Entre los "indignados" del 15M madrileño y el reciente "Occupy Wall Street" o "99%" neoyorquino ha habido una sintonía joven y nueva nacida quizá de la falta de pan y de trabajo y libertad en Egipto y otros países de la ribera sur del Mediterráneo, y desarrollada quizá frente al mercantilismo que ha generado la brutal crisis económica global que reduce los ciudadanos a consumidores.
Muchos han desdeñado, despreciado o ignorado el sentido de esta indignación, por diversas razones, que ahora no son del caso. Pero el caso es que ahora, con la llegada de la indignación a Wall Street, ha sucedido que no sólo han aparecido interesantes fotos y logos del fenómeno, sino que Paul Krugman (Nobel de Economía, y columnista del NY Times), se la ha tomado claramente en serio. Y esto, guste Krugman o no, es todo un síntoma: ver Unsavvy People, Panic of the Plutocrats, Confronting the Malefactors, etc.
El caso es que ha habido abundancia de noticias y opiniones acerca de estos movimientos de insurrección o indignación cívica global y en principio no violenta, manchados -en no pocos países- por grupos más o menos grandes o pequeños, más o menos violentos, que gustan de exhibir la simple y pura violencia en la vida pública. También se ha visto la violencia de diversas ideologías políticas más o menos anarcoides que -haciendo una religión de sus bandos políticos "laicos"- pretenden ridiculizar y eliminar la presencia en la vida pública de simples manifestaciones genuinas de trascendencia religiosa.
De todo eso ya se ha hablado mucho y en serio (ver, p.e., Alejandro Llano, Indignación y política: ¿Una nueva época?), quedando efectivamente en el aire la respuesta. ¿Por dónde despuntarán las soluciones a esta indignación cívica que ya es global, y que ahora advierte que, a falta de otros datos, acomuna al "99%" de la población?
No es difícil señalar al menos dos rasgos genéricos de esta indignación global. Ambos tienen que ver con la vida por delante, con la esperanza, con la fe, con la trascendencia.
Uno, más de fondo, que tiene que ver con la falta de horizontes sobrenaturales para esa necesidad de trascendencia más allá de la materia, de las riquezas, porque permite -valga la expresión- dar sentido a las carencias de bienes, leves o graves, que siempre tendremos.
El otro, más horizontal, tiene que ver con la fe y la esperanza en las insitituciones políticas y económicas, y en quienes las rigen, que a todas luces tiene visos de haber llegado hoy a sus cotas más bajas en muchos años. Y quizá el movimiento OWS neoyorquino ayude a poner, en la agenda de los debates públicos, las crecientes y críticas desigualdades económicas mundiales.
No sé si tiene razón Baumann con su insistencia en la falta de pensamiento de estos movimientos, y en la "liquidez" de nuestra situación y de nuestras vidas, sin que aprezca a la vista algo "sólido" que sirva de referencia y apoyo, de estabilidad vital.
Sé sin embargo que Lech Walesa, recordando sus tiempos de solidadad en Gdansk, tiene razones como premio Nobel de la Paz para pedirle a Obama (curioso Nobel de la Paz) que se sume al OWS neoyorquino.
En su momento, el muro a abatir era el presentado por el totalitarismo comunista, y terminó cayendo en Berlín. Hoy el muro a abatir parece que tiene que ver con el liberalismo capitalista salvaje, que quizá encuentra paralelo simbólico en Wall Street.
Pero el caso es que Lech Walesa, además de pensar el términos de trascendencia política, supo hacerlo también en términos de trascendencia sobrenatural. Cosa que con Obama y Wall Street no está tan claro que así sea.
No sé dónde estamos el 99%, a este respecto, si más bien cerca de Obama, o de Paul Krugman, o de Lech Walesa (todo sea por mencionar sólo a los Nobel). Si hay que definirse, sin necesidad de hablar del 1% restante, me inclino por Walesa.
Comentarios
Puedes seguir esta conversación suscribiéndote a la fuente de comentarios de esta entrada.