He tenido la suerte de coincidir en Chile, y en la Universidad de los Andes, el día 21 de agosto, con ocasión de la primera presentación del libro de Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, editado en castellano. [Aquí en Scriptor ya se habló, en abril pasado, de esta "búsqueda del rostro del Señor" por parte de Joseph Ratzinger].
En la Universidad de los Andes, el filósofo, poeta, escritor, destacado crítico literario (y amigo), José Miguel Ibáñez Langlois, dictó en el acto una conferencia que merecía ser escuchada: "El Jesús de la Historia es el Cristo de la Fe".
Palabras sabias que siguen el pespunte de las publicadas por Ibáñez Langlois con ocasión de la aparición del texto original de Benedicto XVII en alemán. Comienza así:
En veinte siglos de historia, debe ser éste el primer caso de un Papa que escribe y publica una obra personal -no pontificia ni magisterial- a nombre propio: Joseph Ratzinger, el teólogo de más peso en el mundo actual. Comentarios ligeros relacionan su reciente libro, Jesús de Nazaret, con la profusión actual de imágenes sensacionalistas y turbias de Cristo: códigos, leyendas, apócrifos; pero entender la presente obra como reacción a tales tonterías es no conocer al autor. Este volumen (al que seguirá un segundo) es todo menos circunstancial.
Es interesante conocer el texto de Ibañez Langlois. Es muy buena referencia para cuando vaya apareciendo en otros países de habla hispana (en Madrid, se presenta el dia 28, editado por 'La Esfera de los Libros'). Esta es la síntesis:
El "Jesús de la historia" y el "Cristo de la fe"
Sus cuatro centenares y medio de páginas no pertenecen al género devocional "vida de Cristo", aunque pudiera dar esa impresión el orden y enunciado de sus capítulos: el bautismo de Jesús, las tentaciones del desierto, la predicación del Reino, el sermón de la montaña, el Padrenuestro, las parábolas, etc. Pero la radiante interpretación de esos pasajes tiene un sentido ulterior al biográfico. Porque éste es un ensayo teológico con una tesis precisa, que toca un punto neurálgico de la teología actual, a saber: que el Jesús de los Evangelios es el Jesús histórico real; o bien, que el llamado "Jesús de la historia" es el mismo "Cristo de la fe", el único Jesús de Nazaret, sin ninguna distancia interpuesta.
Esa presunta distancia, ensanchada sin cesar por investigadores del último medio siglo, ha dado lugar a imágenes cada vez más fantasiosas -a gusto de consumidor- y menos satisfactorias del personaje de Nazaret. En cambio, nada es más convincente, serio, coherente y lógico que el único Jesucristo de la historia, de los Evangelios y de la fe de la Iglesia a la par: la figura maravillosamente real que emerge de estas páginas. Una impresionante base de documentación histórica, de hermenéutica de textos y de saber teológico sustenta esta tesis y la hace tan límpida como persuasiva.
Este libro no es de lectura fácil, lo que hace más meritorio el hecho de que, recién aparecido, se venda por cientos de miles de ejemplares (señal del interés que despiertan tanto la persona de Jesucristo como el pensamiento de Benedicto XVI). En cualquier caso, prescinde todo lo posible de erudiciones y tecnicismos formales. Sólo por dar algún punto de referencia, diría yo que es comparable al Jesus Christus de Karl Adam; y, dentro de las obras del propio autor, a su Introducción al cristianismo. En todo caso, aunque la materia sea compleja, su estilo discursivo es el de siempre: refrescante, perspicaz, nada convencional. En estos diez capítulos confluyen una exégesis bíblica rigurosa y a la vez fascinante por su largo alcance; un pensamiento teológico extrañamente original si se piensa en su contenido bimilenario; y un sensible amor a Jesucristo, que irradian aun sus páginas más formales.
