Antonio González (en la foto) me ha traído a participar aquí, en Madrid, en el Congreso "Creo en internet". Me encuentro junto a otras 360 personas, en una sala del "Distrito C" del inmenso complejo de edificios de Telefónica, en el barrio Las Tablas del norte madrileño.
Escribo desde aquí mismo, en una pequeña pausa.
Escribo para poner el texto que había preparado para leer (10 min.) en mi intervención.
El organizador, Antonio González, me ha prohibido leerlo, y me ha pedido que improvise sobre el tema, contando "trucos" del oficio y anécdotas para las ideas escritas en ese texto, y luego poder responder a las preguntas del auditorio.
Será más divertido que el texto, que es más estricto y menos informal que la presentación que haré dentro de unos minutos.
Este es el texto, precedido por una especie de abstract enviado previamente:
Algunas experiencias de un bloguero: “exhibirse y ocultarse en un blog”
Juan José García-Noblejas y “Scriptor.org”
Congreso “Creo en Internet”, Madrid, 11-11-11
Abstract:
Jaron Lanier, el gurú que predijo los cambios que vendrían con la web, dice en su libro-manifiesto “Tú no eres un gadget” varias cosas que hago mías. Por ejemplo, que “si quieres compartir cualquier cosa con alguien, primero debes ser alguien”. Y también dice que “lo más importante de la tecnología es cómo cambia a las personas”. Y que “no escribas nunca de modo anónimo en la red, a no ser que estés realmente en situación de peligro”.
Si tengo que reducir a una sola cosa la síntesis de mi experiencia con Scriptor.org, que escribo desde noviembre de 2003 (y con los otros 5 blogs que son sus satélites), diré esto: un blog -olvidando las cifras- es mejor en la medida en que es un asunto estrictamente personal.
Y el caso es que las personas solemos tener varios modos de aparecer ante los demás, somos varios “personajes”. Por ejemplo, la misma persona es –según las circunstancias- profesor, o periodista, o ingeniero, o padre de familia, o practicante de una religión, o con una ideología política más o menos concreta, o fan de un equipo deportivo, o lo que sea. Entiendo que, al escribir blogs, es mejor que esos personajes sean transparentes o traslúcidos y dejen ver o entrever –cuando y como convenga, desde luego- la raíz personal, última, del sentido de nuestra vida.
Como diría Jaron Lanier, eso supone ser “alguien” (y no sólo “algo”, un gadget), y supone que el diálogo puede cambiarnos unos a otros, y por supuesto exige evitar el anonimato. Si no, la vida en la red se convierte en puro teatrillo de apariencias, algo al margen de la realidad.
---
La super-transparencia no es para las personas en internet
Texto:
Quisiera ser claro en estos pocos minutos, hablando sobre un aspecto central, no técnico, de la “identidad on-line”, algo que está muy a la orden del día y que tiene mucho que ver con la cuestión de los “valores humanos” que aquí nos han convocado.
Para ganar tiempo, comenzaré recordando la idea central que os debe de haber llegado de algún modo, sin repetir la referencia explícita al "gurú" Jaron Lanier, cuando nos previene diciéndonos que "seamos alguien" y no nos convirtamos en un "gadget". Entiendo que si hay que hablar de identidad y de valores en internet, la cuestión se plantea como “quién soy” referida a las personas, y como “qué es” referida a las cosas que hacemos al aparecer en internet. Y que lo ideal es, desde luego, que el “quién soy” de nuestra identidad personal –y por tanto aquello que da sentido y valor a nuestra vida- sea capaz de asumir y en cierto modo dejarse entrever en los variados personajes, facetas y cosas “que somos” al aparecer en internet.
Quisiera comentar una anécdota que, nacida hace años con mi blog, que me ha ayudado a pensar -al escribir de comunicación y cultura- que necesitaba saber qué rasgos de mi propia identidad personal convenía dejar ver o no, y hasta qué punto, en internet. Simplificando mucho las cosas, casi como un exabrupto, sucede esto: que yo, como persona, no tengo problema en decir que soy católico, pero que Scriptor.org “no es católico” ni creo que se le hace justicia considerándolo así.
