La viñeta que esta semana ofrece el New Yorker es oportuna y directa. Resulta patético (si no se entiende como humor negro) ver cómo una lista de tweets aprobados circula tranquilamente, como algo de ordinaria administración, entre oficinistas medio cumplidores medio pánfilos.
Y viene a la memoria reciente el caso de la petición de explicaciones oficial francesa por el espionaje de la NSA estadounidense de los correos y otros medios de comunicación que emplean los ciudadanos de diversos países europeos:
La Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA) ha estado inteceptando llamadas telefónicas en Francia "a una escala masiva", según publicó hoy lunes el diario Le Monde. El artículo fue escrito con ayuda del periodista Glenn Greenwald, en base a las filtraciones entregadas por el ex contratista de la NSA, Edward Snowden.
Y viene a la memoria reciente la caza y captura (y expulsión de su trabajo como senior White House official) del tuitero estadounidense Josi Joseph, que publicaba como @NatSecWonk algunos dimes y diretes relacionados con gente de la política y de la Casa Blanca, cosa que ésta considera inaceptable:
In his Twitter biography, now removed from the social networking site, Joseph described himself as a "keen observer of the foreign policy and national security scene" who "unapologetically says what everyone else only thinks."
Y también coinciden estas y otras cosas semejantes con la publicación, ayer, en la MIT Thecnology Review por parte de Evgeni Morozov, de un largo estudio acerca de criterios relacionados con posibles soluciones a The Real Privacy Problem:
As Web companies and government agencies analyze ever more information about our lives, it’s tempting to respond by passing new privacy laws or creating mechanisms that pay us for our data. Instead, we need a civic solution, because democracy is at risk.
Morozov no es un iluso enamorado de internet, precisamente, y en sus libros (The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom, y To Save Everything, Click Here) duda que pueda ser instrumento para democratizar regímenes políticos, cuando es de hecho un sistema para el control de las comunicaciones y la viligilancia masiva de la ciudadanía.
La solución de la privacidad y la red no es sólo asunto legislativo, sino que implica un compromiso ético como el que Morozov plantea en The Real Privacy Problem. Resulta convincente la petición de ir más allá de las lógicas propias y pervertibles del mercado y de las razones legales de los Estados, dejados a sus propios intereses circunstanciales.
Resulta convincente ir más allá de la casi única pregunta que hemos estado haciendo desde hace años, acerca de cómo podemos asegurarnos de que tenemos más control sobre nuestra información personal.
Morozov sugiere perspectivas proactivas o rebeldes de tipo ético-político que, en pocas palabras pueden ser simplificadas así: 1) politizar este debate, 2) sabotear el sistema, dejando de proporcionar información personal, 3) hacer que el mismo sistema nos resulte más provocativo y no se reduzca al papel de un mayordomo supuestamente obediente y 4) actuar pensando que la suerte de la democracia es algo más relevante que nuestro exclusivo derecho a la privacidad. Sabiendo, añadiría por mi cuenta, que la misma suerte de la democracia ciudadana está asociada a lo que se considere digno de las personas.
Estos son asuntos que sin duda no se han planteado los personajes de la viñeta, compartiendo como una costumbre la lista de tweets autorizados de la semana. Una actitud que no pocos poderes políticos y económicos desean que aparezca en la vida real de las personas. De ahí el contraste y la gracia de este chiste negro.
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