Luz y sombra del método histórico crítico
Joseph Ratzinger utiliza amplia y sutilmente el método llamado histórico crítico, que aborda la realidad del hombre de Nazaret con los recursos habituales de la historia y de la interpretación de documentos, textos y contextos. Nuestro autor celebra la cantidad de materiales que ese enfoque empírico nos ha aportado para el mejor conocimiento de Jesús, y que no habríamos imaginado unas décadas atrás. De allí que lo considere un método indispensable para un abordaje serio y completo del personaje, pues la fe cristiana no se funda simplemente en un conjunto de Credos, sino en un factum historicum ocurrido en un tiempo y lugar preciso de esta tierra nuestra.
Sin embargo, comprueba Ratzinger, los límites del método histórico crítico se hacen ostensibles hoy en la multiplicidad de hipótesis y reconstituciones nebulosas que de él resultan, y que, más que reflejar al hombre de Galilea, son fotografías de la propia mentalidad e ideologías de sus autores: así el Jesús reformador moral, el profeta permisivo, el revolucionario -el "subversivo de Nazaret" de la teología de la liberación-, el héroe mítico judaico-helénico, el portador del fin del mundo, etc. El método en cuestión es, entonces, imprescindible pero a todas luces insuficiente; por su propia naturaleza nos remite a una perspectiva superior, y debe ser completado, como lo hace nuestro autor, con una exégesis de los textos bíblicos particulares en su contexto total, de modo que cada pasaje -¡cada palabra!- pueda calzar con la entera Escritura y con la historia viva de la salvación, más allá de toda descontextualización o parcialidad. Sólo así es posible hacer a la vez teología e historia, para bien de una y otra.
La primera y más profunda expresión de ese criterio exegético es la lectura de todos los pasajes del Nuevo Testamento a la luz del Antiguo, y viceversa. Confieso no haber leído nunca un libro -ni histórico ni teológico ni exegético- que enraizara tan profundamente a Jesús en el Viejo Testamento, ni donde apareciera de modo tan patente y hermoso la unidad del Antiguo con el Nuevo, relación que trasunta -en lo personal- un gran amor por el pueblo judío.
La absoluta novedad de Jesús
Esta profunda continuidad de Jesús con su linaje no oscurece en modo alguno su inaudita novedad en la historia universal. Su novísima identidad reside en que la presencia del Reino entre los hombres no es sólo anunciada por Cristo sino que es Cristo mismo.
De modo semejante, la ley moral, la Torah y el sermón de la montaña no son simplemente sus mandatos, sino que son Cristo en persona. Es en el Yo de Cristo donde radica el salto ontológico. La esencia del cristianismo es una persona: Jesús. Y esta misteriosa pero luminosa identidad depende toda entera del hecho de ser Jesucristo, a su vez, el Hijo de Dios encarnado. Sin filiación divina la persona de Jesús de Nazaret es evanescente, fugitiva, y por último inexplicable. El Jesús de la historia sólo adquiere consistencia como el Cristo de la fe teologal. Por fin podemos poner los ojos en una figura de tal realismo, coherencia y belleza que nos hace decir: ¡éste sí que es el Nazareno, el Cristo de Dios, el que amaron los apóstoles, en el que creemos con la fe de la Iglesia y adoramos con profunda reverencia!
Si nos detenemos a pensar cómo comparece en estos capítulos -uno por uno- esa figura adorable, diremos que ellos hacen hablar a los textos evangélicos con la voz inconfundible que les es propia. Joseph Ratzinger posee una enorme capacidad de proyección de cada pasaje del Evangelio sobre la totalidad de la Escritura, sobre la historia de la teología, sobre el horizonte humano a secas. Cada palabra de Jesús es importante, cada término sometido a análisis se ramifica por todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, y adquiere resonancia sinfónica.Es esta red de relaciones a menudo impensadas, pero deslumbrantes una vez establecidas, lo que hace tan atractiva la lectura de Jesús de Nazaret, y tanto más si el lector tiene ya un conocimiento mínimo de los cuatro Evangelios.
Buena lectura para un buen texto sobre un magnífico libro.
Un consejo: la experiencia personal me dice que es bueno frenarse en la lectura del texto de Joseph Ratzinger. Si uno no se da cuenta, si uno se descuida, se lee muy de corrido, y se puede perder el aprecio que es de justicia a las muchas y brillantes ideas, sugerencias y matices que nos llegan quedamente.