Alejandro sigue escribiendo tras las elecciones. Este artículo refleja algunos aspectos y asuntos -no generalizables, necesariamente, gracias a Dios- que sin duda resultan llamativos.
El caso concreto del alcalde -saliente- de Córdoba debe ser lo que ha puesto en marcha la pluma de Alejandro. Aunque no debe ser el único que -sin el suicidio político de decirlo- lo piensa exactamente igual...
Dice un refrán alemán que se miente principalmente en tres situaciones: antes de las elecciones, durante la guerra y después de cazar o de pescar. No voy a analizar las declaraciones que nuestros líderes han hecho durante la campaña, para no hacer sangre. Ahí están, por ejemplo, las palabras de Carme Chacón: “El día 22 será el comienzo de algo maravilloso…”. Prefiero comentar algunos rasgos del discurso de los políticos tras los resultados electorales.
Llama la atención que se siga resaltando la normalidad y la ausencia de incidentes en el desarrollo de la jornada electoral. Esta circunstancia podía ser destacable en las primeras elecciones, a la vista de nuestra desgraciada experiencia histórica con la democracia, pero hoy, adentrados en el siglo XXI, deja de tener sentido: es normal que no nos sobresalte incidente alguno y, por tanto, ya no debería ser noticia.
Resulta inevitable que en toda elección haya vencedores y vencidos: con los votos se desarrolla un juego de suma cero. De ahí que un recurso clásico de los perdedores haya buscado subrayar la victoria de la democracia cuando no es posible cantar la del propio partido. Triste consuelo. Por lo dicho anteriormente, no debería hacer falta recordarlo: suponemos que la democracia triunfó en los años setenta y desde entonces nadie discute su hegemonía.
En ocasiones, los perdedores pueden atribuir su derrota a la coartada de no haber sabido explicar adecuadamente su mensaje: su programa era excelente y su intención, noble y desinteresada; lástima que haya fallado la comunicación.
Dando un paso más, se afirma también que es el electorado quien no ha entendido el mensaje. Aquí asoma cierta visión peyorativa del pueblo: el demos no habría estado a la altura. Sería como echar perlas o margaritas a los cerdos. Este paso resulta peligroso, pues culpar a la ciudadanía exime al candidato de toda autocrítica. Se trata de un mecanismo fácilmente humano: las causas de los propios errores o fracasos flotan siempre fuera de uno mismo. En lugar de rectificar la propia conducta, basta con denostar al mundo que no nos comprende.
El punto culminante en esta escala se ha producido en Córdoba, donde Andrés Ocaña, el alcalde derrotado en las elecciones del 22 M, ha declarado abiertamente que “el pueblo se ha equivocado” y que “no hay que sacralizar todas las decisiones populares” (se supone que tan sólo las que le convienen al exalcalde). Desde luego que ningún electorado es infalible. Y, en buena medida, aquí radica el encanto y casi la esencia de nuestras democracias: mediante el voto enviamos a casa a gobernantes incompetentes y/o corruptos, para poner a otros en su lugar que, al cabo de un tiempo, pueden decepcionarnos igualmente, por lo que los echaremos en las siguientes elecciones, para elegir a otros en su lugar… Se me puede reprochar que esta visión de la democracia parece un tanto rastrera, pero se ha de reconocer que no es logro pequeño relevar sin derramamiento de sangre a gobernantes indeseables. Y es consustancial al sistema que los demagogos y ambiciosos puedan engañar, durante un tiempo al menos, a la opinión pública.
Soy capaz de entender el disgusto y la decepción del alcalde saliente de Córdoba. Ahora bien, ¿cómo sabe que el pueblo se ha equivocado precisamente al votar al candidato rival? No conozco al nuevo alcalde, pero el señor Ocaña demuestra con su mal perder que le venía ancha la magistratura que ha desempeñado durante los últimos años.
Saber encajar con elegancia una derrota es el abecé de la cultura democrática. Enviando a casa a ese mal perdedor, el electorado ha dado muestras de buen sentido político y de anticipación. No es tarea fácil encontrar a las personas más capacitadas para el desempeño de los cargos públicos, pero prescindir de los incompetentes no deja de ser un primer paso en la buena dirección.
