Recibo en México la dolorosa noticia del fallecimiento de Leonardo Polo, amigo y maestro.
Son muchas cosas las que debo a Leonardo Polo, como académico y como persona. Sólo recuerdo ahora mismo el deslumbramiento y la apertura de horizontes intelectuales que supuso ser alumno suyo, recién llegado a la Universidad de Navarra, a comienzos del curso 1964-65. Desde entonces ha pasado suficiente tiempo casi continuado de amistad para recordar aquel comienzo.
Porque fue un deslumbramiento y una apertura de horizontes que, siguendo los pasos del viejo Platón, ha continuado hasta ahora en lecturas, conversaciones y seminarios universitarios; deslumbramiento y apertura que supongo continuará en el futuro con nuevas lecturas de inéditos.
Lo que son las cosas: hace dos días recordaba esto mismo con ocasión de un seminario de profesores en la Universidad Panamericana, y mencionaba aquello de la Carta VII de Platón a su amigo Dionisio, el tirano de Siracusa:
"sólo cuando penosamente se ha frotado unas palabras con otras, nombres, definiciones, percepciones de la vista, impresiones de los sentidos, cuando se ha discutido en discusiones amables, en las que la envidia o el interés no dicta ni las preguntas ni las respuestas, sólo entonces alumbra sobre el objeto estudiado la luz de la sabiduría y de la inteligencia, con toda la intensidad que pueden soportar las fuerzas humanas” (344 b-c).
En esta amistad de diálogos recuerdo ahora al maestro. Seguro de que la luz de la sabiduría y de la inteligencia ya no le deslumbrará de igual modo, ahora que estará gozando de un nuevo diálogo, mucho más allá de cualquier límite posible de pensar, en el Amor de Dios.
Descansa en paz.
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