Alejandro Navas escribe sobre la gran "espiral del silencio" que se ha cernido en torno a las elecciones presidenciales en USA. Este es el texto, aparecido también hoy en Diario de Navarra:
ALGUNOS DERROTADOS POR TRUMP
Hillary Clinton ya tenía nombrado su gabinete y había encargado unos espectaculares fuegos artificiales en Nueva York para celebrar su victoria. Sin embargo, en la víspera de la jornada electoral decidió prescindir de los fuegos. Parece que, de repente, le entraron dudas; puede que incluso intuyera su inminente derrota. En efecto, las últimas encuestas habían registrado la recuperación de Trump y reflejaban casi un empate técnico entre ambos candidatos. Era, sin embargo, fácil intuir que tras esa aparente igualdad se escondía una ventaja de Trump: era el candidato que tenía el respaldo del voto oculto.
Se trata de un fenómeno bien conocido en la opinión pública, que Elisabeth Noelle-Neumann caracterizó como “espiral del silencio”: cuando en la esfera pública parece imponerse una tesis que cuenta con el respaldo mayoritario de los medios y de los lideres de opinión, la mayoría de la gente tiende a callarse, por miedo a significarse como defensora de una posición minoritaria. Es lo que ha ocurrido: una mayoría silenciosa apoyaba secretamente a Trump. El bombardeo mediático silenció a muchas de esas personas durante los meses de campaña, pero tras la cortina de la cabina electoral pudieron opinar sin miedo y votaron a Trump.
Algunos analistas, que se desmarcaron de la tendencia general, supieron advertir esa corriente social subterránea. Por ejemplo, David Wong, director de la publicación digital humorística Cracked, editada en una pequeña localidad de Illinois, en la América profunda. En un texto que en pocos días alcanzó los cinco millones de lectores explicaba por qué sus parientes, vecinos y amigos iban a votar a Trump:
“Promete devolverles el viejo mundo de la pequeña ciudad americana. No son tan ingenuos como para creerle, pero en la promesa del empresario inmobiliario se encuentra el homenaje a una forma de vida y a unos valores tradicionales que se extinguen.
Verdades fundamentales, que durante miles de años nadie puso en duda, son ahora rechazadas y objeto de burla: el hecho de que trabajar duro sea preferible a la ayuda social; que los hijos están mejor con su padre y con su madre; que la paz es mejor que las manifestaciones callejeras; que un código moral estricto es preferible a un hedonismo despreocupado; que los hombres valoran más las cosas merecidas por su esfuerzo que las recibidas gratis”.
En opinión de Wong, las élites de las grandes ciudades no solo se han reído de esos valores, sino que han ignorado lo mal que les va a los habitantes del campo.
Por supuesto, ha fracasado asimismo el establishment intelectual y mediático, en Estados Unidos y en Europa. Algunos de sus representantes muestran al menos un resto de gallardía y reconocen su error, pero otros muchos se resisten a abandonar su torre de marfil y desde lo alto lanzan todo tipo de invectivas contra un pueblo al que no conocen y que se ha atrevido a enmendar la plana a los expertos.
También entre los intelectuales se cumple la espiral del silencio. Recuerdo a un colega de la Universidad de Stanford, en California, que pronosticaba hace justamente un año que Trump ganaría la nominación republicana y, probablemente, las elecciones. El único que podría plantarle cara sería Bernie Sanders, ya que también él se enfrentaba al establishment. No era difícil ya entonces captar el profundo rechazo de la gente común a la clase política tradicional, esa que Hillary Clinton representa a la perfección. Pero mi colega insistía en que no se mencionara su nombre: mostrarse cercano a Trump podría traerle dificultades con sus compañeros o incluso con las autoridades académicas.
La victoria de Trump significa igualmente la derrota de la corrección política, expresada en la agenda de género. Peter Thiel es seguramente el único gurú de Silicon Valley que apoyó públicamente a Trump. El fundador de la empresa PayPal tuvo una intervención memorable en la convención republicana de julio:
“Me siento orgulloso de ser homosexual. Me siento orgulloso de ser republicano. Y, sobre todo, me siento orgulloso de ser americano. Cuando era niño, el gran debate era la lucha contra la Unión Soviética, y ganamos esa batalla. Me indigna profundamente que el gran debate hoy trate de los baños unisex. Invito a mis conciudadanos americanos a levantarse y votar por Donald Trump”.
Justamente en esos días la NBA anunciaba que el próximo partido All Star no se jugaría, tal como estaba fijado, en Charlotte, capital de Carolina del Norte. Iba a ejercer de anfitrión nada menos que Michael Jordan, propietario del equipo local, los Charlotte Hornets. ¿Por qué ese castigo a Charlotte? Sencillamente, una reciente ley de Carolina del Norte establecía dos únicos tipos de baño en los lugares públicos: uno para hombres y otro para mujeres. Los transexuales deberían utilizar el baño correspondiente al sexo que figura en su partida de nacimiento.
La NBA, que se autoproclama campeona de la tolerancia y la integración, castigaba así lo que calificó de práctica discriminatoria. Michael Jordan no pudo ocultar su decepción, pero declaró comprender los motivos de la NBA. El pueblo de Carolina del Norte reaccionó a su manera: votó mayoritariamente a Trump.
Alejandro Navas
Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
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