Alejandro Navas envía un texto magnífico en el que cuenta hoy (La rehabilitación de Denis Robert) la sustancia del "caso" del periodista francés Denis Robert.
Un caso en el que -quizá con asuntos de menor cuantía- no pocos colegas periodistas de medio mundo, por no decir de todo el mundo, pueden reconocerse.
El veterano redactor de Libération, inquebrantable en su trabajo frente a las enormes presiones de los poderes fácticos, desde luego mediáticos y también económicos y políticos en Francia, ha logrado que -tras diez años de procesos e incertidumbres- el Tribunal Supremo se pronuncie a su favor.
Se ha hecho justicia. La Corte de Casación francesa -equivale a nuestro Tribunal Supremo- acaba de cerrar el affaire Clearstream: el periodista Denis Robert es inocente. Este caso, escandaloso, ha enturbiado la vida política francesa de los últimos diez años. Ha reunido los elementos clásicos de un thriller: pago de comisiones en la venta de fragatas a Taiwán; sucias maniobras de Dominique Villepin contra su entonces rival Nicolas Sarkozy; intervención de los servicios de espionaje y contraespionaje; implicación del Gobierno, con el Presidente Chirac a la cabeza. La trama de la realidad superaba con creces a la imaginación.
En el centro de la conspiración aparecía la compañía financiera Clearstream, con sede en Luxemburgo. Denis Robert, el veterano redactor de Libération, investigó a fondo el intrincado asunto, labor que se plasmó en dos libros y en reportajes televisivos que causaron sensación. Entre otras cosas, acusaba a Clearstream de complicidad en el lavado de dinero negro. Como no podía ser menos, un escándalo con tales ingredientes alcanzó enseguida una repercusión europea, y hasta mundial.
La compañía fue a por él, con denuncias por calumnias y petición de indemnizaciones. Los sucesivos fallos judiciales condenaban a Robert. La tensión y los disgustos lo llevaron al filo de la locura y de la ruina económica. Finalmente, y al cabo de diez años, la Corte de Casación ha anulado las sentencias anteriores y rehabilita su buen nombre.
La sentencia reconoce que las crónicas del periodista incluyen algunos errores de detalle, imperfección disculpable a la vista de la complejidad del asunto, pero el tribunal salva el rigor y la honestidad de sus investigaciones. Queda pendiente concretar el importe con que deberá indemnizarle Clearstream. Sus libros y reportajes televisivos, embargados por mandato judicial, se podrán difundir libremente a partir de ahora. Robert, que abandonó desalentado su oficio y se ha ganado la vida últimamente como pintor, está feliz, y la profesión periodística y la ciudadanía se alegran con esta nueva victoria de David frente a Goliat.
En Francia se arrastran tiempos difíciles para la libertad de expresión. El setenta por ciento de los diarios franceses está en manos de dos empresarios, Lagardère y Dassault, que operan curiosamente en el mismo sector de la aeronáutica y el armamento. Un tercero en discordia, Bouygues, importante constructor, es dueño del canal televisivo TF 1. Los tres, amigos de Sarkozy de toda la vida, aprovechan sin escrúpulos sus medios de comunicación para hacer negocios o para influir ante el Gobierno.
Aviones, cañones, ladrillos e información integran un cóctel explosivo, en el que los periodistas y las audiencias tienen muy poco que decir. El último de una interminable cadena de incidentes similares: el prestigioso periodista Georges Malbrunot se atrevió a escribir en Le Figaro sobre un determinado país árabe. A Dassault, que negocia para venderle aviones, no le gustó el reportaje y ordenó que despidieran al redactor.
El gerente de Le Figaro, Francis Morel, intentó oponerse a esa decisión y el despedido fue él. Así las gasta el señor Dassault. Lagardère y Bouygues no le van a la zaga cuando se trata de defender los propios intereses o de contentar a Sarkozy.
Una llamada telefónica del presidente, molesto por el enfoque de alguna noticia, basta para que periodistas o presentadores de televisión sean cesados de modo fulminante. Las voces críticas se refugian en medios marginales y en Internet o, como Francis Morel, acaban en el paro.
Emociona ver a un héroe solitario, enfermo y arruinado, luchar contra el poder sin rendirse. Robert rechazó numerosas veces acuerdos extrajudiciales que le ofrecía Clearstream: él quería justicia y que la verdad brotara a la luz, no una componenda vergonzante. Sin duda, Robert tuvo una circunstancia a su favor: una Corte de Casación independiente e imparcial.
Desde el punto de vista de la libertad de expresión y la independencia de los medios de comunicación, tenemos poco que envidiar de Francia. Es verdad que nuestra prensa nacional está demasiado ideologizada, pero al menos la prensa regional cumple con dignidad el papel que compete a los medios en una sociedad democrática.
En cambio, al contemplar el lamentable espectáculo que rodea el funcionamiento de nuestros más altos tribunales, siento una profunda envidia por la Corte de Casación francesa.
Necesitamos ejemplos de coraje cívico, de honradez inquebrantable. El caso de Denis Robert muestra que, por adverso y poderoso que parezca el sistema, una persona íntegra y tenaz puede derrotarlo. Justamente.
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