Hace un par de días leí (despacio), con sincero agradecimiento, la magnífica anotación de Ángel Ruiz en su blog, En Compostela, titulada Leer despacio.
Es muy recomendable, como para tener envidia buena de sus alumnos de Filología Clásica. Sobre todo, desde una Facultad como la de Comunicación, en la que -en algunos casos, no en todos, menos mal- no hay más remedio que enseñar y trabajar (leer y escribir) deprisa.
Como muestra, lo que Ángel dice a sus alumnos hacia el final de la anotación:
(...) aunque penséis que sabéis muy poco, incluso aunque os digan que no tenéis ni idea, vosotros sois los únicos del mundo contemporáneo occidental que podéis daros el lujo de leer despacio.
Sois los únicos que tocáis las palabras despacio, las pesáis, las sopesáis, las juntáis -aparte de los poetas.
Los únicos que habéis leído un discurso y habéis descubierto sus feas costuras retóricas, los únicos que en Heródoto notasteis de verdad lo borrosa que es la línea entre la historia y otros géneros, los únicos que comprendéis al final por qué atrapa Platón a todos con su don para la escritura. (...)
(Pongo puntos y aparte donde son seguidos en el texto original, para facilitar la lectura lenta).
Por connaturalidad diré que hace años publiqué una entrada en eCuaderno, con el título Slow Book, slow blog, admirando y encareciendo la escritura y lectura lentas.
Es muy grato ver la alabanza del oficio y la virtud de leer despacio aquello que merece detenimiento y atención, en un mundo académico en el que -cuando se trata de la lectura- se vende y alaba, se teoriza y se practica, casi por sistema, la escritura y lectura rápida.
"Echar ojeadas", "ver por encima", "pescar la idea", para algunos se diría que es signo de inteligencia, eficiencia y buena capacidad académica. Ya sé que no hay que exagerar, pero me molesta que quienes lean despacio en estos días sean sobre todo los representantes y abogados de futbolistas y artistas respecto de sus contratos.
En fin, he tardado un poco en encontrar estas viñetas, pero pienso que el tiempo dedicado merece la pena:
Cierto que un lector de Proust puede encontrar difícil de entender la dedicación lectora del lector del Sun, así como la situación inversa.
Quisiera pensar que -al menos en alguna ocasión- hubiera podido darse que tanto uno como otro están apreciando el uso de los adjetivos, las metáforas y las aliteraciones en los textos que leen. Es un modo inicial de tomarse con razón el tiempo de leer despacio, para hacerse con el sentido del texto.
Cierto que, de ordinario, Proust pide más dedicación que el Sun, aunque para no pocos epígonos contemporáneos de M. La Palice (admirados de saber que hablan en prosa), ambas cosas sean igualmente inútiles y por tanto ridículas, por ineficientes, tanto si se hace con lo escrito en griego y latín literarios por Píndaro o Virgilio, como si se hace con Proust o con el Sun en la lengua materna.