Somos amigos gracias al cine, del que hablamos desde hace años por activa y por pasiva. Jerónimo -que es el Presidente del CEC (Círculo de Escritores Cinematográficos)- es un apasionado del cine en general y desde luego del buen cine en particular, y por esto hemos hablado bastante sobre la película de Roland Joffé, "Encontrarás dragones". Y sucede que ha escrito una muy buena crítica, que por razones que ahora no son del caso no ha encontrado sitio en su habitual tribuna en la prensa y que a continuación y con su acuerdo publico aquí, en Scriptor.org.
El original tiene una versión reducida y otra larga. Como aquí hay sitio para la larga, sigue a continuación una contenida y muy equilibrada visión de la película. Hablando, hemos coincidido en que era una pena que no llegara a sus lectores. Aquí está:
Jerónimo José Martín, Encontrarás dragones
Autor de clásicos modernos como Los gritos del silencio o La misión, y de películas notables como La ciudad de la alegría o Vatel, el cineasta londinense Roland Joffé llevaba varios años en baja forma. Ahora, retorna a la primera división con Encontrarás dragones, ambiciosa superproducción internacional —mayoritariamente española—, que se estrenó en nuestro país el pasado 25 de marzo —con una taquilla sobresaliente— y continuará su andadura mundial en Estados Unidos, donde se estrena el 6 de mayo, de la mano de la distribuidora Samuel Goldwyn.
En este denso melodrama romántico y espiritual, el ya sexagenario director, guionista y productor compara la radical opción cristiana por la caridad, la comprensión y el perdón con la lógica deshumanizadora de la violencia, la venganza y el odio. Un duelo que también encaran con lucidez otras dos películas recientes y magistrales: la ya estrenada De dioses y hombres, del francés Xavier Beauvois, y En un mundo mejor, de la danesa Susanne Bier —Oscar 2011 al mejor filme en lengua no inglesa—, que se estrena el próximo viernes 1 de abril.
Encontrarás dragones recrea libremente la vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer (Charlie Cox) durante la Guerra Civil española, y la entrecruza con la degradación moral de Manolo (Wes Bentley), un imaginario amigo suyo de la infancia y juventud. San Josemaría funda el Opus Dei en 1928, forma a los primeros miembros de esa institución y huye con varios de ellos de la brutal persecución religiosa desencadenada en la zona republicana. Y en paralelo, Manolo abandona el seminario, pierde la fe y se convierte en un hombre amargado y violento, que se infiltra en una columna anarquista como espía de las tropas nacionales. Su hosco carácter dificultará sus intentos de conquistar el corazón de Ildiko (Olga Kurylenko), una joven húngara de las Brigadas Internacionales, que está fascinada con Oriol (Rodrigo Santoro), el carismático líder del destacamento. Narra la historia, desde 1982, el hijo de Manolo, Robert (Dougray Scott), un periodista inglés que prepara un libro sobre San Josemaría, y que no se habla con su padre desde hace años.
El guión de la película tiene una compleja pero sólida estructura de vidas paralelas, una real y otra ficticia, al estilo de La Misión. En él, Joffé esquematiza la Guerra Civil —enmarcándola sin más matices en la lucha entre fascismo y comunismo en Europa— y desvela su cierta simpatía por el bando republicano, con algún que otro trazo grueso al dibujar a algunos mandos nacionales. De todas formas, y a diferencia de otras películas recientes sobre el tema, muestra con claridad y crudeza la dura persecución religiosa en la zona republicana —antes del conflicto y durante el mismo—, y nunca se muestra complaciente con la falta de recursos morales de sus héroes republicanos, sobre todo en la recta final de su trágica historia.
“No quería adoptar posturas ideológicas, ni señalar con un dedo acusador a unos o a otros —me confirmó Joffé en la larga entrevista que me concedió—. Intenté hallar una forma de sumergirme en la guerra y mostrar dentro de ella a los personajes como auténticos seres humanos, y no como arquetipos políticos o ideológicos”. De modo que el director londinense —como ha insistido estos días— no ha querido hacer una película sobre la Guerra Civil, sino que la emplea como metáfora de cualquier conflicto armado, subrayando sobre todo la necesidad de superar las desgarradoras inercias ideológicas que genera —en este caso, las supuestas dos Españas— a través del arrepentimiento y el perdón.
En este sentido, resulta muy interesante el personaje de Pedro Casciaro, uno de los primeros miembros del Opus Dei, interpretado en la película con gran frescura por el español Unax Ugalde. De familia y convicciones republicanas, Casciaro sufrió en propia carne el terrible desgarro de la guerra. Y, de hecho, mientras su familia malvivía exiliada en Orán —a causa de la afiliación de su padre al Frente Popular—, él mismo combatía en el ejército nacional, al igual que los demás jóvenes que se pasaron con San Josemaría de una zona a otra de España. “Creo que ninguna película contiene una idea suprema, una gran verdad —señaló Unax Ugalde en la rueda de prensa de presentación del filme —. Simplemente abre el debate. Y la película de Roland Joffé abre un gran debate para hablar de aquel momento y conseguir una reconciliación, que es algo que tenemos todavía pendiente en este país”. En términos parecidos se ha expresado Monseñor Javier Echevarría, actual Prelado del Opus Dei, tras ver la película en Roma con otras personalidades religiosas y culturales: “El filme —señaló— se desarrolla en medio de ese gran desastre que es una guerra, y más cuando es un conflicto civil. Sin embargo, queda bien patente esa idea que vivió y predicó constantemente San Josemaría: que el cristiano tiene que saber querer, saber amar, también a las personas que no nos comprenden, que no nos aman, e imitar de este modo a Jesucristo”.
En efecto, Joffé se sitúa en un plano de profunda reflexión moral y religiosa, superior al de la simple reconstrucción histórica o social. Como él mismo ha señalado, le interesan sobre todo esos dragones que anidan en el corazón humano, y a los que cada uno se enfrenta todos los días y, sobre todo, en circunstancias extremas, como una guerra. Y, así, frente al odio fratricida que generan las ideologías materialistas y ateas —el comunismo, el anarquismo, el nazismo, el fascismo—, Joffé exalta con inteligencia y emotividad el sentido de la filiación divina, la consiguiente caridad hacia todos los hombres, la legítima diversidad de opiniones políticas, el hondo sentido del sufrimiento y la santidad en la vida ordinaria. Todos ellos, temas centrales del cristianismo y coordenadas específicas de la Prelatura del Opus Dei. Sorprende este honesto y certero acercamiento a temas tan nucleares por parte de alguien que se declara extroskista y agnóstico, pues incluso se atreve con varias secuencias místicas de alto voltaje —la vocación de San Josemaría, la fundación del Opus Dei, la noche oscura del futuro santo en los Pirineos…—, en las que emplea con maestría símbolos visuales tan sencillos como el viento, un grano de cacao, una rosa o una gota de lluvia.
En cualquier caso, su indagación antropológica y ética adquiere entidad fílmica gracias a una vibrante puesta en escena —de hipnótica planificación y agresivo montaje— y a un generoso trabajo de ambientación (Eugenio Zanetti), vestuario (Yvonne Blake), fotografía (Gabriel Beristain) y música (Stephen Warbeck). Y la humanidad la añaden unos actores intensos, entre los que destacan Derek Jacobi —deslumbrante en sus breves apariciones— y Charlie Cox, que da vida a San Josemaría con una cordialidad y un vigor cautivadores. Queda así una gran película, quizás polémica, pero sin duda valiente y necesaria.
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