Entre los muchos comentarios sobre el particular, hay dos -al menos- que me animan a escribir sobre esta portada, ya famosa. Ambos hablan de su carácter satírico o irónico, que es lo que quisiera comentar.
Porque hoy no se entiende bien qué es con propiedad, ni se sabe cóm actuar ante la ironía genuina. Y además, hay muy poca capacidad de autoironía en el ambiente.
Uno de esos comentarios comentables se encuentra en la entrevista que David Remnik, editor del New Yorker, concedió a The Huffington Post (David Remnick On That New Yorker Cover: It's Satire, Meant To Target "Distortions And Misconceptions And Prejudices" About Obama), con algunas aclaraciones:
Normally I'd want the work to speak for itself — normally I'd not want to explain jokes, or short stories, or a piece of non-fiction that we publish — people always read things the way they're going to read them. In this case, since I see that it's stirred the pot somewhat, and some people have misinterpreted it very quickly, I'm talking to you. The image tries to be as clear a possible the title tries to make sure of that. (Ed. The title does not appear on the cover, but is listed in the Table of Contents, in the magazine and online.)
(...) The fact is, it's not a satire about Obama - it's a satire about the distortions and misconceptions and prejudices about Obama.
Me parece que -en este caso- David Remnik ha sobrevalorado dos cosas, cuando habla de "sátira". Primero, no tiene en cuenta lo que de ordinario se entiende por "sátira", en inglés, lisa y llanamente:
"the use of humor, irony, exaggeration, or ridicule to expose and criticize people's stupidity or vices, particularly in the context of contemporary politics and other topical issues" (New Oxford American Dictionary).
En principio, se satirizan estupideces o vicios de los políticos. No se satirizan los equívocos o prejuicios acerca de las estupideces o vicios de los políticos, como quiere David Remnik.
Remnik está sobrevalorando la capacidad satírica de sus lectores en general y del público en particular. No todos -empezando por los propios expertos de la campaña electoral de Obama- son capaces de hacer una "doble lectura satírica" o una "lectura satírica al cuadrado" de la portada.
En segundo lugar, entiendo que Remnik sobrevalora el conocimiento del New Yorker por parte de la opinión pública. El carácter satírico de algo dicho por alguien o en algún medio, tiene mucho que ver con el "pacto de lectura" habitual que hay entre la revista y el público, con lo que la gente sabe de los usos y costumbres habituales de quien satiriza. En este caso, me parece, al New Yorker se le ha ido la mano, porque la portada no ofrece (aparte del nombre de la revista) ningún signo especial de su doble sátira.
Los implícitos mentales del "imaginario colectivo" acerca de la sátira, y del New Yorker, no han resultado ser los previstos por Remnik.
El segundo comentario acerca del asunto es el que ayer ofrecían Los diarios de Arcadi Espada, titulado "Recto". Copio por extenso la argumentación que le lleva a temer que las dificultades de la ironía sean los atisbos que anuncian la llegada del newspeak orwelliano:
La ironía sirve para llevar al lector al borde del precipicio y hacerle ver cómo serían las cosas si las cosas fueran lo contrario de lo que son.
(...) La intención es tan obvia que da pudor enunciarla: mira esta caricatura que los derechistas han hecho de Obama. Pues bien: los primeros en protestar han sido los miembros de la oficina de Obama. La portada da una idea equívoca del candidato, eso es lo que han dicho. Temen que el público vea en Obama, literalmente, a un terrorista. La opinión de Obama ha recibido un cierto apoyo de la ciencia presunta. Leo que una psicóloga de Harvard (repítase: Har-vard), Mahzarin Banaji, plantea la posibilidad de que el cerebro humano asocie los pares Obama/terrorista al margen del contexto (en este caso del New Yorker y su intención clamorosa). ¡Naturalmente que es muy probable que el cerebro haga eso! Es precisamente a partir de esa característica que el fenómeno irónico puede proyectarse. La ironía apura hasta el fondo el delirio de la asociación cerebral para desnudar radicalmente la realidad. Sin esa tosquedad cerebral, la elegancia irónica no tendría ninguna posibilidad. Hay ironía porque hay lenguaje recto.
A la desaparición de la ironía, incluso de la ironía más naïf, meramente publicitaria, están contribuyendo, en primer lugar los políticos y su timorata necesidad de ponerse delante de la opinión, antes que de encabezarla. También las llamadas minorías. El último ejemplo ha sido el de Nike, obligada por gays a retirar un anuncio de zapatillas, porque la foto reclamo mostraba el salto de un jugador de básquet. Tal era el salto, que le ponía el pelotón en la boca a su adversario. Mientras, irónico, el publicista decía, temiéndoselo: That ain’t right (”No es correcto”). Por si las dificultades fueran pocas se añade la de internet y la lectura basura.
La red es el desierto del lenguaje irónico, porque la ironía requiere algo más que surfeo: hay que meter el cuerpo. Cualquiera que escribe corre el riesgo de que sus opiniones irónicas se reboten en miles de ecos rectos, y en consecuencia repulsivos.
No hay mal que por bien no venga: al fin hemos comprendido qué era y que iba a suponer la neolengua orwelliana.
De acuerdo en advertir este punto sobre el lenguaje recto como condición de posibilidad de la ironía. El Drae dice que se trata de una "figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice".
Si bien habría que añadir como parte de la misma condición de posibilidad de la ironía la capacidad de entenderla, de verla, por parte del lector. En este sentido, hay que enseñar y estudiar mucha más retórica, si se pretenden una genuina "educación para la ciudadanía" para los tiempos que vivimos.
Porque, para entender la ironía, además del lenguaje recto, es necesario un mínimo de capacidad de autoironía en quien participa (como autor y como espectador) de una ironía. Es muy conveniente la capacidad de no tomarse uno a sí mismo excesivamente en serio en su aparecer ante los demás.
Postura vital nada fácil, hoy prácticamente en desuso, pero es la que me recomendaba en una ocasión, con un deje a su vez irónico, el gran humanista y académico, y por suerte para mí, gran amigo, Álvaro D'Ors.
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