Me pregunto qué escribirán estos días los que se rasgaron las vestiduras e hicieron bromas cuando un actor (mediano tirando a malo) como Ronald Reagan llegó a ser gobernador de California y luego Presidente de los Estados Unidos.
Con independencia de que los USA hayan sido y sean aún el país de las oportunidades -y el caso de Ronald Reagan lo pone de manifiesto-, la verdad es que ya no resulta tan difícil ver qué relación hay entre ser actor y ser político. Sobre todo, cuando los asuntos políticos se ven, se miden y se miran con criterios de encuestas sobre la fama y la imagen de los políticos.
Hoy en día los medios han planteado, por ejemplo, el enfrentamiento en California del gobernador Arnold Schwarzenegger (visto como “Terminator” o "Mr. Muscles") haciendo campaña en el referendum californiano a favor de unas cuantas proposiciones de ley mientras que Warren Beaty (visto como “Dick Tracy”, y no como “Bonnie & Clyde”) hace campaña en contra ("run, Warren, run").
Los programas de gobierno (y sus no-indiferentes propuestas para la vida ciudadana) quedan, los pobres, más o menos arrumbados detrás de esas figuras de fama e imagen, porque –dicen algunos y muchos creen- que a fin de cuentas los programas no importan, porque vienen a ser lo mismo.
Sabemos que no es así, pero en tiempo de elecciones o votaciones parece como si sobre los programas y las propuestas de gobierno hubiera caído el inexorable peso (hegeliano o leninista) de la historia al que hay que someterse como uno se somete –sin discusión- a la ley de la gravedad. Hoy esa democracia "popular" del materialismo teórico es una losa histórica que aplasta menos naciones. Pero se ve crecer otra losa, la de las democracias "de mercado", una especie de materialismo práctico, que asoma por encima de nuestras cabezas. Puede parecer exagerado, y quizá lo es, pero la cuestión está ahí cuando observamos que lo que cuenta es la imagen del líder y los medios técnicos y financieros para fabricarla y difundirla. Hoy los programas de gobierno, en principio, se diría que van (más o menos ocultos) incluidos en el precio del marketing y la publicidad.
Lo que llama la atención, de todos modos, son nuestras reacciones ante los casos concretos. Por ejemplo, no está de más pensar en nuestra reacción cuando la prensa "seria" presenta (y presenta o presenta) el protagonismo de un futbolista como “el Pibe” Diego Armando Maradona, vistiendo una camiseta "Stop Bush" como representante y portavoz de Fidel Castro, “el Líder Máximo”, en Mar del Plata. Y es el compañero de saltos gimnásticos de Chavez en la manifestación anti-Bush.
¿Esto es un modo democrático de hacer política? ¿O es un modo "mediático" de hacer política? ¿El que el modo sea "mediático" hace que automáticamente sea "democrático"? No es momento de hablar de carros puestos por delante de los bueyes, ni del presunto control mediático de los poderes, ni de otras tantas cosas...
Supongo que llama la atención y produce cierta dosis de vergüenza ajena, ver a Maradona diciendo que “Castro es dios”, o que “para mí el comandante es un dios”, con diversas variaciones sobre el tema, al tiempo que asegura literalmente que “Bush es un asesino”, como reproduce la prensa, de nuevo "seria", de todo el mundo (ver reuters en xtramsn, o Repubblica, por ejemplo). Sin ningún comentario al respecto. Da la impresión de que en esta ocasión a la prensa le ha dado un ataque de objetividad con “hechos sagrados”, al tiempo que otro de ceguera, que nos deja sin “opiniones libres”.
Sin dramatizar las cosas, no estoy del todo seguro de si nos tomamos en serio a nosotros mismos, como ciudadanos, cuando leemos, vemos o escuchamos cosas así, y quedamos impávidos. Más bien da la impresión de que somos simples espectadores (partidarios, por supuesto, pero como en el fútbol) de un entretenimiento más. Pero se trata de un entretenimiento al que antes parece que se llamaba política, y tenía que ver con el bien común. Ahora parece más bien un espectáculo populista que prepara o confirma gobiernos demagógicos. No precisamente tan democráticos como machaconamente se repite.
Ni Schwarzenegger, ni Beaty, ni Chavez ni Castro ni Bush, ni por supuesto Maradona, son una especie de Robin Hood, por mucho que quieran parecerlo, cada uno a su modo y maneras. La política no es literatura o teatro, ni tampoco un “reality show”, sino –en el peor de los casos- un show real. Aunque quizá estos protagonistas sean simples marionetas del dictador o del aparato del partido de turno.
¿Ser famoso en el cine o en el fútbol convierte en expertos en política? Por lo visto, sí. Al menos en el escenario mediático este "show" produce lectores y espectadores, y quizá produzca votos en las urnas.
De todos modos, no hay que perder la esperanza. Shakespeare no dijo aquello de "All the world’s a stage, / And all the men and women merely players" (As You Like It, act 2, sc. 7) en este sentido.
Comentarios
Puedes seguir esta conversación suscribiéndote a la fuente de comentarios de esta entrada.