Hoy comienza este Congreso, en el que participo. La convocatoria (ver inglés) planteaba entre otras cosas, que
[Hay] una interesante tensión entre la creciente desconfianza respecto al carácter verdadero de la representación audiovisual y la percepción –fuertemente enraizada en nuestra cultura popular– de que “la imagen nunca miente”.
Seguimos necesitados del “documento” audiovisual –en formato de noticia, de documental, de vídeo doméstico– y seguimos subyugados por el “realismo” de la representación de los conflictos humanos que nos ofrece el cine y la televisión, en sus modos clásicos de ficción y no-ficción, o en modos más recientes como los de la “telerrealidad”.
Los organizadores han logrado reunir un respetable grupo de expertos internacionales (ver Programa), que estaremos tres días hablando sobre no pocas cuestiones que cabe formular sobre esta premisa general de relacionar la realidad en que vivimos con la imagen que hacemos o nos encontramos hecha de esa realidad.
Yo hablaré sobre "René Girard and the Violences of the Mimetic desire. Representation and Reactions to The Passion (Mel Gibson)". Dicho sin precisiones técnicas, trato de abordar
la cuestión de la violencia, referida a los conflictos humanos y su representación. Y lo hago con René Girard, experto conocedor del asunto en sus orígenes arcaicos y en su actualidad. Añado una coda final sobre la película The Passion de Mel Gibson observando la confluencia en ella de –al menos- tres tipos diversos de violencia: la relativa al hecho histórico representado, la de su representación y la de su recepción (preventiva y efectiva).Simplificando y resumiendo, me pregunto más o menos esto: ¿cómo desvelar cinematográficamente la violencia sin provocar nuevas espirales de violencia?
Esperemos que los debates sean interesantes. Quienes participan, de entrada lo son, y mucho. Esto promete.La respuesta teórica y cómoda es ésta: teniendo en cuenta y evitando la más que posible violencia narrativa, dramática y espectacular que puede implicar el hacer una ficción.
La respuesta práctica, más incómoda y exigente, tiene que ver con esto: con la capacidad operativa del artista para el auto-sacrificio y el hacer-se violencia al expresarse. Es decir, la capacidad de no hacer violencia a la realidad y a las personas implicadas (quizá dentro de su ficción) y desde luego fuera de ella y con ella.
Es decir, a fin de cuentas, algo bien sabido: no sacrificar nada ni nadie distinto de uno mismo, con el fin de lograr la propia tranquilidad, quizá en forma de éxito de crítica y público. Porque de ser así, ésta sería una tranquilidad más bien superficial, pasajera, y desde luego de escaso alcance artístico.
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