A propósito de leer la prensa sobre los escándalos políticos en Chicago, lugar del que proviene el presidente electo Obama, me parece que los medios no están juzgando del todo bien las cosas. Hay demasiado maniqueísmo tácito o explícito.
Maniqueísmo porque tanto los que dicen que Obama no tiene "nada que ver" como los que afirman que "sí tiene" que ver con los líos de Blago, el gobernador, o con las memeces de Favreau, el escritor, están poniendo las cosas de la política en blanco y negro, como si se tratara de asuntos teóricos (que son verdaderos o falsos) o de asuntos técnicas (que funcionan o no).
Y muchos otros más alrededor del mundo...
El caso es que las cosas políticas, a diferencia de las cosas teóricas o técnicas, no deberían ser tratadas en modo binario, que en este caso es maniqueo.
Porque las cosas políticas se encuentran en el ámbito de lo práctico, entre lo mejor o lo peor, casi nunca entre el sí o el no totales.
Por eso molestan tanto las defensas como las acusaciones a ultranza de Obama, a propósito de Chicago, su gobernador, el jefe del staff de Obama o su jefe de escritores de discursos.
Todo esto puede ser buena ocasión para recordar una idea clásica que repite Alejandro Llano (Descargar: "El humanismo cívico y sus raíces aristotélicas") a propósito de la razón práctica asociada a la política (cuando es realmente política), y que tiene que ver mucho con la verdad práctica, una verdad situada, y no fuera de la historia:
(...) el humanismo cívico tiene en cuenta que la verdad social -–estudiada por la filosofía política en su configuración básica y perseguida por la prudencia en su realización pormenorizada– es un tipo de lo que Aristóteles llamó verdad práctica, y ha de acontecer en comunidades determinadas: es una verdad situada; no es utópica, sino “tópica”; y, sobre todo, no es atemporal, sino temporalizada, histórica.
Los principios éticos de la convivencia cíudadana mantienen en lo esencial su validez en el curso de las variantes históricas, pero su proyección concreta –según ha señalado Inciarte– ha de ser continuamente corregida, ajustada, compulsada con las circunstancias cambiantes y con las opiniones y decisiones libres de los miembros de cada colectividad. La verdad política es también –en su núcleo– una verdad ética, pero no es sólo una verdad ética. La moralidad es condición necesaria pero no suficiente: la decisión política, además de éticamente justa, ha de ser –hoy y aquí mismo– eficaz, procedente, oportuna.
El olvido del carácter práctico y concurrente de la razón política es la raíz común de dos frecuentes equivocaciones, aparentemente contrapuestas, que el humanismo cívico pretende superar. Me refiero al moralismo y al relativismo. (...)
Lo dicho: temo que haya hoy equivocaciones, como son el moralismo y el relativismo en la política y desde luego equivocaciones que se multiplican en el modo de tratar los asuntos políticos por parte de los medios.
Es un asunto tan poco claro y agradable como esas lindezas que están saliendo a flote en estos días, a propósito de la política que se ha hecho y se hace en Chicago. Una política que demasiadas veces lleva a los políticos a la cárcel.
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