De mi amigo del alma José Antonio, colega y en general compañero infatigable de fatigas y de sabrosas y divertidas notas al margen del paso de la vida misma, se han dicho y publicado estos días -con ocasión de su fallecimiento- muchas cosas magníficas y merecidas.
Sobre todo acerca de su persona y de un rasgo especial de su personalidad, porque entendió y vivió la amistad y el servicio desinteresado como muy pocos. Al menos eso es lo que muchos hemos tenido la gran suerte de recibir y compartir.
También se han dicho cosas magníficas y muy merecidas de su trabajo profesional como periodista.
Poco, sin embargo, se ha dicho acerca del tenor académico de su trabajo a lo largo de los muchos años en que fue profesor ejemplar en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Muchos han destacado justamente la vertiente humana y periodística de sus clases de redacción.
Como veo que casi nadie ha glosado su faceta de investigador académico, quisiera echar un cuarto a espadas en este asunto, sin caer en una especie de hagiografía barata, ni pretender disminuir la faceta humana y periodística. Quiero decir que José Antonio también fue un gran investigador académico.
Tuve la suerte de dirigir el departamento de la Facultad que tenía a su cargo el Legado Ortiz-Echagüe, y de dirigir los años iniciales de trabajo en ese Legado. Y José Antonio hizo su tesis doctoral sobre Ortiz-Echagüe, dirigida por Gonzalo Redondo. Además tuve la suerte de estar en el tribunal. Y -por esas cosas raras de la vida- he tenido la fortuna de encontrar en el ordenador el texto escrito y leído aquel 14 de octubre de 1991. Y sólo por si sirve para reivindicar y destacar también la extraordinaria y quizá escondida labor académica desarrollada por José Antonio, aquí queda:
Como dice Daniel Masclet, a propósito de la exposición parisina de Ortiz-Echagüe en 1964 (cfr. nota 28, p. 255) y de la foto "Muchacha al sol", comparándola con "Rose Covarrubias" de Edward Weston: "¿Qué importancia tienen las teorías cuando dos hombres son unos genios?".
Es difícil entrar en serio a emitir juicios teóricos acerca de la obra artística dotada de la personalidad de quien ha recibido el romántico calificativo de "genio". En el caso de la obra fotográfica de Ortiz-Echagüe, en concreto, me parece bastante arduo llegar a conclusiones ponderadas, acerca de -por ejemplo- su "pictorialismo", de las relaciones que su obra pueden mantener con las de los pintores españoles de su época o con la de algunos de los escritores del 98.
En el campo del estudio académico de las obras artísticas, y más de las contemporáneas, es realmente difícil prescindir del punto de vista del mismo autor, en la medida en que aporta perspectivas que evitan -cuando menos- algunos fiascos analíticos e interpretativos de envergadura. Sobre todo, si se puede llegar a conocer ese punto de vista acerca de lo que estaba haciendo, cuando hay documentos que lo permiten.
Por supuesto que para determinado tipo de estudios, centrados rigurosamente en el análisis interno de las obras artísticas, con independencia de cualquier contextualización, el punto de vista del autor -o el conocimiento de las circunstancias de su trabajo creador- es estrictamente irrelevante.
Pero en el caso que nos ocupa, por ejemplo, me parece de estricta relevancia saber que el niño de la derecha en la fotografía "Moritos del Rif" no es manco, sino que tiene escondido el brazo dentro de la chilaba, costumbre extendida en el Rif -recogida por el fotógrafo y reseñada por el autor de esta Tesis-. De no saber este dato, quizá, más de un apresurado semiólogo -conociendo la maestría en el retoque del fotógrafo- bien pudiera escribir un largo ensayo acerca del supuesto sentido oculto de la llamativa ausencia de ese brazo en la fotografía.
También resulta de interés saber que -hasta donde llega el pudor del fotógrafo y la prudencia del estudioso que nos presenta este trabajo- mientras se dedica a fotografiar la "España mística", con monasterios, monjes y procesiones de Semana Santa, su interés personal religioso es mínimo, sobre todo si lo comparamos con el interés genéricamente etnográfico y puramente estético que intuitivamente le lleva a tales escenarios y temas. Un interés personal que -en lo religioso- es delicadamente señalado como presente en los últimos años de su vida.
Por eso me parece magnífico el planteamiento directo, sencillo y claro del horizonte de esta Tesis: sabe hasta dónde pretende llegar y efectivamente llega; sabe qué materiales va a utilizar y lo hace con rigor, soltura, elegancia y exhaustividad; sabe qué método es el más adecuado a la finalidad propuesta y los materiales de que dispone y lo utiliza con fidelidad pasmosa.
