No es de extrañar que, a los sesenta días de vivir en la Casa Blanca, Obama esté jugando rápidamente todas las cartas de su política. Todos saben que lo que no se ve en los primeros 100 días de gobierno, no cuenta.
O quizá la imagen como táctica para hacer pasar sustancias políticas no deseables o no racionalmente explicables al electorado. Con el riesgo de decir
cosas políticamente incorrectas en directo con Jay Leno. Aunque lo que cuenta es la imagen.
O quizá ha elegido el populismo mediático (
Obama is new 'King of all Media') para hacer pasar sus medidas políticas, algunas como de contrabando, como es el caso del engrudo "buonista" de moral, ciencia y política al
hablar cautamente -después de
decidir urgentemente- sobre experimentos con células embrionarias.
Buenas ideas de imagen, en sí mismas. Pero que tienen el riesgo de reducir el presidente a una imagen, cuya sustancia no es ni generada ni gestionada sólo por él mismo, a pesar (o precisamente por) sus ingentes capacidades de empatía comunicadora. Porque, en todo caso,
algunos factual missteps ya hubo en su conferencia de prensa.
Nadie había hecho hasta ahora un uso tan persistente y variado de los instrumentos de la comunicación: esta última semana ha publicado un artículo con su firma y su inconfundible impronta ideológica en una treintena de periódicos de todo el mundo; ha concedido una entrevista de 60 minutos a una gran cadena generalista; se ha estrenado como el primer presidente que participa en un talk show nocturno; y se ha dirigido por vídeo a los iraníes para felicitarles su Año Nuevo y lanzar un mensaje conciliatorio para allanar la oferta de negociación entre Teherán y Washington.
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