Unos datos para que quede claro el tipo de ente del que hablo en este momento: Scriptor.org nació hace 8 años, pero vive con regularidad desde 2006. Hoy –en total- se acerca al millón de visitantes acumulados, con unos 350-400 diarios de media, y unos 1400 posts escritos. Tengo cinco blogs “satélites”, más o menos recientes, que alimentan o dependen de Scriptor.org, cada uno con unas cuantas decenas de miles de visitas. En Twitter sigo a unos 500 colegas y me siguen unos 1600, habiendo escrito unos 3500 twitts. En Facebook tengo algo más de 1000 “amigos”. En LinkedIn tengo unos 350 contactos. Por tanto, nada de multitudes. Además, en dos de ellos no hay contadores. Scriptor.org es más bien un blog cualitativo, de “nicho” profesional, en torno a los fenómenos de comunicación pública.
Escuchando el “feedback” de quienes me leen –en su gran mayoría profesionales y académicos (profesores y estudiantes) de la comunicación- veo que estoy catalogado como un referente más o menos estable y de bajo perfil (no un “gurú” ni un “mentor”), como alguien a tener más o menos en cuenta como observador y sugeridor de perspectivas que hoy no son necesariamente populares ni “políticamente correctas” ante asuntos de interés general, no siempre cómodos de tratar más allá de intereses económicos e ideologías políticas.
[Actualización: minutos antes de la breve intervención oral -dintinta de lo aquí escrito- quise precisar bien la identidad percibida como propia del autor de Scriptor.org, y escribí un post-it que luego leí, diciendo que me parece entender que el blog es leído como una especie de "sugeridor de perspectivas en asuntos complejos de interés general". Añadí que eso implica la reformulación o reframing inconformista de esos asuntos, siendo uno más en el afán común a todas las personas de buscar y procurar vivir en entornos de belleza, bondad y verdad. Y por tanto atento a las dimensiones éticas y políticas, estéticas, poéticas y retóricas, propias de la complejidad de la comunicación pública, sin la ingenuidad de olvidar el patente relativismo ambiental].
Vamos con la anécdota. Hace seis años (20-X-05) escribí a vuelapluma un comentario a un post leído en un blog de mi amigo Juan Varela[1], en el que me mencionaba como autor de Scriptor.org.
El post se titulaba "Blogs de Dios". Y comenzaba así: "Hablar de persona a persona. Ésa es la mayor potencia de los blogs y hablando de la importancia de la voz humana, la religión no puede estar lejos."
Y luego de mencionar una reunión de blogueros católicos estadounidenses, decía que "en ella no ha habido blogueros españoles, pero no piensen que no existe la blogosfera católica"...
Y en ese contexto de "blogosfera católica" es donde Juan Varela menciona Scriptor. Tras verlo así catalogado, escribí un comentario -allí mismo, a vuelapluma- manifestando mi incomodidad al verme situado en esa posición:
El blog "Scriptor" trata acerca de los medios de comunicación y de lo que publican, en términos generales, y lo que ahí se escribe busca la razón de verdad, aunque sea de lejos. En ese sentido no es con propiedad un "blog católico". Aunque admiro y me parece estupendo que haya quienes escriben blogs así catalogables y catalogados.
Es cierto que hay una tendencia a considerar “Scriptor” también así, en la blogosfera, quizá porque -cuando me parece que hay que hacerlo- no escondo las raíces últimas desde las que escribo. La blogosfera, como es aún muy joven, parece que necesita catalogar y agrupar los blogs en "tribus" o cosa semejante. Y en este sentido no deja de ser curioso que no haya, por ejemplo, blogs catalogados como "ateos" o algo así.
