Amigo de años universitarios y ex-presidente del Senado español, Juan José Laborda escribe unas consideraciones de gran interés en La Gaceta de los Negocios ("Cuarta a barlovento", sin link estable), a propósito de la "democracia instantánea". Comienza así:
La democracia instantánea es una modalidad de hacer política, consistente en dar respuestas constantes a los electores, basadas en las encuestas. Bill Clinton fue un maestro en gobernar mediante un eficaz y entrenado equipo de expertos demoscópicos. A la vez que aplausos por la rapidez en detectar lo que los electores quieren, la democracia instantánea ha suscitado reparos.
El presidente Clinton ha recibido toda clase de reproches porque su política sustituyó las ideas por los datos de las encuestas, con lo que su partido, el demócrata, está aún a falta de tener unos perfiles definidos. La senadora Clinton, continuista en su devoción por las encuestas, no logra hacer creíble su moderación (...)
Mientras que hace un cuarto de siglo, un dirigente político abordaba los asuntos del Estado con un enfoque histórico, en la actualidad, la historia ha cedido su plaza a los permanentes estudios demoscópicos. (El resto del texto, más abajo).
En nuestras sociedades complejas, lo que resulta (o debería resultar) relevante no es tanto estar "arriba" o "abajo", sino "dentro o "fuera" de ellas. Si bien ese estar incluído en una sociedad no tiene sólo que ver con el paro o el trabajo. Tiene mucho más que ver con la participación política efectiva, y no con su simulacro.
Algo va mal en una sociedad cuando la participación política de los ciudadanos se limita a considerar que alguien está "dentro" porque es un número, un voto presionado por la propaganda (¿un simulacro?), en las elecciones.
Algo va aún peor, cuando -como recuerda Juanjo Laborda- la política vive en la epidermis relativa de las encuestas instantáneas:
-- Ahora hay más gente que opina "A".
-- Hace dos días, eran mayoría los que decían "B".
-- Ahora el gobierno dice "A".
-- Hace dos días decía "B".
No importa. "Ahora es ahora", y no hace dos días...
Siendo cierto y, teniendo un sentido realista claro, también pone de manifiesto todo un sentido peculiar para instalarse en el carpe diem, el relativismo, la superficialidad y así. Posturas, cuando menos, débiles e insolidarias.
La democracia instantánea es necesaria como mal menor, no como panacea de gobierno. Todo gobierno necesita saber qué respuesta dan los ciudadanos a sus decisiones, para valorar y en su caso rectificar aquellas decisiones. Pero no puede (no debería) tomar sus decisiones en función casi exclusiva de las encuestas de opinión en cada momento.
Si la política no puede equipararse con los equipos de fútbol, mucho menos puede equipararse con las cadenas de televisión y el obsesivo estudio de sus ratings y shares en cada instante del día. Como si cada ministerio del gobierno fuera un porgrama de noticias, de ficción, de entretenimento o deporte.
Depender de las encuestas de esa "democracia instantánea" es algo tan ridículo para un político como dedicarse a ver hacia dónde va la gente para luego ponerse al frente de esa marcha, haciendo ademanes y carantoñas para que parezca que la está liderando.
Algo semejante o peor sucede con el "periodismo instantáneo". Que no es desde luego el que tiene que ver con la cercanía a la "actualidad". Tiene que ver -como la política instantánea- con la falta de respeto por la historia, por la verdad o por lo que las cosas son, además de lo que puedan parecer en un un momento dado.
Un penoso y al tiempo canónico ejemplo de "periodismo instantáneo" es el que hoy ofrece el diario El País, al tratar del asunto refrido en el editorial Dictado papal. No insisto, porque veo que este asunto está muy bien tratado por Diego Contreras en El dictado de los nuevos infalibles. Sólo recomiendo leerlo. Quedan muy claras, entre otras cosas, las pretensiones de los editorialistas del periódico, al afirmar que
las cuestiones no negociables mencionadas por el Papa (la defensa de la vida, el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad en la educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas), sólo se pueden defender como “doctrina religiosa”. Es decir, no son un patrimonio cultural.
Esto sí que es una declaración “ex catedra” que ofenderá a muchos no creyentes que consideran esos valores como una conquista de la sociedad. A este paso, los editorialistas de El País están robando la escena a la infalibilidad papal. Los Pontífices la han usado con cuenta gotas a lo largo de la historia; la jefatura de El País nos la ofrece a diario en generosas dosis.
En fin, que manipular la opinión pública, ora siguiéndola en sentido político, ora fabricándola en sentido periodístico, no está bien. Sobre todo, cuando se hace en plan "instatáneo", inconexo, saltando de un instante al otro, sin otro norte que el interés del momento. Las personas somos más "estables" que el salto discontinuo de un instante al otro. O con el salto inconexo de un parecer a su contrario.
Como bien dice Juanjo Laborda, la renuncia al liderazgo es una de las consecuencias del uso de las encuestas en la política. Hoy hay supuestos "líderes" que no lideran prácticamente nada. Con la "democracia instantánea" son llevados de aquí para allá, como la famosa "niña frívola o caprichosa" de Max Scheler (ver, p.e., Leonardo Polo, La libertad posible): la niña frívola y caprichosa tenía gran "sensación de libertad", pero a fin de cuentas no era libre. Como los políticos de la "democracia instantánea".
