Por razones de viaje no pude contribuir explícitamente, el pasado día 20, día previsto, a la exitosa Blogocampaña contra la pornografía infantil.
Algo quería decir, a propósito de lo expresado en la convocatoria, que arrancaba así: "La pornografía infantil en la Red es una lacra imparable que ensucia nuestras vidas cada día. La presión policial con macroredadas no es suficiente para detener las malas prácticas de estos individuos, que actúan desde el anonimato que puede brindar la Red golpeando las vidas de cientos de niños, incluso bebés, en busca de un deseo sexual depravado y enfermizo."
"EL fariseísmo contemporáneo ha encontrado en la condena de la pederastia uno de sus ejercicios retóricos predilectos. Hace un par de días, la Policía Nacional desmantelaba una red de pornografía infantil -y van...- y detenía a más de ciento veinte personas que intercambiaban a través de Internet imágenes en las que niños de muy corta edad, casi bebés, eran sometidos a las sevicias más aberrantes; todos nos hemos indignado muchísimo, nos hemos rasgado las vestiduras y hemos solicitado que a tales tipejos infrahumanos se les castigue con el máximo rigor.
Nadie se ha molestado, en cambio, en describir el caldo de cultivo en el que tales tipejos infrahumanos florecen, tal vez porque, si lo hiciéramos, nos veríamos obligados a reconocer que se parecen demasiado a nosotros mismos. Probemos aquí a describir ese caldo de cultivo: por una parte, hallaremos que los niños, antes de nacer, han sido relegados a la condición de «amasijos de células» sobre los que nos hemos arrogado un derecho de disposición absoluta que incluye su destrucción física; por otro, descubriremos que los niños, una vez nacidos, son sometidos a agresiones diversas que anhelan su destrucción espiritual.
Los niños que se salvan de ser despedazados en los abortorios son arrojados a una máquina trituradora que avasalla su inocencia y pisotea su dignidad. En esta guerra inmisericorde contra la infancia vale todo, con tal de que se disfrace con los ropajes de los sacrosantos derechos y libertades: y así, en el hogar, se les condena a una vida escindida, mediante el sacrosanto «derecho al divorcio» que asiste a sus padres; en la escuela, se les obliga a recibir adoctrinamiento ideológico y se les inocula el veneno de la llamada teoría de género, todo ello, por supuesto, en aras de que puedan vivir plenamente su «libertad sexual».
Y por si aún las agresiones que reciben en el hogar y la escuela no hubiesen sido suficientes para desnaturalizar su infancia, por si aún su alma no estuviese suficientemente arruinada, la propaganda mediática se encarga de arrebatarles el pudor y convertirlos en adultos precoces, escamoteándoles las realidades más esenciales de la condición humana y sustituyéndolas por un batiburrillo de risueñas escabrosidades que incluyen, por supuesto, todo tipo de reclamos sexuales. (...)"
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