Redada en el Deutsche
Bank el 12 de diciembre: los coches patrulla rodean la sede central en
Frankfurt y quinientos policías más los inspectores de Hacienda registran las
oficinas. Varios de los directivos del banco más importante de Alemania van a la
cárcel, acusados de evasión de impuestos y blanqueo de dinero negro. No se
trata de un ataque justiciero repentino: las investigaciones de la fiscalía
comenzaron en primavera de 2010.
Frankfurt acoge al Banco
Central Europeo, pero queda muy por detrás de Londres, indiscutible capital
financiera europea. Aquí la justicia también lleva ventaja a los alemanes.
Los
ingleses, tan amigos de las siglas como de la ironía, han bautizado al delito
de moda como UTI (Unauthorised Trading Incident: incidente comercial no autorizado).
Ha llevado al trullo a conocidos brókers como Jérôme Kerviel (condenado a cinco
años de prisión), Nick Leeson (seis años y medio), Yasuo Hamanaka (ocho años) o
Kweku Adoboli (siete años) y el desfile no ha hecho más que empezar.
El banco
más grande de Gran Bretaña, el HSBC paga la multa más alta en Estados Unidos
por lavado de dinero: 1.900 millones de dólares y espera que se fije el importe
de la que abonará en Inglaterra. Otro de los grandes, el Standard Chartered,
pagará “tan solo” 340 millones de dólares por haber burlado las sanciones
contra Irán.
El ambiente en la
City ha cambiado radicalmente. Con la excusa de atraer a inversores e
intermediarios se hizo la vista gorda durante años. Hoy, esas prácticas delictivas se denuncian
públicamente y llevan a sus responsables ante la justicia: corrupción, blanqueo
de dinero, alteración de precios, manipulación del Libor (London Interbank
Offered Rate), engaños a los clientes de los bancos. El sector financiero,
antes orgullo de la ciudad, se devalúa hasta el más profundo desprestigio.
La
nueva generación de banqueros que ha tomado el mando asegura que está dispuesta
a cambiar. Veremos. Por si acaso, el gobierno de Cameron se ha propuesto
combatir con energía los abusos. De momento ha creado un nuevo organismo de
control, la FCA (Financial Conduct Authority), que defenderá con amplios
poderes los intereses de los clientes de las 26.000 entidades financieras que
operan en la City.
Y, en una medida sin precedentes, ha nombrado gobernador del
Banco de Inglaterra al canadiense Mark Carney. Una de las primeras sabias
decisiones: traer a alguien de fuera para acometer con garantías el necesario
saneamiento .
¿Y qué pasa en
España? También aquí andamos sobrados de UTI.
El presidente de la Asociación Española de Banca (AEB), Miguel Martín,
pide en el Congreso que los responsables de las entidades financieras
rescatadas respondan por esas quiebras y por los daños causados a los clientes:
“El que la hace la paga, todo lo demás son pamplinas”.
Es un primer paso. Como el de Bankia, que
permitirá arbitraje en los casos más flagrantes de preferentes (unos 190.000
clientes compraron esos polémicos productos). El ministro Montoro avisa: “Vamos
a por los peces gordos”. ¿Será capaz de cobrar impuestos a los grandes
defraudadores o se atreverá a acabar con los desmesurados blindajes de tantos
ejecutivos?
A diferencia de Gran
Bretaña o Alemania, aquí la justicia no da garantías: lenta, chapucera y
corrupta. Acaba de publicarse que la
Audiencia Nacional tiene en estos momentos a cuatrocientas personas imputadas
por grandes delitos de corrupción, de las que solamente ocho se encuentran en
la cárcel. Los sumarios se eternizan –también en ausencia de Garzón-- y a algunos imputados hay que ponerlos en libertad
sin llegar al juicio.
Al menos Díaz Ferrán
ha acabado en la cárcel. Asombra que pudiera actuar con impunidad durante
tantos años, de acuerdo con el lema que exhibía con orgullo: “Pagar da mala
suerte”. Pero más asombra todavía que el gobierno de Aznar le regalara a ciegas
subvenciones millonarias o que los empresarios españoles lo eligieran
presidente de la CEOE.
Asombra la corrupción de la clase política que ha
gobernado Cataluña en los últimos decenios –el famoso tres por ciento, entre
otras cosas--, pero resulta más inquietante todavía que los empresarios
catalanes estén pagando sin rechistar esas comisiones. Se convierten así en
cómplices de la trama criminal.
El que viaja a Cataluña de forma habitual puede
captar de primera mano ese clamor en la calle –con una fiscalía ciega y sorda--,
pero todos pasan por el aro. Ni siquiera han sido capaces de grabar alguna de
esas entregas de dinero y de poner el vídeo en YouTube, para provocar al menos
un poco de escándalo social y hacer pensar.
La corrupción es como
la hidra de la mitología griega, serpiente con cien cabezas y aliento venenoso.
Por cada cabeza que perdía, le salían dos nuevas. Hércules la mató cortando
todas sus cabezas de un solo tajo. No parece que tengamos hoy un Hércules capaz
de acabar con el monstruo de un solo golpe, y nuestros dirigentes sociales no
se muestran a la altura de las circunstancias.
Es hora de regenerar el tejido
social desde la base. Tiene poco sentido esperar la solución de arriba; en cambio,
hacer de Hércules en el propio ambiente, cada uno en su sitio, resulta una tarea
más asequible.