Otro tanto sucede con el "periodismo instantáneo": ahora que se lleva entre políticos y editorialistas -contra lo que figura en las hemerotecas- que la prostitución no sea una profesión, porque implica la explotación humana, los medios buscan otros asuntos truculentos para "escandalizarse". De nuevo ha tocado al Papa y a los católicos ser el chivo expiatorio del malestar social hispano del momento. ¿Por qué, por ejemplo, no se hace lo mismo con judíos o musulmanes? Misterios de la cómoda "instantaneidad".
El caso es que no pocos peligros acechan a la política y el periodismo "instantáneos" y superficiales. No sólo porque despreciar la propia historia trae problemas.
También porque la muestra y los cuestionarios de las encuestas y estadísticas al uso, no suele ser representativos ni idóneos para saber de opiniones sobre asuntos de gran calado humano. Hablando por ejemplo de las imágenes blasfemas promovidas por el gobierno español de Extremadura, no es extraño que alguien diga que si Zapatero censuró las caricaturas sobre Mahoma, también lo merecen estas imágenes. A lo mejor, cuando lo digan las encuestas, lo hará.
Y además queda pendiente pensar en el bien común (por aquello de la instantaneidad como "pan para hoy, hambre para mañana") por parte de la política, y queda pensar en que las búsqueda de la verdad es un deber previo a la difusión interesada de las propias opiniones (por aquello de la instantaneidad como "ese no es ahora mi problema"), por parte del periodismo.
De ahí que el profundo malestar cívico y social hispano no se resuelva con el sesgo "instantáneo" de las superficialidades y caprichos políticos del gabinete Zapatero, o el de las frívolas banalidades periodísticas de El País.
Cuarta a barlovento
En España, como en cualquier país occidental, la democracia instantánea es una práctica habitual
Juan José Laborda
LA democracia instantánea es una modalidad de hacer política, consistente en dar respuestas constantes a los electores, basadas en las encuestas. Bill Clinton fue un maestro en gobernar mediante un eficaz y entrenado equipo de expertos demoscópicos. A la vez que aplausos por la rapidez en detectar lo que los electores quieren, la democracia instantánea ha suscitado reparos.
El presidente Clinton ha recibido toda clase de reproches porque su política sustituyó las ideas por los datos de las encuestas, con lo que su partido, el demócrata, está aún a falta de tener unos perfiles definidos. La senadora Clinton, continuista en su devoción por las encuestas, no logra hacer creíble su moderación, y el senador Barack Obama, innovador en las formas, ha vuelto, sin embargo, al discurso de los tiempos de Robert Kennedy, Eugene McCarthy o Walter Mondale.
Mientras que hace un cuarto de siglo, un dirigente político abordaba los asuntos del Estado con un enfoque histórico, en la actualidad, la historia ha cedido su plaza a los permanentes estudios demoscópicos. La generación de políticos europeos que tuvieron la visión de Europa con el Tratado de Maastrich en el año 1992, como una respuesta constructiva al hundimiento del Muro de Berlín, sabían historia.
El motor de aquella iniciativa, el canciller alemán Kohl, era un historiador profesional, y como me comentó Guido Brunner, su embajador entonces aquí, la arriesgada idea de unificar de golpe las dos Alemanias, había surgido en el silencio de sus lecturas sobre la biografía de Bismark, el anterior unificador germano.
En España, como en cualquier país occidental, la democracia instantánea es una práctica habitual. Entre otros factores, la adopción de decisiones políticas teniendo fundamentalmente en cuenta las encuestas de opinión, obedece a que apenas existen reformas con el grado de urgencia de otros tiempos.
El caso de la popularmente conocida ley del vino, es ejemplar. Ante los inconvenientes electorales, se retira el proyecto; su urgencia sólo la sienten los que padecen el drama del alcoholismo.
¿Se hubieran acometido las reconversiones industriales en los años ochenta si exclusivamente se hubiesen tenido en cuenta las encuestas y la proximidad de las elecciones? Esta pregunta no tiene respuesta, es una ucronía, “no sucedió” pero “habría podido suceder”, según se lee en el diccionario. En este punto se sitúa el principal inconveniente de la democracia instantánea.
El político y el gobernante no van más allá que lo que llega la opinión pública. En un momento determinado, cualquiera de los electores pueden preguntar por qué no se asumió el riesgo de hacer otros planes para el futuro. La renuncia a la voluntad para alterar todos los acontecimientos, al liderazgo en otras palabras, es una de las consecuencias del uso de las encuestas en la política. El reemplazo de la historia por los estudios sobre el estado de opinión de los electores, ha llegado al límite en Estados Unidos.
El desconocimiento de lo que supuso en el año 1945 la Carta de San Francisco y el Consejo de Seguridad de la ONU, o la ignorancia de todos los acontecimientos cercanos o remotos de Irak, no sólo han arruinado la credibilidad del presidente George Bush, sino que han desprestigiado la técnica de la democracia instantánea.
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