No es novedad hablar de la persecución de quienes son y viven como cristianos en el mundo, en los últimos tiempos. Pero tampoco es cómodo hacerlo, porque precisamente hablar y escribir de eso no forma parte de los rituales acostumbrados, al menos en nuestro mundo occidental. Y hacerlo siempre puede parecer una exageración, al menos para algún despistado.
Hay persecución con bombas y asesinatos -que es lo que puede verse en los periódicos y telediarios- en algunos países africanos, de Oriente Medio y Asia.
Hay persecución, en Occidente, con leyes e imposiciones -digamos culturales y sociales, por decir algo- que no suelen verse como tales en los medios de comunicación, y que buscan hacer desaparecer del espacio público común de la sociedad cualquier signo cristiano. Sobre todo, en vista de que los cristianos ni amenazan de muerte, ni queman edificios, ni llevan ante los tribunales a quienes -debiendo hacerlo, incluso por justicia legal- pisotean sus derechos cívicos.
Ya se habló aquí hace tiempo (seis años) de la clamorosa y extremada ridiculez de British Airways: sanción por llevar una cruz en el collar. El tiempo pasa y los atentados de uno y otro signo crecen.
Lo cuenta John Allen en su artículo de hoy en NCR: Playing politics with the global war on Christians. Traduzco sobre la marcha los tres primeros párrafos:
La mayoría de la gente, la mayoría de las veces, son básicamente decentes. Por lo tanto, si supieran que hay una minoría que se encuentra ante una epidemia de persecución –un asombroso total de 150.000 mártires cada año, lo que significa 17 muertes por hora- casi seguro que habría una oleada de indignación moral y política.
El caso es que hay una minoría así en nuestro mundo de hoy, y es el cristianismo. El hecho de que todavía no existe un movimiento de base amplia para luchar contra la persecución anti-cristiana sugiere que hay algo que anda mal en la comprensión de las cosas en el espacio público.
En parte, por supuesto, el problema está en que los indudables actos de persecución, como el asesinato y el encarcelamiento, a veces se perciben como una supuesta "guerra de religión" cultural y legal en Occidente: así de claro. En parte, también, el problema viene por el tradicional prejuicio de que el cristianismo es siempre el opresor, nunca los cristianos son los oprimidos…
(sigue...)
El victimismo no es una posición del todo cristiana, y menos hoy en día. El victimismo es más bien algo que hoy tiene cariz político e ideológico y en este sentido es mejor que los cristianos eviten -como hacen, de ordinario- una posición victimista.
Su fe, su sentido moral de la vida y sus costumbres podrían correr el peligro de identificarse como una ideología más de las circulan por la sociedad, junto a las de los partidos políticos, los grupos de personas que defienden causas en pro de la naturaleza, contra la caza de las ballenas, o los que habitan un determinado territorio y se sienten colonizados o pretenden que todos hablen una lengua administrativa peculiar, etc. Y todos sabemos que la fe cristiana no es precisamente nada de eso.
¿Para cuando desterrar el escarnio explícito y solapado del cristianismo y los cristianos? ¿Para cuando el respeto público debido a las creencias y presencia cívica de los cristianos en Occidente? Quizá, mientras sigan mueriendo 150.000 mártires cada año, en Occidente puede cundir la cómoda, cínica e irracional idea de que aquí -al menos físicamente- nadie les mata.
El caso es que no hay ninguna oleada de indignación moral y política. Y en consecuencia los cristianos pueden continuar siendo sometidos a pitorreo y a escarnio (Drae: "burla tenaz que se hace con el propósito de afrentar"), desde luego en los medios de comunicación. Dicho sea sin señalar a nadie en particular.
Es interesante la labor que hacen desde Ayuda a la Iglesia Necesitada. En breves, si todo sale según lo previsto, podremos visitar en Pamplona una de sus exposiciones.
Publicado por: María Iserte | 07 septiembre 2012 en 09:23 p.m.