Es posible que el imaginario colectivo de padres que trabajan en la misma casa donde viven con sus hijos traiga una oleada de comprensión mimética hacia el padre que, sin prestar mucha atención a los juegos del hijo, da forma al destino de una nación o del mundo según lo que esté estudiando o firmando en esa mesa de oficina.
Es posible que esta foto haga mucho por levantar la popularidad de Obama, tras los bajonazos sufridos con su pretendida reforma de la sanidad pública.
Pero todo esto suena demasiado a remake, a falta de recursos, a miedo a la innovación, y tantas cosas que traen consigo los remakes. Y no siempre ni necesariamente suena para bien, en el contexto de algunos remakes cinematográficos, como los más bien afortunados "Mogambo" (1932, Victor Fleming / 1953, John Ford) o como "El motín de la Bounty" (1935, Frank Lloyd / 1962, Lewis Milestone) o "El cartero siempre llama dos veces" (1946, Tay Garnett / 1981, Bob Rafelson)...
Las comparaciones son odiosas, y el riesgo de someterse voluntariamente a ellas es grande. En este caso, lo primero que se ve, y salta a la vista, es que Obama no es John Kennedy, ni Sasha es John-John.
Obama copia o simula (hace como) Kennedy, pero no lo es. Sobre todo, porque Sasha ha sido muy mal vestida, dirigida y encuadrada como actriz por Pete Souza, el fotógrafo oficial de la Casa Blanca, mientras que da la impresión de que John-John hacía con naturalidad lo que le venía en gana, mientras Stanley Tretick -entonces fotógrafo oficial en la Casa Blanca- tomaba sus famosas instantáneas.
Incluso en el mundo de la imagen, de la propaganda y las relaciones públicas, hay cosas originales y copias viles. Aquí tenemos un buen ejemplo. Lo siento por la imagen de Obama y el ridículo de la pobre Sasha cuando sea mayor cuando le hagan ver que aquello fue una encerrona y resultó una especie de "quiero y no puedo".
No sé si los responsables de esta copia descarada, apresurada y en todo caso mal hecha, seguirán trabajando en el ala oeste de la Casa Blanca. Aunque se trate de una idea que parecía buena, en un momento de apuro de popularidad del presidente que admira a John F. Kennedy, y pocos días después de enterrar al último de los hermanos de la estirpe Kennedy. Pero de las ideas a su realización suele haber un abismo. Sobre todo, si se trata de copiar pensando que la gente no se va a dar por aludida y no va a tomar nota consciente de la presunta manipulación que implica este descaro mimético.
Y aunque no es del caso tratar acerca de la rivalidad mimética y la violencia descritas y teorizadas por René Girard, no cabe duda de que en esto de la "Sala Oval con Niño Jugando" hay algo de deseo (envidia) respecto de algo poseído por alguien. O imaginado o atribuído: aquella deseada e inalcancazable Arcadia feliz que parecían prometer los miembros del clan político de los Kennedy.
La verdad es que vivimos de forma más ficticia, ideal y novelesca de lo que nuestro romanticismo quisiera reconocer.
Comentarios