvisando a vuelapluma, diré que tuve una interesante y más o menos larga conversación con Robert Spaemann, gracias a que hablamos un francés más o menos fluido, y gracias desde luego a que había una sala para que los ponentes pudiéramos tomar un café y charlar al reparo del tráfago de gentes en pasillos, salas y escaleras. Hablamos –si se pudiera titular lo que me parece que fue el núcleo de la conversación- de la “haine contre la grandeur de l’homme”, del odio contra la grandeza humana que se puede apreciar en la sociedad más o menos nietzcheana en que vivimos. Tiempo habrá para comentar aquí algo de este odio, que hoy se entiende en parte dirigido hacia la religión y en concreto hacia la Iglesia católica.
Concidimos al hablar en que los tonos de la tragedia griega, aplicados a rajatabla, hoy no van bien con la dignidad humana. Una mirada del tipo de la de Flannery O’Connor, más cercana a la comedia dantesca, o “divina commedia”, resulta mucho más adecuada, aunque quizá no sea fácil de apreciar en nuestros días, tan alejados de las dimensiones dramáticas “cómicas” respecto de la situación humana ante una mirada divina, y tan propensos a plantear “tragedias” por doquier en un mundo sin Dios.
En su ponencia, Spaemann había hablado de que "es sorprendente" que en una sociedad secularizada, donde se ha confinado a Dios fuera del ámbito de lo público, "seamos los cristianos los que defendamos la razón en la búsqueda de la verdad". (No pude evitar recordar entonces la "catchphrase" de Scriptor). Y agregó que "en democracia, ningún ciudadano puede abandonar su responsabilidad como corresponsable de las leyes", porque los ciudadanos no son "sólo súbditos, sino parte del sujeto de la soberanía. No sólo están sometidos a las leyes, sino que son corresponsables de las leyes".
Las aulas magnas, y las salas un poco menos magnas estuvieron por sistema a rebosar de personas, en sentido estricto literal, conectadas con proyección de imagen y sonido para las sesiones plenarias en que todos querían asisitir, sin lugar físico para hacerlo. Los pasillos eran un auténtico hervidero de asistentes (más de 1.500), que –es lógico- querían hablar con gentes como (menciono de memoria a quienes he saludado) Spaemann, Walesa, Introvigne, Neuhaus, Andrés Ollero, Jorge Trías, Eugenio Nasarre, Cristina Lopez Schlichting, Aquilino Polaino, Enrique Rojas y otros conocidos y conocidas. Incluyendo al Ex Presidente Leopoldo Calvo-Sotelo, al Cardenal Rouco o al Vicepresidente del parlamento europeo, Mario Mauro.
También he podido encontrar a colegas de tareas académicas, como (sigo citando de memoria: perdón por los olvidos) José Angel Cortés, Bogdan Piotrowski, Luis Nuñez Ladeveze, Juan Orellana, Higinio Marín, Rafael Alvira, José Antonio Ibáñez-Martín, Tomás Melendo, o Victoria Uroz. Y muchos otros más. Esto para decir que el Congreso en sí mismo ha sido un éxito de convocatoria de público y un éxito de organización, no sólo por reunir cerca de un centenar de ponentes conocidos o menos conocidos que tenían cosas interesantes que decir. Si sirve para dar una idea, al ser esta la primera vez que soy invitado, también impresiona recibir las actas del Congreso del año pasado, la VI convocatoria (noviembre 2004), que ocupan dos volúmenes de 1.150 y 1.230 páginas, respectivamente. Bien es cierto que el CD-Rom pesa mucho menos.
Ha habido dos temas que he escuchado mencionar y glosar varias veces, de modos diversos, en distintos foros del Congreso. Uno de estos temas es netamente político, fue planteado directamente por Joseph Miró i Ardèvol, presidente de e-cristians, y tiene que ver con las ventajas de lograr una mayor representatividad por parte de los (valga la redundancia) los representantes electos en el parlamento. Al modo británico. De forma que puedan responder más o menos directamente ante sus electores en asuntos previamente comprometidos, sin resguardarse en el magma impersonal y anónimo de un partido que negocia en los pasillos con otro(s) partidos.
Laicidad positiva
El otro tema es el planteado –entre otros- por Andrés Ollero, en torno a la “laicidad positiva” reconocida por el Tribunal Constitucional como tercera vía de normalidad cívica entre las tendencias que en sus extremos sitúan el puro laicismo al estilo francés o español de los últimos tiempos y el puro fundamentalismo del tipo que se asocia con el islamismo. Es decir, “laicidad positiva” que implica reconocer en España los “derechos de la mayoría”, en este caso católica, ahora que tan de moda está tener en cuenta los derechos de las minorías, a veces minúsculas.
