Como sólo puede tomarse por el ángulo irónico, para no seguir llorando nuestra democracia, veo -entre las lindezas y galanuras de algunos políticos y políticas acerca de la coherencia de la Iglesia con sus principios morales- estas dos:
El
señor Llamazares, al parecer dice que se "ha dirigido a la Iglesia", que él mismo sitúa "en el medievo", para decirle que "El aborto es un derecho, lo diga Agamenón o su porquero"... ¿Habrá inventado la fórmula de viajar en el tiempo? ¿A quién ha escrito, y en qué parte concreta del amplio espacio-tiempo medieval? Si no se precisa un poco más, el asunto resulta un burdo
brindis al sol.
Porque tal cosa la ha dicho ante periodistas acreditados ante la cámara baja, esperando que éstos, henchidas las velas de su objetividad informativa, cual neutrales palomas mensajeras, hayan llevado tal mensaje a esa denostada "Iglesia medieval", que vaya usted a saber por dónde pilla.
La
señora De La Vega, por su parte, añade galanura sobre galanura, y lindeza sobre lindeza. Según recogen más o menos religiosamente los medios, parece que -según esta señora- quienes se oponen a la reforma de la ley del aborto son los "sectores más retrógrados" que "creen tener la patente de la moral social".
No está mal como machada, para ser toda una señora vicepresidenta del gobierno español. Porque a fin de cuentas -trabajo le ha costado decirlo con mayor sencillez- el error de esos pobres ciudadanos (que ya deben tener tortícolis crónica, de tanto retrogradear) consiste en no haber caído en la cuenta de que quien tiene "la patente de la moral social" es ella misma.
O bien, puestos en su lugar y en un ataque de humildad afectada, esa "patente de la moral" sólo es suya en cuanto representa al gobierno español, que es quien tiene tal "patente".
Genial. De todos modos, pensando con Llamazares (que ya es pensar) quizá hay que conjeturar que -en asunto de aborto como derecho- con la vicepresidenta se trata sólo de la porquera de Agamenón. Es decir, la de Zapatero, celoso guardián (¿quién si no?) de la revolución (en plan ayatolá), en plena potestad de la verdad y de la moral.
En cualquier caso, junto al insulto premeditado, se trata -a fin de cuentas- de otro
brindis al sol: es decir, de otra "cosa que se hace o que se dice con fines puramente testimoniales, a sabiendas de que no tendrá ningún efecto.
Además de ser un gesto testimonial que no supondrá compromiso, también lleva implícito un punto de atrevimiento, de fanfarronada, de desafío difícil de cumplir."
Lo dicho: a semejantes lisonjas, lindezas y galanuras de políticos y políticas, como aquellos borrachos de Kierkegaard, enseñoreados de la verdad y la patente moral, van bien suaves ironías. Entre otras cosas, para no llorar la democracia.
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