Quienes viajamos en avión, en Europa, el dia 11 de agosto, de un modo u otro fuimos objeto de los "daños colaterales" generados la víspera en Londres. Ese día, Scotland Yard anunció un inminente intento de atentado, con explosivos líquidos, en aviones que volaran de Londes a diversos destinos en USA. Ese anuncio de un posible atentado "de dimensiones inimaginables" bloqueó a muchas decenas de miles de personas en los aeropuertos.
Todos hemos visto, en los telediarios de aquellos días, pasajeros que tiraban lociones, cremas y colonias, incluso leche para bebés, o simples botellas de agua, y líquidos en general, a inmensos contenedores preparados al efecto. Y los hemos visto metiendo sus ordenadores portátiles y otros enseres personales en maletas ya abarrotadas. Y los hemos visto llevando en una bolsa trasparente de plástico, sólo el pasaporte y el monerero, o algo así.
La gente daba la impresión -dentro del caos- de sentirse tranquilizada ante una amenaza que ya no lo era. Incluso alguna señora bromeaba ante la cámara de televisión diciendo que no sabía si debía tirar un bote de no-sé-qué ungüento, porque más que líquido era un gel casi sólido.
El caso es que, mientras este estado de excepción tenía lugar, el primer ministro británico seguía plácidamente de vacaciones en el mar. Y de los presuntos inmediatos terroristas suicidas poco se supo, aparte de las imágenes de unos policías poniendo una cinta a rayas blancas y amarillas o blancas y rojas, en torno al jardincillo de la entrada de una casa. Luego parece que se ha sabido poco más. No mucho más.
En Italia, ha sido el diario La Repubblica quien -después de informar según lo dicho por Scotland Yard, y el MI-5 acerca de la inminencia y alcance del atentado- ha tomado en serio el trabajo de investigación hecho por el New York Times y ha manifestado graves dudas acerca de la inminencia y el alcance del posible atentado, dando a entender que la operación policial y militar desplegada en los aeropuertos más bien podría tratarse de un "ensayo" en vivo y en directo, un "ensayo con todo", no sólo acerca del estado de preparación de las fuerzas del orden, ni siquiera acerca del estado de preparación del comportamiento de los ciudadanos. Un "ensayo" para ir acostumbrando a la ciudadanía a obedecer al que manda.
Según el NYT, la amenaza era seria, y hubo efectivamente algunos arrestos, tras saber de unos videos en que algunos "mártires" se declaraban autores del asunto tras su prevista muerte suicida. Pero parece que el complot no estaba precisamente en su fase final (no habían comprado aún los billetes, por ejemplo, porque ni siquiera habían decidido aún la fecha ni los posibles vuelos), y lo que se sabe parece indicar que resulta más bien difícil que los conjurados fueran capaces de llevar a cabo semejante amenaza. Ni los detenidos, al parecer, tienen conocimientos técnicos acerca de explosivos líquidos, ni se sabe si tales explosivos hubieran en realidad causado grandes daños en los aviones.
De hecho, la alarma, que en un primer momento se declaró "crítica" (máximo nivel), poco después se redujo a "seria" (dos niveles menos). Quizá por eso, Blair siguió de vacaciones.
Mientras tanto, los pasajeros seguían deshaciéndose de sus enseres líquidos.
Además de la exageración que destaca el NYT y difunde en Italia La Repubbica, personalmente me llama la atención una cosa, aparentemente "tonta". ¿Quién resarce a los ciudadanos de todos esos líquidos y geles que tuvieron obligatoriamente que tirar a la basura? Si esto es un asunto de seguridad nacional e internacional, entiendo que a los ciudadanos directamente damnificados, no sólo en sus viajes y vacaciones, sino de entrada en sus haberes, hay que resarcirles. Entiendo que en el presupuesto de seguridad de un Estado, que implica movilizar cientos o miles de policías más o menos secretos y con instrumentos técnicos cada vez más sofisticados y costosos, en ese presupuesto que organiza lo que se organizó en los aeropuertos en pasado dia 10... algo debería figurar en ese presupuesto para resarcir a los ciudadanos implicados. No basta la satisfacción y el consuelo emotivo de haberse "librado" de un "posible atentado", gracias a la rápida y eficaz intervención de las fuerzas públicas y militares, porque tal cosa corre ya a cargo de nuestros impuestos.
La otra cuestión, también quizá "tonta", que me llama la atención en este "affaire" es lo que ahora sabemos que ha tenido que hacer el NYT para que el contenido de su artículo no sea leído en territorio británico. Como las leyes británicas pohíben publicar detalles sobre los imputados en un juicio y en la correspondiente investigación judicial, el NYT ha impedido (supongo que a través del control de las direcciones IP de sus ordenadores, o algo semejante) que los lectores provenientes de Gran Bretaña hayan podido acceder al texto en cuestión.
Así lo cuenta, además del propio NYT (Times Withholds Web Article in Britain) al menos el Wall Street Journal, recogiendo una noticia de AP (New York Times Blocks Web Story), o El Mundo ('The New York Times' bloquea un artículo a sus lectores británicos). Y esto supone, al menos, un control de la circulación por la red que hace un tiempo hubiera sido calificado, sin duda por el mismo NYT, como sucia e inaceptable censura.
No creo padecer ninguna paranioa en este sentido, pero ¿no será que -al rebufo del 11/9- los ciudadanos de democracias occidentales estamos siendo un poco menos libres? Lo digo con la boca pequeña de quien sabe que le responden con la ecuación "libertad por seguridad", pero ¿no será que estamos controlados y manejados bastante más a fondo de lo que sabemos y desearíamos estar? Quizá no quede más remedio, en la lucha ("guerra de cuarta generación", dicen algunos) con el terrorismo, que corre por las mismas venas y arterias ciudadanas que nosotros. Pero no estaría de más que las autoridades pensaran más en los ciudadanos concretos como personas concretas, que -además de deberes- tienen derechos cívicos, y menos en una especie de ciudadanos abstactos, reducidos a mero número de posibles terroristas o posibles víctimas, además de la tradicional consideración numérica de contribuyentes, consumidores y votantes.
Además de pensar en el horror de la foto y de las imágenes de videos caseros en los telediarios, caso de posibles atentados como el descrito el pasado 10 de agosto, habría que pensar también en lo que sucede a las personas concretas que ese día se quedaron sin colonia, sin champú o sin crema facial antiarrugas, o los niños que lloraron a sus madres o padres pidiendo leche. Se quedaron sin pertenencias que nadie les había regalado, porque sus direnos habían costado. Poca cosa, dirá alguien...
Precisamente por eso. Porque 10 o 25 £, € o $ (o vales equivalentes) entregados a cada persona que se desprendía de sus pertenencias, me hubieran dado más sensación de que todas esas medidas incómodas estaban previstas y se tomaban necesariamente en estricto beneficio de los ciudadanos. Eso, o que el primer ministro Blair hubiera vuelto de estampida al 10 de Downing Street, desde el yate en el que tan merecidamente veraneaba. El mismo merecimiento que el de los pasajeros que se quedaron sin champú.
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