Ayer se cumplieron 30 años de la muerte de André Malraux, sucedida el 23 de noviembre de 1976. Pocos recuerdos en la prensa para este escritor y ex-ministro francés. Aunque el aire de nuestros días le confirma como un profeta de la historia, quizá a pesar suyo.
Malraux fue un hombre de acción en múltiples registros, siempre a caballo entre la cultura y la política. Con un talante ocasional un tanto de tipo dandy. Siempre en pro de la libertad y del respeto por la dignidad humana, aunque a veces con medios y por caminos más bien tortuosos.
No se trata de repensar ni sus variadas correrías, que se inician como ladrón de templos en Indochina, siguen con una carrera literaria "comprometida", que comienza con "La Tentation de l'Occident" (1926), y sobre todo con "La Condition humaine" (premio Goncourt en 1933), y continúan con su participación personal republicana en la guerra civil española, que se traduce en un libro, "L'Espoir" (1937) y más tarde una película, "Sierra de Teruel" (1939). En 1945 conoce al general De Gaulle, y quedan recíprocamente fascinados. Será ministro de Cultura desde 1959 a 1969.
De todos modos, algo que sin duda hoy viene a la memoria de quienes le hemos leído y conocido, podría parecer ajeno a su pensamiento. Se trata de una idea, expresada con diversas palabras en conversaciones y entrevistas, pero nunca escrita en sus obras. Una idea tan atribuída a su pluma como desmentida por la investigación de sus escritos, en los que -efectivamente- no figura.
La frase más recordada del agnóstico Malraux es ésta: "El siglo veinte será religioso o no será". Y donde dice "religioso", puede ponerse "espiritual", "metafísico", "místico", porque esas y otras variantes de la idea se presentan por unos y otros como la auténtica expresión oída repetidas veces dicha por André Malraux.
Por ejemplo, en 1955, al ser entrevistado por un periodista danés dice, hablando del espíritu de los tiempos que corren, que "la civilización moderna, la del siglo de las máquinas, intenta racionalizar los problemas morales, sustituyendo con un fantasma las profundas ideas del hombre, elaboradas por las religiones. Y como la ciencia no tiene por objeto el hombre, sino el cosmos, nos encontramos ante la más terrible amenaza que ha podido conocer la humanidad". Y de ahí que concluya la entrevista con una de esas frases redondas que siempre buscaba: "la tarea del próximo siglo será la de volver a poner los dioses en su sitio. El siglo 21 sera espiritual o no será".
No es necesario recurrir a los estudios de Brian Thompson, ni a la wikipedia o los blogs de turno, o a la mención en el libro de Juan Pablo II "Cruzando el umbral de la esperanza", para caer en la cuenta del sentido profético de sus palabras. Régis Debray decía que el agnóstico Malraux fué "el último religioso en un mundo de incrédulos".
También se puede decir que fué un profeta a su pesar, cuando se observa que la trascendencia espiritual o religiosa -al margen de interesadas equiparaciones con las ideologías políticas y al margen de las peticiones de eliminación de la vida cívica-, esa trascendencia no es sólo algo que pertenece al fuero interno de la conciencia humana, sino que exige su presencia en los foros públicos.
De suyo, la alternativa de Malraux entre la religión y el no ser -lo comprobamos día a día- tiene mucho que ver con el arranque del siglo 21. Otra cosa son las beligerancias de fanatismos y fundamentalismos, sean religiosos o -a mayor razón- ideológicos o políticos. A pesar de lo que hoy digan algunos agnósticos, por desgracia muy distantes del agnóstico Malraux, empezamos a comprobar que la religión genuina tiene mucho tirón editorial y tiene mucho que ver con la paz: de la conciencia personal y de la vida social.
Descanse en paz André Malraux. Su sentido de la humanidad y su perspicacia, junto al gusto por las frases redondas, le llevó a profetizar nuestra situación. Y da un cierto miedo la alternativa, más o menos apocalíptica: porque no cuesta tanto pensar que si la religión o la trascedencia no son genuinas, resulta que "el siglo 21 ...no será".
Por el momento, aún podemos especular sobre lo que puede suponer ese "no será". Y sobre las dimensiones y el alcance de la religión, la trascendencia o esa "vida del espíritu" como garante de la identidad del siglo 21.
Muy bueno. Es notable la honestidad intelectual de Malraux para no perder el sentido común a pesar de su agnosticismo que podría haberlo inclinado a soluciones materialistas.
Publicado por: El Bambi | 24 noviembre 2006 en 08:47 p.m.