He leído el sincero artículo de Ramón Pi, Salir de la ignominia, escrito en primera persona y cargado de sentido, acerca de los efectos devastadores en una sociedad como la nuestra, que consiente el aborto provocado.
Es muy cierto que, a propósito de los macabros descubrimientos en esos mataderos barceloneses y madrileños impropiamente llamados clínicas, nos hemos asomado al abismo de indignidad en que de hecho ya estamos metidos desde hace tiempo.
Es muy cierto que, testigos mudos o complacientes de la masacre, asistimos ahora a un desmoronamiento moral colectivo, incapaz de superar esos enormes intereses ideológicos y económicos de la industria del aborto, y esos agentes del genocidio silencioso, que no se van a quedar quietos en ningún momento.
Es muy cierto lo que otros dicen, asomados a este abismo de ignominia, en esta misma perspectiva: Jorge Trías habla de Carnicería humana, Santiago Mata habla de que El juez reabre el caso Isadora, y Juan Manuel De Prada vuelve a descarnar dolorosamente las cuentas del negocio de la vida. Muchas gracias por hacerlo, junto a otros tantos más.
De todos modos, quienes se autoproclaman progresistas -pisoteando vidas ajenas- no callan ante el macabro espectáculo que los medios nos ofrecen estos días, según puede verse en El aborto y el falso «progresismo». Y al hablar, desvían la atención hacia las presuntas o reales (leves) agresiones sufridas por empleados de esos mataderos, o hacia la consabida y gastada consigna de ver manos negras eclesiásticas moviendo no se sabe bien qué marionetas en este tinglado. Cualquier cosa, excepto razonar:
El problema de los proabortistas es que ante la actual situación no pueden sostener seriamente un debate de principios, valores y ciencia en torno al aborto. Pocos casos hay tan claros como éste en el que la pretendida superioridad moral o intelectual del «progresismo» se descubra como una pura y burda falsedad.
Resultaría incluso gracioso, si no fuera tan patético, ver al ministro de sanidad, Bernat Soria (de ordinario dándose autobombo de sabio y científico, ahora desde la política), evitando atenerse a razones cuando es preguntado sobre este asunto. Es penoso verle decir que el debate sobre el aborto es "una ficción", algo inventado por lunáticos fundamentalistas. Pero esto es precisamente lo que hay, ignorancia supina incluida: Bernat Soria cree que hablar del aborto ilegal es «volver a la Inquisición».
Por eso tiene razón Ramón Pi, cuando en su artículo dice que -durante años- no pocos profesionales de la información, defensores de la vida, socialmente acusados por inquisidores como el propio Bernat Soria y compañeros de equipo, tuvieron que
soportar el estigma de pasar por ser unos frikis monotemáticos, unos tipos estrambóticos a los que únicamente se llamaba para participar en debates sobre el aborto con invitados estrafalarios…
De ahí que -visto que ni siquiera los que se llaman científicos quieren atenerse a la razón, sino que pasan directamente a una argumentación ad hominem- habrá que seguir armándose de paciencia y perseverancia. Como es sabido y recuerda Ramón Pi,
la batalla es muy difícil, hay que empezar desde abajo. Pero alguna vez hay que empezar, y cuanto antes se empiece, antes podremos redimirnos de esta ignominia. De momento, no es mala cosa airear esta vergüenza.
Aireada queda la vergüenza. La batalla por la vida empezando desde abajo, también puede pasar por este evento que un lector me pide airear: http://pasacallesporlavida.blogspot.com/
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Actualización (17-XII-07): interesante, el nuevo artículo de Juan Manuel De Prada, Bernat y los inqusidores, que retoma hoy la postura del ministro sobre quienes denuncian (algunas ilegalidades del) negocio del aborto provocado, y se detiene en observar los mecanismos mentales de quien se siente superior a los demás, chuleando de "progresista" y -sobre todo- mirando por sus propios intereses:
(...) Como todo progre que se precie, el bueno de Bernat es un analfabeto con chorreras que, a falta de lecturas, se abastece con el pienso de la leyenda negra, que es de fácil digestión y muy sonoro regüeldo. Pero, más allá de la atribución errónea sobre los orígenes de la Inquisición, lo que en verdad causa pasmo es el desparpajo con que el bueno de Bernat identifica a quienes osan denunciar esas carnicerías con torvos inquisidores que pretenden devolvernos al oscurantismo. El bueno de Bernat es un hombre pragmático que mira ante todo por la salvación de su propio culo (no ponemos alma porque el bueno de Bernat, como buen racionalista, no cree en su existencia); y sabe bien que si hoy se empieza a investigar a los matarifes de esas plantas procesadoras de derivados cárnicos tal vez mañana se sigan investigando los experimentos que hacía en aquel chiringuito o sucursal del doctor Moreau que dirigía en Valencia. Y con el pan de uno no se juega. (...)
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