A mi entender el principal motivo de la enorme derrota del partido del gobierno, es la mentira. ZP ha estado mintiendo descarada y reiteradamente durante muchos años. Eso el pueblo no lo perndona.
Publicado por: Charly | 26 mayo 2011 en 04:49 p.m.
A mi entender el principal motivo de la derrota dl partido del gobierno es que estamos metidos en una crisis económica tremenda, que la gente tiene mucho miedo a que esta crisis le afecte todavía mas y que si la solución no viene por el partido gobernante, tendrá que venir por "el otro" partido.
Publicado por: luz | 27 mayo 2011 en 08:14 a.m.
A mi entender, el principal motivo de la derrota de referencia es una combinación de ambas cosas (mentiras y crisis económica), además de altas dosis de incompetencia y ocurrencias sin cuento, mezclado todo ello con enormes manchas de corrupción.
Vamos, que tenemos un partido en el gobierno que es una joyita.
Publicado por: Samuel | 27 mayo 2011 en 04:28 p.m.
Pues si,en definitiva, la derrota del PSOE se da por una mala gestión, en un contexto económico nefasto. No han sabido hacerse cargo de la situación, ni gestionar la crisis.A un gobierno se le pide principalmente eso, que gestione bien el país.A partir de ahí, lo que quieras... a partir de ahí, empezamos a hablar de otras cosas: mentiras o verdades, ocurrencias sin cuento, ideas absurdas lanzadas al aire....
Publicado por: luz | 28 mayo 2011 en 07:30 a.m.
Me preocupa que como fruto podrido de la falta de ética de los políticos y la falta de efectividad de las instituciones, se empiece a crear de forma inadecuada un poder paralelo que entre en conflicto en una situación de tensión. Me refiero a esto: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/25/madrid/1306329405.html Veremos como evoluciona el fenómeno socio-político.
Publicado por: Rafael | 29 mayo 2011 en 01:54 a.m.
Me temo que la arrogancia y la incompetencia son las dos características más extendidas en nuestra casta política. Y plantea el peor de los escenarios, porque no hay nada más peligroso que un tonto con mucho poder.
Un ejemplo reciente: http://bit.ly/ef9rfm
(disculpas por la vulgaridad)
Publicado por: Samuel | 30 mayo 2011 en 07:29 p.m.
Muchas gracias por los comentarios. Sobre el último, ¡cáspita!
Publicado por: JJG Noblejas | 01 junio 2011 en 08:54 p.m.
Me temo que la arrogancia y la incompetencia son dos características muy extendidas en buena parte de la ciudadanía y de quienes configuran la opinión pública. Chesterton sugería para la democracia la elección como gobernante de un hombre común; no los 'competentes'. Y daba sus razones ... Quien desea estudiar las formas de gobierno con sus fortalezas y debilidades, puede comenzar por Aristóteles, y continuar -por ejemplo- por Tocqueville. La alternancia en el poder es la norma en una gran mayoría de democracias asentadas, aunque no necesariamente un síntoma de virtud.
Publicado por: Carlos Martínez Thiem | 02 junio 2011 en 01:52 p.m.
Cuenta hoy la prensa (malditos configuradores de la opinión pública) que, al llegar a Sevilla, Alfredo Pérez Rubalcaba ha declarado que le gustaría "pasar de ser Rubalcaba a ser Alfredo", vamos, que él quiere ser un hombre común, o sea, un gobernante chestertoniano.
Venía de Almería, a donde llegó en un Falcon 900 de la Fuerza Área, y luego se trasladó a Sevilla en el mismo avión, como cualquier hombre común, por un interés tan común como hacer campaña para las primarias del PSOE.
A mí también me encantaría ser un hombre común, como Alfredo, sobre todo cuando estoy desesperado en medio de un atasco.
(y ahora me largo a la cama, a terminar de leer American Vertigo, a ver si Bernard-Henry Levy me cuenta algo nuevo sobre Tocqueville, porque lo demás ya me lo sé)
Publicado por: Samuel | 03 junio 2011 en 02:48 a.m.
Lus, Carlos y Samuel, muchas gracias por vuestros comentarios, racionales y sabrosos. Un cordial saludo.
Publicado por: JJG Noblejas | 09 junio 2011 en 05:11 p.m.