Irlanda ha votado "no" al tratado de Lisboa.
Y no pocos burócratas europeos se han quedado ahora silbando en la oscuridad, para conjurar el miedo...
Esto ha sucedido en un referendum nacional y no (como ya se ha hecho o se prevé hacer en otros países) a través del voto parlamentario más o menos escaquedado, que elude la tarea común, la obligación común de una ciudadanía democrática.
Las razones de Irlanda puede que sean peculiares, pero si las reglas de juego no se cambian a mitad de partido (como algunos sugieren, para salirse con la suya por las malas, pidiendo por ejemplo a Irlanda que repita el referendum), esto quiere decir que desaparece de escena el "texto de Lisboa" y de nuevo es el viejo "tratado de Niza" lo que nos queda como denominador común político a los europeos.
A no ser que, como decía previsoramente el secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Jean-Pierre Jouyet,
si vence el 'no', habrá que encontrar "un arreglo jurídico" entre Dublín y los otros 26 miembros de la UE. "Lo más importante [en caso de rechazo irlandés] es que el proceso de ratificación continúe en los demás países y ver con los irlandeses qué arreglo jurídico podemos encontrar".
Dice Declan Ganley, promotor de la plataforma "Libertas", favorable al "no":
Es tremenda la arrogancia de algunos líderes, la presunción que tienen de que ellos saben lo que es bueno para los demás. ¿Qué se creen? En Irlanda sabemos leer. Este documento es la Constitución a la que franceses y holandeses dijeron en su día no. Es idéntica en un 96%. Han hecho algunos cambios para justificar que no se vuelva a los electores. Es inaceptable ignorar a la gente.
Europa se está haciendo -por desgracia- a golpe de pasillos y burocracia en Bruselas, a golpe de negociaciones en parlamentos y con parlamentarios nacionales, que votan lo que escasamente saben, a golpe de miedo a la democracia que al tiempo se exhibe y se cacarea a los cuatro vientos. Negociaciones que son más bien poco o nada conocidas por la ciudadanía. ¿Es esto una democracia real? ¿Es una "tiranía suave" del no te preocupes, que ya pensamos nosotros: tú confía en nosotros, tú vota lo que te digamos?.
Por estas y otras razones, me alegro de esta decisión de la ciudadanía irlandesa. Ya digo que sus razones no coinciden necesariamente con las mías, pero el resultado sí: no nos gusta la Europa que se nos quiere "vender", sin más. Y -se puede ver venir- quienes no "compren" el producto "Europa", cocinado en Bruselas, pueden ser tacahados de anti-europeos, o anti-demócratas o cualquier otra lindeza.
Personalmente entiendo que no hemos dado un paso en proponer algo relamente mejor que la Europa que en 2005 ya rechazaron en referendum Francia (La Francia profunda rechaza el Tratado europeo) y Holanda (Intifada democrática en Europa: el turno de Holanda), y que algunos ya rechazamos en España (Europa: votar NO. Por una "comunidad jurídica", distinta de una "comunidad de valores").
Europa es mucho más que un mercado o una zona de influencias políticas liberal-reformistas. Europa tiene una larga historia de pensamiento y trascendencia, preñada aún de ese mismo sentido de la libertad creadora, que no merece acabar así. Y no pocos políticos saben que -de haber mencionado en el preámbulo de la Constitución las "raíces judeo-cristianas de Europa- es probable que no estuviéramos ahora en esta "edad oscura" europea.
Como diría el viejo Indro Montanelli, no está bien pasar "dalle stelle alle stalle" (de las estrellas a las cuadras, establos o caballerizas).
Bien por Irlanda.
Como bien dice The Economist (Whistling in the dark), "If nobody can find more convincing arguments in favour of the Lisbon treaty, the EU as a whole may yet find itself whistling in the dark."
Silbando en la oscuridad, para conjurar el miedo...
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Ver: Nada nuevo en Europa
16-VI-08: Juan Manuel De Prada, El fin de Europa:
(...) los cimientos falsos tarde o temprano (más temprano que tarde) se resquebrajan; y entonces asoma el egoísmo descarnado, que en esta fase democrática de la Historia se traduce en «euroescepticismo». A las naciones sólo las puede mantener unidas la amistad, esto es, el amor; pero el amor es justamente lo contrario del contubernio político y del toma y daca de favores económicos, que es la bazofia utilitaria sobre la que se sostiene la Unión Europea. El amor a las naciones vecinas es a la postre amor al extranjero, amor al bárbaro, amor al enemigo; forma extrema de amor que no se puede alcanzar mediante el mero concurso de fuerzas humanas. Los albañiles de la Unión Europea podrán seguir urdiendo remedios que dilaten el derrumbamiento; pero mientras el Señor no construya la casa, seguirán trabajando en vano.
Los fundadores de aquel sueño de fraternidad europea -Monnet, Schuman, Adenauer, De Gasperi- que hoy ha degenerado en la Europa de los mercaderes y los burócratas eran cristianos convencidos; y sabían, como Bergson, que sólo la religión puede trasponer las fronteras y actuar de amalgama entre los pueblos. Sabían, en fin, que no hay fraternidad posible entre las naciones sin el reconocimiento de una paternidad común; cuando el reconocimiento de esa paternidad común decae, las naciones se embarullan y enviscan unas contra otras, porque la fraternidad se reduce a un «amor por interés». Aquel sueño fundacional ha degenerado hoy en una construcción artificiosa que, como el escorpión acorralado, se inocula el veneno del suicidio, renegando de su aliento cristiano. Así, en el suicidio, concluyen todos los intentos que en el mundo han sido por edificar el Paraíso en la tierra. Pues a los hombres que edifican sobre el vacío, el vacío acaba engulléndolos en su seno. Podrán dilatar su fin diez o cien años; pero todos sus afanes por dilatarlo no son sino «verduras de las eras», que diría Jorge Manrique.
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