La verdad es que no parecía tan preocupante, pero hay que rendirse a la evidencia y pensar lo contrario. Es preocupante: al pobre juan luis cebrián le ha dado un nuevo ataque de histeria en El País (El honor de dios).
Ya ven por qué pongo su nombre (el de cebrián) con minúscula: quizá así queda más emparejado con su sublime sentirse por encima de todos, empezando por Dios.
De paso, poner y leer esa intencional minúscula (ofensiva o blasfema: no es una errata) puede servir de acto explícito de desagravio (al honor debido al buen Dios, por supuesto. No al pobre cebrián -ya siento decirlo en román paladino, que suena quizá arisco- en su deshonrosa e indecorosa nueva veta profética).
Porque lo de cebrián es más bien como una preocupante pataleta del niño caprichoso (como cebrián, andaba yo también casualmente leyendo, sobre la "niña caprichosa" de Max Scheler, en vez de martirizar mis meninges con Dennet, respetado -por cebrián, al menos- profesor en Tufts University). Y, aunque no pensaba dedicarle atención a esta pataleta, pienso que de todos modos compensa decir algo, visto el calculado programa belicoso que presenta contra la Iglesia.
Lo de cebrián es más bien una pataleta histérica, con aparente afán de molestar. Es preocupante por aquello del infantilismo manifiesto, pero se trata de pataleta e histeria minúsculas por su contenido. No son cosas mayúsculas, ni tremendas o tremebundas, una especie de "nuevo hito cultural" en plan Zola acusador o así, como quizá a él le hubiera gustado...
Pero el parto de los montes ha dado algo que no merece ni un segundo de enfado, siquiera pequeñito, sino más bien una cuchufleta. Por no decir pitorreo (algo a lo que -según las trazas de los tiempos- más de uno y más de dos van a tener que ir acostumbrándose, al menos en plan fisking bloguero).
Hasta hace un tiempo, cuando cebrián ponía en marcha su ventilador particular, era como cuando "venía el coco" para los niños de hace un tiempo, y en su entorno periodístico se producían retemblores de gentes y estructuras de poder.
Ahora puede cebrián encrespar la dogmática de sus amenazas y truenos proféticos todo lo que quiera, que -quizá con un poco de suerte- se le asusten sus asalariados más aconejados de carácter o de mente, o más débiles de bolsillo, antes de irse a trabajar a otro lado.
No creo que muchos, en su sano juicio, tiemblen lo más mínimo ante el conjunto de simplezas que el académico de la lengua (más "pecuniaria causa" que "honoris causa") ha logrado reunir en este artículo o crónica o exabrupto o lo que sea.
Ni siquiera tiene interés comentar el insulto que lanza al gobierno español, si no le hace caso, cuando dice en plan oráculo de los dioses (esta vez va bien la minúscula) esta pequeña machada, quizá salida como un lapsus de su ya tradicional florido pensil falangista:
El laicismo, en la medida que exista, sólo puede ser radical, pues ha de garantizar la absoluta separación entre el Estado y cualquier tipo de confesión religiosa, por mayoritaria que sea, en la sociedad a la que representa.
Fascinante tolerancia y capacidad de matiz la del académico... Fascinante que en tan pocas palabras haya tanto vacío semántico, digamos. Recuerda más bien la versión fascista de un discurso franquista de los años cincuenta. Es difícil, al mismo tiempo, y en un par de líneas, poner en duda la evidente existencia del laicismo, decir que sólo puede ser radical (a lo mejor se ha equivocado y quería decir "debe ser"), y demás lindezas de filosofía y praxis política, propias sin duda de un académico de la lengua... en trance histérico.
Quizá es que aquello de hacerse el pobre mártir, para así -en plan reflejo condicionado de Pavlov- hacer que la plebe indiscriminada se convierta en sierva emotiva, capaz de votar a ese pobre deficiente de afecto racional. Algo ya comentado aquí según el estudio del histerismo superficial por parte de Kierkegaard, y que tiene trazas de ser más bien cierto, como estrategia electoral, en este caso.
Lo digo también porque -una vez dado el tono- parece que se ha puesto en marcha el coro de plañideras que propagan sin rubor el encomio del martirio que sufre el pobre partido socialista, el pobre periódico y el pobre gobierno, a manos de "la maligna Iglesia, etc." (asunto objetivamente dudoso) y que -como la princesita del cuento- al final serán salvados por los valientes y heroicos ciudadanos, con sus votos socialistas en ristre...
