No quisiera intervenir demasiado a propósito de las próximas elecciones italianas, sobre todo porque no es fácil conocer los intríngulis de la política de este país. No entiendo, por ejemplo, que –siendo las actividades mafiosas una de las principales lacras del país- nadie (desde ninguna parte del arco parlamentario) haya dicho ni siquiera una sola palabra al respecto durante toda la campaña electoral.
No quisiera intervenir, pero a cualquiera sorprenderá sobremanera ver aparecer a un periodista, en un programa de debate con políticos, con una mordaza que él mismo se ha puesto en la boca. Es lo que ha hecho Giuliano Ferrara, director de “Il Foglio”, en el programa de ayer Otto e mezzo del canal “La7”. Y lo ha explicado en su periódico.
Ferrara se ha presentado de semejante guisa, tras lo sucedido con un debate más o menos previsto (esto es lo que a su vez se debate) en Mediaset, entre Berlusconi y Prodi, y entre otros cuatro líderes representantes de cada una de las dos grandes coaliciones políticas (centro-derecha y centro-izquierda) que se enfrentan en estas elecciones.
El caso es que Prodi y los otros dos líderes de centro-izquierda (básicamente unidos por su común odio sarraceno a Berlusconi: habrá que ver lo que dura el acuerdo, si ganan -como parece- las elecciones) no quieren participar en otros debates televisivos distintos de los habidos en la RAI. No quieren participar en los debates planteados y planificados por Mediaset, el grupo audiovisual que puso en pie Berlusconi. No quieren hacer tal cosa, no porque piensen que el debate allí sea menos limpio que en la RAI, sino porque –han dicho- ahora ya no es momento de más debates, después de los habidos en la RAI. No les convienen en su estrategia, como al parecer le conviene a Berlusconi en la suya.
Y el caso es que la Autoridad pública que regula los comportamientos mediáticos en tiempo de elecciones impone lo que ha dado en llamarse “par condicio”. Es decir, la igualdad de condiciones, la igualdad numérica de participantes, de minutos disponibles, etc., en cualquier debate televisivo, en este caso.
No compensa hablar ahora de la extrañeza que pueda causar, en este panorama, el casual estreno del film de Nanni Moretti, "Il Caimano", una sátira explícita de Berlusconi, en las últimas semanas de campaña electoral: a la coalición de centro-izquierda no le ha parecido mal, ni algo cercano al juego sucio o algo así. Moretti es un artista. Se contentan -y los de centro-derecha aceptan a regañadientes- con que en los Telediarios no se hable de la película... Hay que respetar el libre mercado, se dice.
Tampoco compensa hablar del The Economist que hoy aparece en los quioscos y en las portadas de la prensa italiana... Se entiende el odio sarraceno a Berlusconi, por parte de mucha gente en Europa, porque alguna que otra razón hay (sin llegar a las cimitarras, siquiera verbales, aunque ya hemos llegado a titular, con fundamento y en el WSJ, "Don Coglioni"), pero estando así las cosas, ¿alguien sigue con ánimos de hablar aún de la "objetividad" o de la "neutralidad" política de los medios?
El caso es, volviendo a los debates televisivos, que al negarse Prodi a enfrentarse con Berlusconi, deja a éste descolocado, y desde luego deja descolocados a los periodistas que debían participar con sus preguntas en el debate, y también a los programadores de las cadenas, etc.
¿Cómo respetar la “par condicio” si uno de los participantes se niega a acudir? Ha habido un intento improvisado de apaño por parte (algo partidista) de Mediaset: enfrentar a Berlusconi con periodistas que notoria y claramente propugnan la candidatura de Prodi. Pero el asunto no ha parecido equitativo y ajustado a la "par condicio". El caso es que, ayer, dos grandes programas televisivos de debates de actualidad en Mediaset quedaron ayunos de participantes políticos…
El caso es que las condiciones “igualitarias” cuantitativas (número de políticos, número de minutos, etc.) en los pseudo-debates, impide la necesaria libertad de debate de cuestiones para poder discernir, al menos un poco, quién miente o quién dice más o menos la verdad al hablar y discutir abiertamente de asuntos candentes.
La mordaza de Giuliano Ferrara es un gesto sintomático y una advertencia pública (tan histriónica como inteligente, según es el mismo personaje) del creciente abuso que los políticos (en este caso Prodi; en otros, Berlusconi) hacen de las mismas reglas que se dan para presentarse ante los ciudadanos electores. Una advertencia del creciente abuso de los políticos en el trabajo profesional de los periodistas y restantes profesionales de los medios. Un gesto de incapacidad ante las crecientes dificultades que los grupos y medios de comunicación y los periodistas tienen para tratar con justicia los asuntos políticos en las “democracias avanzadas”.
Son asuntos que, en estas democracias, se supone incumben a todos: a los ciudadanos y también a los medios y a los periodistas. Como la misma realidad de la mafia en Italia, de la que parece haber un tácito acuerdo general y “políticamente correcto”, para no hacer siquiera mención de ella. Y esto es asunto que sucede –mutatis mutandis- no sólo en Italia, sino -por supuesto- en las restantes “democracias avanzadas”. Las "campañas electorales", por el momento, cargadas de tics publicitarios y propagandísticos, destrozan (si no engullen) la información periodística.
¿Alguna sugerencia para eliminar los respectivos armarios con cadáveres, las respectivas amenazas de chantajes, los tácitos acuerdos de silencios ante en público, ante los ciudadanos que se supone viven en una democracia?
¿O es que resulta más cómodo utilizar los medios de comunicación para “montar números” más o menos pre-cocinados, al estilo de concursos de “reality-tv”, ante unos ciudadanos degradados a la condición de meros consumidores de un espectáculo, que votan de modo semejante a quien ocupará la presidencia de un gobierno y a quien sale de la casa del “Gran Hermano” de turno?
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