De igual modo que copié aquí el Yo sí te espero de Gregorio Luri, pienso que este Adiós que sigue, y los comentarios que recibe, merece igual suerte:
Parece que su visita ha sido un éxito. Lo confirma la alegría de los católicos. Pero independientemente de lo que haya supuesto para éstos, los que nos dedicamos a mirar al mundo hemos dispuesto de una oportunidad fascinante para practicar el oteo. Ha sido fascinante, por ejemplo, escuchar las voces de quienes gritaban que no lo esperaban, tratándolo como a un pariente lejano muy venido a menos con el que da un poco de vergüenza relacionarse. Han hecho bien en dejarle rotundamente claro al mundo su condición de nuevos ricos ideológicos con todos sus ahorros depositados en la banca del poscristianismo. Ha sido fascinante ver como algunos (que no lo esperaban) se cabreaban porque el papa ha venido a defender las convicciones de quienes sí lo esperaban, los católicos, en lugar de tener la delicadeza de defender las suyas, que (supuestamente) tenían su atención puesta en otros asuntos. Ha sido fascinante ver a quienes necesitan hacer de su amor un espectáculo público pugnar por dejar claro que si estaban esperándolo era porque no lo esperaban. Ha sido sumamente divertido leer a quienes no lo esperaban con argumentos económicos en la mano (¡desde Compostela!, que ya tiene su qué, o desde Barcelona, ¡que tiene a la Sagrada Familia como foto en su DNI!). Ha sido enternecedor, incluso, ver reivindicada la justicia social frente a la caridad (en oración laica a san Luis Buñuel) en estos tiempos en que el Estado parece agotado de su pretensión de expansión del bienestar (que es lo que se entiende comúnmente por justicia social).
Por mi parte he vuelto a comprobar que la fe no es para nada intangible porque quien cree, cree, en primerísimo lugar, en un mundo al que su misma fe conforma y el mundo siempre responde a nuestras oraciones (sea la que sea nuestra fe, puesto que también el ateísmo nos religa a una determinada imagen del mundo y condiciona nuestra forma de habitarla). La fe es el incondicional del que pende nuestra existencia (nuestra vida, por el contrario, sólo pende de nuestra biología). Y para fe, fe de verdad, la de quienes no creen tenerla y lo han proclamado a gritos. Nos han abierto de par en par las puertas de su mundo, a pesar de que no lo esperábamos.
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