Inteligente vídeo el de la campaña "for real beauty" (Evolution), orientado a poner en su sitio la autoestima de la belleza natural de las (y los) jóvenes, frente a los estereotipos idealizados y a veces ridículos que aparecen en las imágenes de anuncios y pantallas. Los autores de la campaña de Dove han tocado una fibra sensible.
El fenómeno es antiguo. Sin recorrer los siglos haciendo recuento de los recursos para lograr bellezas, no está de más recordar la anécdota que contaba Daniel Boorstin (The Image. A guide to the Pseudoevents in America, 1961): una señora lleva a su niño en brazos, y encuentra a otra que le dice –"pero qué guapo es su niño"; y la madre, orgullosa, le contesta –"pues tiene usted que ver cómo sale en las fotos".
Se valora hoy mucho la apariencia artificial, mucho más que la apariencia real de las cosas, las personas, los sucesos. Es cierto que en buena parte esto es debido a que así se certifica aquello de que "la cara es el espejo del alma".
Pero lo perverso de la situación es que hoy cuidamos con primor la apariencia artificial de nuestros rostros, quizá simulando, procurando que los demás vean una belleza de alma que en realidad no tenemos. Y quizá ni siquiera queremos esforzarnos por conseguir. Basta con la máscara retocada del rostro, podemos pensar.
Y bien se sabe que –a fin de cuentas, y a la hora de la verdad- la cosa no es así. Es cierto que hay que cuidar la apariencia, pero no como si fuera un disfraz. Un modo de ocultar el vacío o lo podrido.
Los modelos de hoy no tienen ciertamente el carácter de los modelos clásicos. En la vieja Grecia, claro que las estatuas de Apolo o de Atenea tenían una apariencia mucho más hermosa que la de quienes se paraban delante de ellas para admirarlas. Pero éstos sabían bien que aquella belleza corporal estaba íntimamente asociada y de hecho dependía y figuraba la belleza espiritual de aquellos personajes míticos, medio divinos.
Y mucho antes y después del Renacimiento, cierto que las figuras de Jesucristo, de la Virgen, y de los santos tienden a ser figuras bellas y hermosas. Pero son figuras que no están hechas para ser admiradas "por su cara bonita". Bien es cierto que ni los museos ni las subastas de arte, donde hoy han caído, fueron su destino inicial. De todos modos, al admirar esas imágenes, no provocan un irrefrenable movimiento hacia los supermercados de la belleza, sean peluquerías o lugares cosméticos. Más bien, en su caso, pueden (o podrían) llevar a las iglesias a rezar y a los confesionarios a dejar las porquerías del alma. Es bien sabido que limpiando el fondo del alma se limpia el rostro, mejor que con cualquier maquillaje o tratamiento de la piel.
Hace bien Dove en lanzar la campaña “for real beauty”. Ya empezamos a caer en la cuenta de que el artificio de la belleza real tiene mucho de parquedad, de simplicidad, de sinceridad. Sobre todo, cuando los modelos que aparecen en las pantallas no tienen nada de admirable ni amable detrás: son estricta atracción fantasmagórica de puros deseos ideales.
Dice Dove que mejor no recurrir a tanto maquillaje, porque por ese camino, llegará un momento en que no bastará con los cosméticos y la cirugía estética: terminaremos recurriendo al Photoshop para quitar las arrugas, agrandar lo ojos, acortar la nariz o alargar el cuello. Cierto, en nuestras fotos.
Y entonces, nos pasará como a la señora de la anécdota de Boorstin: estaba más orgullosa de la belleza de su hija en la foto que de su hermosura natural.
Lo curioso de todo esto es que -precisamente- nos llega a través de las imágenes de un vídeo muy pensado, muy elaborado y estilizado. No habría que dejar de pensar en el asunto, al menos por un momento. El que nos cueste salir de YouTube, donde el vídeo (en alta y baja calidad) ha recibido más medio millón de visitas en cinco días.
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Actualización (09 Octubre 2007): ahora cambian las tornas en el estilo. Yo no estamos "for real beauty". Ver Unilever, ahora campaña cutre de Dove.
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