Entre tanto comentario periodístico, me he tomado con cierta calma la lectura de la Encíclica "Deus caritas est", "Dios es amor", la primera que Benedicto XVI dirige a todos los fieles cristianos. Y he de decir que me he quedado muy sorprendido, casi de piedra, al llegar -en la segunda parte- al punto 28. Por una mera razón de tipo personal, que enseguida refiero.
De ahí que, puestos a escribir algo acerca de la Carta Encíclica, como más de uno me ha pedido, deje ahora de lado tantas cuestiones ligadas al "eros" y el "agape", a la carne y al espíritu, al sexo y el amor matrimonial, a Nietzsche, Dante, Virgilio, Descartes, el Cantar de los Cantares o a la Madre Teresa de Calcuta. Y pido excusas de antemano, por llevar este asunto, tan universal y rico de contenidos y referencias, a un arrimo tan particular y a fin de cuentas algo egoísta, al escribir en primera persona y a vuelapluma.
He de decir que con la lectura de este cuidado texto (iba a advertir que parece amorosamente escrito) va creciendo la idea de que, puesto que Dios es amor, hay que tomar en serio sus palabras y reconducir la actitud más o menos teórica o pasiva como lector hacia lo que plantea el viejo dicho castellano: "obras son amores y no buenas razones". He leído muchas buenas razones en los comentarios de prensa, y otras no tan buenas, sectarias. Es normal que así sea. Pero he encontrado menos alusiones a este sentido global práctico y operativo de la Encíclica, que no es la lección académica de un filósofo ni de un teólogo, sino el programa razonado de acción que un padre plantea y encomienda a toda su familia.
El caso es que en el punto 28 (hacia los 2/3 del texto), cuando comienza a hablar de "la relación entre el compromiso necesario por la justicia y el servicio de la caridad", pone en juego dos razones. Y comienza a exponer la primera, diciendo:
"(...) El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones, dijo una vez Agustín: «Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia?».[18] Es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22, 21), esto es, entre Estado e Iglesia o, como dice el Concilio Vaticano II, el reconocimiento de la autonomía de las realidades temporales.[19] El Estado no puede imponer la religión, pero tiene que garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de las diversas religiones; la Iglesia, como expresión social de la fe cristiana, por su parte, tiene su independencia y vive su forma comunitaria basada en la fe, que el Estado debe respetar. Son dos esferas distintas, pero siempre en relación recíproca.
La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética. Así, pues, el Estado se encuentra inevitablemente de hecho ante la cuestión de cómo realizar la justicia aquí y ahora. Pero esta pregunta presupone otra más radical: ¿qué es la justicia? Éste es un problema que concierne a la razón práctica; pero para llevar a cabo rectamente su función, la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente.
En este punto, política y fe se encuentran" (...).
[18] De Civitate Dei, IV, 4: CCL 47, 102.
[19] Cf. Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.
Como digo, al llegar a estos párrafos, me que quedado sorprendido. Gratamente sorprendido y un poco bloqueado. Me explico, porque no creo de entrada en las casualidades.
Hace unas cuantas semanas (ya meses), se dió la circunstancia de que me tocó pronunciar la lección inaugural del curso académico, la "Prolusione", en mi Universidad romana. Y hablé del "framing" y de la relación entre palabras y cosas en la comunicación pública. Puesto que entre los colegas presentes había, entre otros, filósofos y teólogos, y no sólo gentes de la comunicación, también pensé en ellos al escibir esa lección.
La cuestión está en que -al referirme al "framing", a veces reduccionista de la trascendencia metafísica y religiosa, reducida a ideología y política- tomé pie exactamente en la misma frase, fuerte, clara y rotunda, de S. Agustín que Benedicto XVI comenta en esta Encíclica, según la cual, "Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones". Una frase, por otra parte, muy de actualidad.
Después de razonar sobre algunos de los planteamientos de Maxwell McCombs, Noam Chomski, Lars Gustafsson y George Lakoff, y sobre el carácter beligerante y partidista que hoy parece predominar como tendencia en la comunicación pública, dije que:
Si la trascendencia metafísica y religiosa se mide con un “frame” de categorías ideológicas inmanentes, no debería extrañarnos, a fin de cuentas, que aflore en nuestros días la mencionada beligerancia, que busca expulsar la trascendencia metafísica y expulsar a Dios de los discursos y diálogos públicos de la sociedad.
Si hoy prima un “frame” de guerra para lograr el poder, entonces –recuerda el filósofo Fernando Inciarte- no hay lugar real para la razón raciocinante y prudencial como sistema capaz de separar y distinguir entre el bien y el mal, y capaz de distinguir entre realidad y representación.
