No tengo ni idea de cuánto tiempo durará la llamada luna de miel de la prensa en su enamoramiento más o menos interesado con el Papa Francisco, asunto que -desde luego, como advierte Diego Contreras- seguramente está en la agenda de estudio del entorno papal.
Lo que sin duda tengo por cierto es que la luna de miel de los fieles católicos y las gentes de buena fe con el Papa Francisco, el obispo de Roma, es el comenzo de un largo y amoroso matrimonio, hasta que la muerte nos separe, dicho sea en sentido literal.
Me ha bastado ver el fervor de las apreturas de la multitud, hoy, en plaza de San Pedro y a lo largo y ancho de Via della Conciliazione. Más de 200.000 gentes, dicen los medios. Gentes venidas exprofeso desde casi todos los rincones de Italia, y de muchos rincones del resto del mundo.
Sin invitaciones ni sitios especiales, para ver, algunos muy de lejos, una figura blanca, sencilla, que en italiano ha desgranado con enorme naturalidad verdades como puños, que llegaban directas a la cabeza y al corazón. Al menos, de quienes habían dejado de lado sus posibles briznas o matojos de cinisno o escepticismo.
Mai visto, dicen los mismos romanos... Muchos y muy buenos comentarios aparecerán en lugares más leídos que éste sobre lo dicho. Queda el texto, al que bien se puede acceder, ya en español, en news.va .
Aquí sólo quisiera destacar el rotundo contraste entre el vergel floreciente y el árido desierto de nuestras vidas personales que -como bien dice el Papa- están en nuestras manos. Es decir, a disposición de lo que queramos hacer de nuestras relaciones con los demás y de nuestra custodia de la misma naturaleza recibida como don. Porque en este contraste entre desiertos y vergeles entran los contrastes entre las guerras y las esclavitudes hoy vigentes y la paz.
Debe tener experiencia el Papa Francisco de atraversar desiertos, propios y ajenos. Debe tener experiencia de trabajar por convertir desiertos en vergeles.
Cuántos desiertos debe atravesar el ser humano también hoy.
Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da.
Pero la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14).
Se entiende que a algunos profesionales de la comunicación estas frases no les vayan, porque ni son científicas, ni se quedan en ser metáforas circunstanciales.
No quisiera, como suele decirse, herir sensibilidades, pero entiendo que muchos profesionales de la comunicación podrían dejar salir de su almario (no su pobre "armario"), lo que realmente tienen dentro. Sin miedo al qué dirán de cinismos y escepticismos que ya empiezan -de manoseados- a estar pasados de rosca y desde luego pasados de moda.
Y si no, que analicen las audiencias de los últimos veinte días. Y que luego no vengan a separar lo que las audiencias han juntado. Es decir, que no quiten el pan de la boca a los millones de pobres hambrientos que necesitan (necesitamos, colegas) alimentar la sed de nuestros particulares desiertos con lo que el buen Papa Francisco nos quiere y tiene que decir.
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