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Creo que el argumentario pro-aborto está agotado.
Es bien sabido que, cuando alguien quiere desactivar una voz ajena discrepante, pero le faltan argumentos, suele echar mano de dos recursos: la desautorización del adversario y el uso de eufemismos. Desautorizar, o sea, quitar a alguien autoridad o crédito, no exige rebatir con razonamientos las ideas. Puede bastar una palabra para dejar inoperante la voz contraria. Un par de ejemplos: desde un medio pretendidamente serio como El País, se vincula por sistema la opción pro-vida con la derecha (“la derechona”, eructó Maribel Verdú en las páginas de ese diario hace unos días), o con determinados políticos que se consideran del pasado (Aznar, Mayor Oreja…), o con los obispos. En suma: insultar sin argumentar.
Y, desde luego, no pierden los pro-abortistas ocasión de usar a troche y moche eufemismos cursis, de cartón piedra, tipo “interrupción (¿?) del embarazo”, “salud reproductiva”, “derechos de la mujer” y otras perlas de preciosas ridículas. Como decía el poeta, siempre queda el pudor de la palabra.
En nombre de un presunto derecho, que en realidad es un atentado contra el derecho fundamental a la vida, se pretende legislar contra las evidencias de la ciencia, de la razón, de la sensibilidad. También se ha considerado un derecho la esclavitud; y hasta no hace tanto, por cierto: me refiero a la América del Norte del siglo XIX, durante la Guerra de Secesión.
Cuando las estrategias dominantes en los medios influyentes son de ese calibre, hay que concluir que el argumentario proabortista presenta un electroencefalograma plano.
Juan Salazar Romero
Publicado por: Juan Salazar Romero | 19 octubre 2009 en 10:53 a.m.