Y todo por el pánico histérico que ha generado una foto de multitud millonaria como ésta del Encuentro de las Familias:
El caso es que así vemos, en esta operación de propaganda descarada y un tanto desesperada contra los posibles efectos colaterales (electorales) de lo que supone esta foto, que, por ejemplo:
•• Zapatero se las da de irónico, y le sale, como de costumbre, el sarcasmo y la sorna hiriente en sus curiosos retruécanos sobre Iglesia y Obispos (al tiempo que Benedicto XVI dice cosas de pacífica racionalidad y claridad meridiana a los diplomáticos acreditados en el Vaticano).
•• González -quizá recordando los tiempos en que mendigaba apoyos en las sacristías- dice ahora que anda "harto de que nos salven los obispos". (Pero, aparte de que algunos Obispos salvaran socialistas en sus sacristías, en tiempos franquistas, ¿no habíamos quedado en que es Dios quien salva a través de la Iglesia?)
•• Y Bono, que suele dar su brazo derecho con tal de que la prensa no se olvide de sacar la foto de su primera comunión, dice ahora que "los obispos lleven a la gente a las iglesias y seminarios, no a la calle". (Los Obispos están sudando la camiseta para que los católicos recen y vayan a misa las iglesias y a prepararse para el sacerdocio a los seminarios. Pero no llevan a la calle a quien allí está, que es gente de la completa ciudadanía espesa y municipal, incluídos obispos y socialistas, viudas y minusválidos).
•• Y Blanco, siempre un ejemplo de mesura política, sigue dogmatizando: "no se puede alimentar injusticias y luego rezar el rosario" (más de un avisado podría pensar: !Ah, no sabía que Blanco rezara el rosario!).
•• Y, lo digo con igual pena, encuentro ahora a mi viejo amigo Iñaki Gabilondo, haciendo también gorgoritos de solista, cuando -aprovechando quizá que "el Amazonas pasa por Valladolid"- dice que "la Conferencia Espiscopal hace mucho más dificil ser español que inglés" (no sabía, querido Iñaki, que -siguiendo la gracieta de citas parciales y coger los rábanos por las hojas-, te has lanzado a afirmar que los Obispos españoles reparten ahora pasaportes británicos...).
Decididamente, la histeria cunde en el entorno de El País, el Psoe, el gobierno español y demás adláteres. Quizá es porque han visto que la gente de a pie entiende que la religión y la trascendencia -más allá de un entramado político y económico- es algo que debe estar, no sólo en las intimidades y las alcobas de esas gentes y en los lugares ad hoc (¿convertidos ahora en "ghettos", quizá, bajo el eufemismo de llamarlos iglesias, conventos, seminarios o lo que sea?), sino allí donde estan las personas, como en principio sucede con "la calle" para la inmensa mayoría de los mortales.
En fin, hay que tener paciencia con los histéricos. Incluso cuando la histeria es tan minúscula como enfática. Pero no hay que tener conmiseración. La miseria intelectual, moral y política (es decir, cívica) de estos histéricos se la están administrando a pulso y a conciencia, por su cuenta y riesgo. Y en grandes dosis.
Una miseria que lleva a escribir intencionadamente el nombre de Dios con minúscula, pretendiendo sin duda molestar de intento, rompiendo así unilateralmente cualquier continuidad de diálogo. Como si ya no hubiera nada que hablar entre las gentes que leen a Cebrián (devolvámosle su mayúscula, que eso no cuesta nada) y las gentes que -además de eso- son capaces de rezar a Dios.
Cebrián y el actual coro de plañideros (escasa la cuota feminista), siendo en esto minúsculos, no dejan de ser -como los virus- tan dañinos como lamentables para la sociedad. Por eso, hay que desarrollar paciencia con los ahora histéricos, como cuando tocan niños que berrean al lado en un vuelo transatlántico, pero sin dejarse salpicar ni contaminar con la maligna superficialidad de su pobre histeria.
Eso daría, una vez más, razón a Kierkegaard, cuando dice que el superficial histérico, lo que pretende es -haciéndose notar- que su mismo estado de ánimo cunda alrededor.
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