Y en esta tesitura tendremos que considerar, con San Agustín, como hace el filósofo Inciarte y el teólogo Ratzinger, que si “uno Stato, il quale si riferisse solo agli interessi comuni propri e non alla giustizia in sé, alla vera giustizia, non sarebbe strutturalmente differente da una ben ordinata banda di predoni”. Hoy no faltan Estados –y con ellos, no pocas instituciones políticas o corporaciones comerciales, también de comunicación- que tienen por justicia aquello que garantiza la estricta conservación de su poder.
Si las representaciones ocupan el lugar de los conceptos, y no somos capaces de ver espiritualmente las estructuras de la realidad y de la misma naturaleza humana, perdemos de vista el primado de la verdad sobre la libertad. Y entonces pasan al menos dos cosas.
Por una parte desaparece la verdad y todo son opiniones. Y por otra, se pierde de vista la necesidad de “collaborazione dell’agire umano e dell’agire divino nella realizzazione piena dell’uomo” . Y con tal doble pérdida de vista, perdemos la posibilidad del “re-framing” sustancial, capaz de salir de los “frames” reduccionistas: el “re-framing” que consiste en situar, al menos implícitamente, la acción moral humana dentro de la perspectiva de la gracia divina. (*)
Como supongo que se entiende, la sorpresa y el agrado sin complacencia han sido intensos, al descubrir haber estado trabajado sobre un asunto que esta Encíclica pone muy de relieve, y precisamente tomando pie en la misma perspectiva filosófica y moral planteada sin ambages por S. Agustín, por Inciarte y Ratzinger, y ahora por Benedicto XVI.
Si una institución, sea un Estado o un grupo mediático, solo tiene en cuenta sus propios intereses y no la razón de justicia en sí misma considerada, la razón de la verdadera justicia, esa institución no se diferenciaría estructuralmente de una bien organizada banda de bandidos, de delincuentes.
Entiendo que ésta es -desde luego- una cuestión central de la razón política de la comunicación y al tiempo de su carácter tantas veces reduccionista respecto de la justicia debida a la naturaleza y dignidad humana. Pero como tuve que desentrañar la referencia entre la copiosa bibliografía de ambos autores, también pensaba que estaba poco menos que exhumando unos textos e ideas más o menos olvidados, a pesar de su actualidad.
Puesto que no tengo dotes de adivinación, ni especiales contactos con el Papa, no me queda otro remedio que remitir esta sorprendente coincidencia en la "razón práctica" a la casualidad o a la providencia. Y puesto que no creo en la casualidad, entiendo que este punto (el n. 28), en el que Benedicto XVI comienza a exponer la relación en la práctica de la justicia y la caridad, de la política y la fe, es uno de los puntos focales de la Encíclica.
Lo ahí dicho es algo que está en el aire de nuestros días. Esto lleva a considerar que Benedicto XVI respira este aire, con los pies en el suelo. Y que se trata del mismo aire que se respira cuando se pretende pensar en serio, con los pies en el suelo, los fenómenos de la comunicación pública, sin sacarla de ese contexto coherente de la "razón práctica" formado por la justicia, la política, y sin olvidar la fe y la caridad. Por aquello de la "ceguera ética" que puede acontecer, derivando de "la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran".
Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. En cualquier caso, no todo lo humano ha de ser para el César. Mucho más cabe decir a propósito del simple inicio del n. 28 de "Dios es amor". No digamos ya lo que se adivina respecto del texto completo. Un lujo.
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(*) Ahorro las citas eruditas: la mención de S. Agustín por parte de Joseph Ratzinger está tomada de La via della fede. Le ragioni dell’etica nell’epoca presente, Ed. Ares, Milán, 1996, p. 29. Y la mención de la misma frase agustiniana por parte de Fernando Inciarte, de Imágenes, palabras, signos. Sobre arte y filosofía, Ed. Eunsa, 2004, pp. 30-35.
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Actualización (27-I-2006): Acerca de los comentarios sectarios de prensa que menciono al comienzo (y que no son tantos), es muy recomendable leer Editorial sólo para incondicionales, escrito por Montse en Internetpolítica. Es ejemplar el "fisking" a que somete el sectarismo del editorial de El País. Aprovecho para agradecer a Maty la presentación conjunta en menéame de la anotación de Montse con esta misma que ahora actualizo. Y agradezco tambien la llegada de numerosos lectores desde conoZe.com, muy bien trabajado por Juanjo Romero.