Espero no resultar con estas líneas tan esnob (Drae: “Persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos.”) como aparece al menos uno de los personajes de la viñeta de Bek en el New Yorker de esta semana.
Entiendo –sin entrar en demasiadas complejidades- que esta viñeta tiene gracia (tiene sentido) en la medida en que somos capaces de ver en ella, al menos un atisbo, de una especie de relativismo feliz en la señora instalada en su situación. Más allá, por tanto, de la suave ironía o incluso del sarcasmo narrativo más o menos manipulador al que nos podemos abandonar en nuestra lectura, cuando sabemos que luego –a fin de cuentas, y más o menos cambiados- volvemos a nuestra fiable realidad cotidiana. Es decir, más allá del pequeño vértigo placentero de la seducción que ofrecen de ordinario las ficciones.
Entiendo que la viñeta tiene gracia (tiene sentido) si somos capaces de distanciarnos de la feliz aquiescencia que a la señora le confirma en su feliz relativismo vital. Si no, se tratará sólo de una viñeta paradójica y hermética, otra más, del New Yorker. Veamos.
La señora lectora nos obliga a entrar en materia como lectores conscientes suyos, en la medida en que dice a su marido o colega lector algo que es propio de expertos narratólogos, y que traducido libremente suena así:“Me encanta el narrador indigno de confianza [de lo que estoy leyendo] ¿A ti como te va con el tuyo?"
Se podría decir que Cervantes pone en marcha en el Quijote una maquinaria narrativa que por primera vez en la historia provoca “desafíos interpretativos” al lector, al situarnos ante un texto rico en juegos irónicos y ambigüedades entre lo que en él vemos hacer, decir y pensar a los personajes y la confianza que podamos depositar en quien o quienes –también dentro del texto, pero con ciertas distancias- nos lo hace ver, de modos más o menos fiables.
La expresión “narrador digno o indigno de confianza”, acuñada por Wayne Booth en territorio retórico, ha sido luego elaborada por Paul Ricoeur y otros estudiosos textuales, desde perspectivas fenomenológicas y hermenéuticas que no son del caso referir.
Normalmente, la puesta en juego de la cuestión de la fiabilidad de un narrador viene de que el texto o su sentido, su referirse a nuestro mundo real, ofrecen al lector un “pacto de lectura” que puede ir desde la ironía más o menos suave y fina, de ordinario, hasta la sátira con sal más o menos gorda, en casos más especiales.
Porque sucede que no se trata sólo de que un narrador desmienta más o menos explícitamente lo que otro dice con modos más o menos imaginativos, sarcásticos, paródicos o irónicos. Más bien se trata de que lo haga el mundo narrado. Ese que los narratólogos se atreven a llamar “diégesis” y que para el “lector inocente” es un mundo semejante y cercano a nuestro mundo real (el de los lectores), con algunas licencias “poéticas”: es decir, un mundo que es capaz –en primer lugar- de acreditar o desmentir al narrador en cuestión. Y lo hace sólo porque nosotros notamos algunas diferencias o contrastes entre lo que advertimos que se nos cuenta y lo que vemos como si nadie nos lo dijera o mostrara.
Desde luego, la expresión “narrador indigno de confianza” no forma parte del “lenguaje ordinario” que utilizamos, y menos en situación familiar. Primera distancia que nos hace tomar Bek respecto de los personajes que estamos viendo en su viñeta. Primera exigencia al lector del New Yorker, que de entrada no es un lector cualquiera.
Y si a la señora, además de que para nosotros la situación sea de suyo bastante inusual, resulta que comenta al marido o colega lector sentado en la hamaca de al lado –con la misma cotidianeidad con que se habla del estofado en una comida- que “le encanta” su unrealiable narrator, entonces la distancia se hace aún mayor respecto de nosotros, que en principio somos “lectores inocentes”. No nos podemos identificar ni con la señora que pregunta, ni con el señor que oye o escucha sin rechistar.
A menos que estemos de acuerdo, más o menos encantados, con el relativismo: es decir, con asumir que las cosas no “son de suyo”, porque son nada en la realidad. Porque todo es según nuestro humor y parecer del momento, es decir del punto de vista del observador y narrador, que en principio sólo puede ser como nosotros mismos: unreliable, indigno de confianza.
De todos modos, si queremos salvar la gracia de la viñeta de Bek, sólo tendremos que aportar por nuestra parte una de estas dos cosas: o bien que la señora es una experta narratóloga, o bien que que lo es su marido, mientras la señora es una tremenda esnob y que ambos vieron la noche anterior un programa de crítica literaria en televisión, probablemente en la PBS. Yo me apunto a la segunda.
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