En las dudas por comparar el debate electoral con el wrestling o con la guerra de exterminio, entiendo que -en términos generales- es más acertado, e incluso más elegante, lo primero. Incluyendo el moderador (?). Si bien ya sabemos que la finalidad real del llamado debate consiste -a ser posible- en aniquilar las posibilidades de gobierno del contrincante.
Pensaba que -a falta de los inexistentes debates parlamentarios- con éste electoral se trataba de un debate de ideas, de problemas y soluciones reales, de proyectos, programas y medidas a corto, medio y largo plazo... Pensando así caí en ver el primer "debate televisivo" entre Rajoy y Zapatero.
Pensaba inocentemente que un debate político también es una ocasión de diálogo, situación en la que -con el frotar de palabras racionales- surge la verdad, según recordaba Platón en su Carta VII, con una fuerza que apenas los humanos somos capaces de soportar... Pensando así, es patente que resulta una pena asomarse a la sofistería de ruinas dialécticas que nos deparan nuestros tiempos y nuestros políticos.
Como ya dije, aquel presunto "debate" me pareció más bien un diálogo para besugos, en el que cada uno -sin salirse de la estrategia maniquea fijada en sus respectivos trainings, ni de los tiempos precocinados por los expertos de ambos partidos- presentó una descarada versión pro domo sua del pasado, presente y futuro de la vida y nación de los españoles. Algo que, simplemente, favorecía su victoria electoral.
Por eso se entiende muy bien que alguien grite: ¡Aquí no hay debate!
Por eso es molesto presenciar un debate en el que uno está implicado como presunto elector de alguien que pretende servirle durante los próximos cuatro años. Sobre todo cuando se sabe que -una vez depositado el voto- el político se suele olvidar del servicio a todos los ciudadanos (los que han logrado que gobierne su candidato, y los que no lo han logrado), como primera y casi única razón del gobierno y la oposición de una nación.
Por eso, hoy, decepcionado, además, por la repipiez de J.L. Cebrián (Demócratas, mediócratas, miedócratas...), pero seguro y esperanzado en que la política tiene que ver con el bien común y el respeto a la dignidad nativa de las personas, ofrezco algunas reflexiones leídas esta mañana, antes de que quedemos enzarzados en los vericuetos retóricos, en los árboles que no dejan ver el bosque, de este nuevo episodio de wrestling electoral:
-- Alejandro Llano, ¿Qué nos jugamos en las elecciones?:
(...) El partido que actualmente nos gobierna considera que tiene la misión
histórica de realizar una profunda mutación de las mentalidades, hasta
conseguir que los ciudadanos se identifiquen con su ideología: la única
radicalmente democrática.
Un instrumento clave de semejante manipulación es la asignatura
educación para la ciudadanía, de la que se retirará el actual
maquillaje de tolerancia y flexibilidad si el PSOE gana las inminentes
elecciones. La entera orientación de la enseñanza está en juego. Hasta
los izquierdistas más duros reconocen ya que el gran fracaso de los
socialistas en España ha sido la educación.
Lo oposición tiene mejores razones y soluciones que el Gobierno, lo
cual motiva que al menos media España —acertadamente— se incline a
concederle su voto. Pero lo que embota su argumentario es un
pragmatismo de cortos vuelos, una especie de astucia cazurra no exenta
de ingenuidad, como también se está comprobando en estos días. Sostener
contra viento y marea que el neocapitalismo liberal es lo único natural
y lógico en economía no deja de ser otra ideología indemostrable,
aunque sus consecuencias no sean tan desfavorables como las del
socialismo terminal. (...)
-- Hermann Tertsch, Colores de Zapatero:
(...) las dos banderías en las que ha logrado dividir a la sociedad española
el Gran Timonel de La Moncloa ya no otorgan a las palabras el mismo
sentido que se había acordado hace treinta años. De la misma forma que
durante la Guerra Fría las palabras no significaban lo mismo para un demócrata
occidental que para un líder comunista del Pacto de Varsovia.
(...) dice Mefistófeles en el Fausto: «Ante todo, debéis aferraros
a las palabras; entonces ingresaréis por la puerta segura; al templo de
la certeza». Aquí para algunos las palabras ya no significan más que lo
que la intención del momento dicte. Y en la siguiente situación basta
con negar la intención para vaciar de todo significado a lo dicho. No
se resiente el discurso, por no hablar del sentido del «honor». «Las
palabras están al servicio de la política», dijo Zapatero.
-- Felipe González rectifica el "imbécil" a Rajoy por el término "infantil"
-- Pablo Sebastián:
España perderá el debate
-- José Apezarena: Ante el debate: la inmigración, palanca de éxito electoral o bomba de relojería
-- Juan Freire (y Enrique Dans, Antoni Gutiérrez-Rubí, Genís Roca), Carta abierta al futuro Presidente:
(...) No queremos hablar de tecnología o de Internet, queremos hablar de
los nuevos liderazgos y talentos de la sociedad en red. Nos preocupa el
modelo de gestión con el que vas a decidir nuestro futuro: de cómo te
informas, cómo escuchas, cómo aprendes. Manejar estadísticas o
participar en un debate, aunque sea en la red no es suficiente para
tomar decisiones acertadas. Tus ciudadanos ven cada vez menos
televisión, crean cada vez más contenidos, son cada vez más globales,
están cada vez más conectados y se sienten cada vez menos circunscritos
a un territorio. Escúchales. En la red, se puede.
Queremos debatir sobre la neutralidad de las infraestructuras más
que de su titularidad. Queremos dialogar sobre el concepto que tienes
de la propiedad intelectual, más que sobre un determinado canon. Y
cuestionar cómo usas el software libre si en él vas a utilizar datos a
los que no tendremos acceso.
Queremos discutir sobre las reglas de juego que están definiendo el futuro. De una manera directa y franca.
Hay muchos más que tampoco quieren vivir (una vez pasadas las pompas y los rituales electorales, icluídos estos simulacros y ritos de paso pseudo-dialécticos) en una tecnocracia, ni en un reino de certezas sin verdad, ni en una economía y/o política desligada de la ética y de la dignidad humana. Ni en una democracia sin un ágora pública que realmente lo sea: ¿tanto miedo hay a hablar en público, poniendo de verdad en juego los propios saberes y las propias certezas?