Dicho de otro modo, “laicidad positiva” que supone el “derecho a no ser tolerado” por el laicismo imperante, o ser considerado como un ciudadano marginal o raro, de segunda o tercera clase, por vivir en la esfera pública social de acuerdo con las propias convicciones religiosas.
A fin de cuentas, el ateísmo o el laicismo beligerantes resultan ser peculiares convicciones religiosas que –en lugares concretos- pretenden imponerse con impunidad como criterio de normalidad en la vida social. E imponerse en la enseñanza pública de un país, por ejemplo, so capa de “neutralidad” sólo porque ese es el parecer del ministro o del gobierno de turno. Hubo quien comentó con ironía el absurdo de ver practicado este procedimiento en escala reducida: por ejemplo, si quien resulta ser elegido gestor de una comunidad de vecinos, de pronto se empeña en decir a los demás vecinos del edificio cómo van a ser educados los hijos de las familias que viven en el inmueble…
El "tabaco del pueblo"
Tuve ocasión de hablar con Andrés Ollero acerca de varios asuntos. Para quitar hierro sin dejar de señalar el punto que conversábamos, me contó en un momento dado que circula por los mentideros políticos de la Villa y Corte de Madrid el decir que “la religión ya no es considerada el opio del pueblo”. Ahora se la considera “el tabaco del pueblo”: puede usted, si quiere, practicar su religión, fumar su tabaco, pero hágalo en su casa. Mejor no hacerlo en lugares públicos, porque es perjudicial para la salud... No está mal como ironía que pone un dedo y retrata la llaga laicista con la que cínicamente se hiere a toda la sociedad.
“Etsi Deus daretur”
Por eso mismo, recomiendo leer la tercera página del diario ABC (“Libertad sin ira”) que Andrés Ollero escribió durante el Congreso. Interesante modo de plantear la sustitución del viejo adagio programático “etsi Deus non daretur” por un el no menos interesante panorama que se ofrece, al tomar en serio lo hablado por Habermas con Ratzinger, con un adagio programático del tipo “etsi Deus daretur”. Es decir, atreverse a pensar y trabajar como si Dios existiera.
Dice Ollero: “Pensar que ello afectaría a la obligada neutralidad de lo público no dejaría de entrañar una falacia. Cabe sin duda discutir si es preciso suscribir un planteamiento inmanente o trascendente del ser humano; entender que sólo una de esas respuestas implica una toma de partido lleva a suscribir una pintoresca neutralidad, que permite al otro planteamiento, precisamente el minoritario, imponerse sin necesidad de discusión.”
Por eso se habló, como digo, de tomar en serio “los derechos de las mayorías” en un sistema democrático. Quizá podría considerarse el tercer asunto escuchado que ahora me viene a la memoria, tras la representatividad de los representantes democráticos y la “laicidad positiva” reconocida por la Constitución como tutela de las creencias y prácticas religiosas, de la libertad religiosa, y no el laicismo beligerante de las minorías gobernantes que niega esta libertad.
Prevaricación y "captatio malevolentiae"
No está de más quitar un poco de hierro trágico a algunas dramatizaciones que parecen excesivas. Por eso, y puesto a hablar de lo dicho antes de que alguien lo pregunte, en la breve presentación oral resumida de mi ponencia -en la mesa sobre "libertad y tiranía mediáticas"- traté de hacer ver, con un poco de ironía y sin entrar en detalles locales, cómo la prevaricación no es sólo un abuso del poder político que busca justificarse ante sus mismas víctimas y ante el público circunstante, sino que también implica un fuerte abuso del lenguaje en la comunicación, hasta llegar a la “captatio malevolentiae” de la víctima, un encuadre retórico muy bien glosado por Umberto Eco.
La sala rió al escuchar aquello que dice Tomás de Aquino: “si tienes un caballo tuerto, lo mejor es que no sea muy veloz”. Y al caer en la cuenta del corolario que dice: “si un gobernante es poco inteligente, cuanto más vago sea, mejor”. Hay pocas cosas que sean tan efectivas a la hora de organizar desastres como lo es un tonto hiperactivo. De todos modos, se trataba de desdramatizar un poco la situación, que para más de uno parece negra, buscando provocar la sonrisa. Cosa que, de ordinario, suele dar un cierto dominio sobre una situación, por muy dramática que parezca o sea… El texto, que ocupará unas cuantas páginas en las Actas, está escrito en tono más académico.
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