Hay verdades incómodas que suelen dejarse al margen de lo públicamente compartido. Alejandro Navas prefiere hablar educadamente de esas omisiones habituales en torno al proceso europeo de reforma universitaria, más conocido con el apodo de "Bolonia".
Esto le lleva a presentar sin tapujos algunos efectos perversos de una versión menos entusiasta de "Bolonia", en la que se puede observar la desidia de algunos gobiernos, la disminución (en vez del incremento) de movilidad y empleo, la agobiante sobrecarga de trabajo que ha supuesto para las comunidades académicas, precisamente cuando acucia la falta de dinero para sacar adelante los hermosos planes burocráticos de la tierra prometida de "Bolonia"...
Este es el texto de Alejandro Navas, con este título original: Una visión menos entusiasta de Bolonia.
El comienzo de este curso académico en la Universidad ha venido marcado por Bolonia, como era de esperar. Los rectores de la UN y de la UPNA han ponderado la oportunidad para la mejora de la actividad académica que significa la reforma asociada al nombre de la ciudad italiana.
Pero no sólo ellos: destacados representantes de las fuerzas vivas de nuestra sociedad se han sumado al coro de los que cantan las excelencias de ese proceso. Por ejemplo, el Presidente de la Cámara Navarra de Comercio e Industria titulaba “Bienvenida a Bolonia” un artículo publicado en estas páginas hace unas semanas, en el que destacaba la movilidad y el énfasis en la adquisición de competencias y habilidades como puntos fuertes del cambio.
Como es obvio, suscribo todo lo que han dicho nuestras autoridades académicas y no quiero ser aguafiestas. A la vez, me parece necesario comentar algunos puntos a los que apenas se alude. Para empezar, llama la atención el retraso en la puesta en marcha de la reforma. Los ministros de educación reunidos en Bolonia en 1999 decidieron darse un plazo de diez años para su implementación.
En España hemos esperado al último momento para hacerlo, como tantos malos alumnos que empiezan a estudiar la víspera del examen. ¿Cómo se explica la desidia de los sucesivos gobiernos? Además, sería digno de estudio el criterio que ha presidido el diseño de la reforma por parte del Ministerio de Educación.
Como aquí no hay espacio para entrar en detalles, me remito a unas palabras de la ministra San Segundo que nos dan la clave: “Se trata por encima de todo de evitar que los estudiantes salgan a la calle para manifestarse”. ¿Es éste el planteamiento más seguro para mejorar la calidad de la docencia universitaria?Mi apreciado colega Luis Sarriés se refería poco después en otro artículo publicado en este periódico a los dos grandes objetivos que se propone Bolonia: movilidad y empleabilidad. Hay en juego algo más que una mera reforma universitaria, y el profesor Sarriés invoca el caso de Alemania como modelo de colaboración entre universidades, empresas y administración pública al servicio de la formación de los jóvenes.
Comparto su admiración por Alemania; sin embargo, en el elogioso cuadro que pinta haría falta matizar que después de algunos años de experiencia con la reforma -los alemanes han hecho sus deberes con más prontitud-, el resultado es que la movilidad estudiantil ha disminuido.
Estamos, pues, ante el típico efecto perverso: ocurre justamente lo contrario de lo que se pretendía. La causa de esta anomalía parece radicar en el exceso de burocracia, y así nos topamos con uno de los factores centrales que, en mi opinión, invitan a moderar el entusiasmo frente a Bolonia.
No exagero al decir que durante el último año millares de profesores y gestores universitarios han dedicado centenares de millares de horas para adecuar planes de estudio a las nuevas directrices, en un trabajo presidido por la improvisación del Ministerio y de cuya eficacia hay buenos motivos para dudar.
Una vez más nos enfrentamos a la burocracia o tecnocracia educativa, que todo lo fía a la perfección de las leyes y demás regulaciones abstractas -como es sabido, el B. O. E. lo aguanta todo-.
En nuestro país deberíamos estar ya un poco de vuelta, pero se comprueba que el fetichismo de la ley no cede terreno a pesar de tantas experiencias desgraciadas. Lo sangrante en esta ocasión es que esa agobiante sobrecarga de trabajo se ha impuesto a la comunidad universitaria en nombre de la calidad, la competitividad y la autonomía.
Aun concediendo que el tipo de enseñanza que instaura Bolonia fuera el mejor para el logro de los objetivos propuestos, la mala fortuna hace que la crisis económica impida de hecho incrementar el gasto en la medida necesaria: no hay dinero.
Estábamos acostumbrados desde hacía mucho tiempo a no distinguir la realidad de la ficción oficial, pero pocas veces como en este caso resulta tan pronunciado el divorcio entre el discurso oficial y la vida real. Los burócratas celebran su triunfo -regulaciones al servicio de una homogeneización de ámbito europeo-, pero hay que empezar a decir que ese rey, cuyas galas se elogian con tanto entusiasmo, en verdad anda medio desnudo.
Cfr. en Scriptor:
-- El "proceso de Bolonia" pone nerviosos a universitarios y politicos
-- Comunicación pública, Universidad y "Plan Bologna": armonizar creatividad y gestión
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