El caso es éste: entiendo que si se habla a título personal, como sucede en un blog, eso implica -entre otras cosas- no sólo sacar a la luz la propia dimensión profesional, y la ideología política, sino también las implicaciones de la propia visión trascendente. (…)
Pero no veo bien que esa etiqueta o distintivo de “blog católico” pueda aplicarse, sin más, a lo escrito en Scriptor.org. Porque en principio es un blog del mundo profesional de la comunicación pública. Y no tengo ningún inconveniente en decir que está en la órbita filosófica e ideológica del clásico republicanismo teórico y práctico, del “humanismo cívico”, situado en el contexto de una ineludible conversación en torno a la verdad[2], especialmente práctica.
El caso es que quien es católico –o pretende serlo- soy yo mismo, como persona. Pero Scriptor.org “no es católico”, porque ni quiere ni puede representar la voz de la iglesia católica, de su jerarquía, de sus dogmas y de su moral. Así, si me equivoco, soy yo quien se equivoca, y nadie puede ni debe poner en cuestión a la Iglesia y su doctrina, porque no busco ese arrimo que “me cubra las espaldas”.
Hasta aquí la anécdota, que es casi todo, porque ayuda a ver la diferencia entre las personas, que no somos abarcables ni objetivables en nuestra dignidad, y las "cosas" que hacemos, o los "personajes públicos" que asumimos al aparecer en la sociedad, que –con una dignidad diversa- bien pueden objetivarse, valorarse y juzgarse con categorías ideológicas.
Por otra parte, es muy cierto que la visibilidad importa mucho en internet. Pero no cualquier visibilidad. Entiendo que conviene pensar bien el alcance personal de la identidad que cada cual pone en juego, porque realmente quiere que así esté en internet, y que –con ese particular "pacto de lectura"- salte a la vista de todos. No es lo mismo situarse en un "nicho" profesional que ser incrustado en un "ghetto" confesional.
En torno a internet circulan hoy unas cuantas ingenuidades, que o bien alaban la super-transparencia[3], o bien hacen de la red un instrumento democratizador universal[4]. Está claro que, de entrada, internet no es de suyo super-transparente (al menos, tiene un amplísimo “lado oscuro” en el que –dicen los expertos[5]- circulan 250 veces más de documentos que en el “lado que conocemos y está a la vista”, y donde se negocian turbios asuntos de homicidios, pedofilia, droga, etc.). Y está claro que la super-transparencia no nos va bien a las personas en internet, porque entonces ni siquiera se nos ve. A no ser que queramos ocultarnos como tales personas, y reducirnos a ser personajes en un escenario.
Por lo que mira a la identidad on-line, es muy cierto que cuentan los procesos industriales de autorización y autenticación, de representatividad, de reputación y también de los procesos de “personalización”[6], entendidos sólo en términos de preferencias. Y cuenta mucho saber si será Google+[7], o Facebook, o LinkedIn[8], o incluso Twitter, quienes se hagan en las presentes guerras industriales por nuestras identidades[9] personales y profesionales en la red.
De ahí que compense pensar, aunque sólo sea por un momento, acerca de hasta dónde queremos llegar en alcance de las identidades personales, profesionales, laborales, familiares, para estar presentes en la red.
Sin anonimatos personales (es lo que pienso y acabo de decir), porque como bien planteaban en aquella discusión sobre “MetaFilter”, en la red sucede que If You’re Not Paying for It, You’re the Product[10] (“si no pagas por algo, entonces es que no eres el cliente, sino que tú eres el producto”). Y esto –desgraciadamente- pasa en internet cuando dejamos de ser “alguien” para convertirnos en “algo”. Precisamente en el "gadget" contra el que Jaron Lanier nos prevenía.
[3] Naomi Mandelstein, “Is Business Ready for Hypertransparency?”, (http://www.huffingtonpost.com/naomi-mandelstein/business-transparency_b_1082135.html ): In the age of Wikileaks, the Arab Spring, and Occupy Wall Street, technology has opened a new world for a democratized digital inclusion. Suddenly, there is more information available instantly -- to everyone, everywhere -- about environmental degradation, human rights impacts, and ethical business practices.
[4] Evgeny Morozov, The Net Delusion. The Dark Side of Internet Freedom (L’ingenuità della rete. Il lato scuro della libertà di internet, Codice Ed., Torino, 2011).