No hay en esta Tesis aquellas típicas vacilaciones conceptuales, metodológicas o de bibliografía, que a menudo sirven de refugio o asidero a los miembros del tribunal para poner algunas sombras, algunos "peros" al trabajo que se ha de juzgar, y así hacer ver al público presente, a los colegas y al autor, que uno se ha leído y trabajado -con conocimiento de causa- el texto encuadernado.
La tersura y trasparencia de esta Tesis desarma al lector, que -inmediatamente- se siente insatisfecho, porque le gustaría que -además de lo mucho que en ella hay- hubiera también otras cosas. Pero también en esto hay que alabar el proceder de Vidal-Quadras y del Dr. Redondo: no se trata de agotar de una vez por todas las múltiples cuestiones que esta Tesis permite levantar, y que -a buen seguro lo digo, como Director del Departamento de esta Universidad que tiene a su cargo el Legado Ortiz-Echagüe- encontrarán adecuado tratamiento académico a su debido tiempo y de la debida manera. No se tomó Zamora en una hora. Ni se toma el pulso a Ortiz-Echagüe en tres años.
Saltan a la vista, con todo, numerosas apreciaciones bajo la tersura y trasparencia de esta "simple" semblanza: la primera, que se trata de una Tesis en la que se ha manejado un material muy considerable y complejo, muy dilatado en el tiempo, y hasta ahora inaccesible. Un material -cientos o miles de cartas, manuscritos, folletos, artículos de revistas de los cinco continentes, entre otros, amén de los libros de fotografías editados por el mismo Ortiz-Echagüe, las conversaciones con sus familiares más cercanos, etc.- que ha sido preciso rescatar, clasificar, traducir, y -sobre todo- relacionar e integrar en un trabajo que ahora se nos presenta con la pretendida simplicidad de una semblanza.
No estoy sin embargo de acuerdo con el Profesor Vidal-Quadras en el modo de presentarnos el resultado de su trabajo. Bien es cierto que cabe decir que -por los materiales utilizados- puede ofrecer un inevitable, necesario y hasta conveniente aspecto hagiográfico, y que el autor quisiera de algún modo quedar oculto. Algo así como firmar el trabajo, poniendo antes de su nombre "por la transcripción, José Antonio Vidal-Quadras"...
No estoy de acuerdo por varias razones. Algunas ya se las he comunicado en particular. Pero hay una que quiero decir públicamente. Esta es una Tesis de Ciencias de la Información, realizada por una persona que por una parte es un periodista con más de 30 años de experiencia profesional a las espaldas. Y un profesional de la información ni es un hagiógrafo, ni firma "por la transcripción". Y es una Tesis también hecha por un académico, que tampoco es hagiógrafo ni firma "por la transcripción".
Lo que sucede es que las valoraciones y aportaciones -hay muchas- no están hechas con humildad -ni siquiera levemente- afectada, como diciendo (implícitamente, al menos también) "aquí estoy yo, y en esto que aporto les aventajo a todos ustedes". Y choca y desconcierta que no haya un mínimo de afectación académica en su humildad. Hay acribia, pero sobre todo reina el sentido común y sobre el sentido común reina -y eso es lo que realmente vale la pena resaltar- el mismo fervor por la verdad que Azorín encuentra en Ortiz-Echagüe, cuando prologa su "España, pueblos y paisajes" y dice: "Cuando el hombre de acción o el artista están henchidos de fervor, el fervor hace milagros; lo que apoca y amilana es la dispersión del pensamiento" (cfr. p. 155).
El fervor del periodista experimentado y del investigador concienzudo han logrado un trabajo realmente ejemplar en su género. Me felicito de poder haber sido uno de los cinco primeros lectores, aunque igualmente me felicito por ser casi el testigo presencial de su paciente elaboración. Algún centenar largo de cafés me han permitido seguir algunas de las peripecias de los hallazgos, las dificultades y -sobre todo- seguir el fervor minucioso y constante en no dejar cabos sueltos, o trampear ante esta o aquella paradoja que a muchos hubiera dejado estupefactos y que al autor del trabajo le animaban a la admiración y consiguiente búsqueda de la explicación racional o del dato fehaciente que eliminaba la paradoja.
Felicito al profesor Vidal-Quadras por su trabajo, y felicito también a quienes encontrarán en él un firme punto de referencia para las sucesivas empresas de investigación que han de realizarse sobre este gran fotógrafo en esta Universidad, gracias a que -él y su familia- han querido legarnos todo lo que de valor artístico tenía. No me felicito del todo en este punto, en la medida en que he de participar en la búsqueda de fondos económicos que permitan esas empresas de investigación, cosa que es siempre aventurada. Aunque supongo que en no poco ayudará la publicación en forma de libro de esta Tesis.
Espero que tal publicación del texto que ahora sólo conocemos unos pocos, permita -sobre todo- apreciar a muchos todo lo de admirable que hay en él, además -por supuesto- de las prodigiosas fotografías de Ortiz-Echagüe.
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