Tras leer una anotación en Internet Política, Jiménez Losantos y la devotio iberica, y unos cuantos comentarios, he escrito allí uno que abunda en lo dicho aquí en una anotación anterior (Affaire Losantos en la Cope) y en un comentario sobre esa misma anotación.
En ambos casos me escandaliza (esta es la palabra: porque me hace pensar mal de alguna que otra persona) la postura más bien extraña de no pocas "adhesiones inquebrantables” al
liberalismo de FJL y sus ideas políticas o intereses profesionales del momento, sublimados casi como si se tratara de las adhesiones de unos "fanatini" de una doctrina religiosa. Lo mismo que me escandalizan y al tiempo
desconciertan sobremanera otras tantas extrañas “adhesiones inquebrantables” al
Psoe de Zapatero y su correspondiente clique de "fanatini" cual secta religiosa, que en este momento FJL combate. (Igual que me escandalizaba la ya tratada y comentada pasividad empresarial de la Cope).
Total, que parece atisbarse una especie de panorama de "guerra de religiones", pero estando en juego meras ideologías políticas dogmatizadas y en proceso de progresiva sectarización. Y tal cosa, estando de por medio una empresa de comunicación como es la Cope, que en buena parte es propiedad de la Conferencia Episcopal española, que -ésta sí- es una institución dentro de la religión católica, apostólica y romana.
Entiendo que conviene insistir -aunque sea algo bien sabido y hacerlo resulte largo y repetitivo- en que tanto las cosas de tipo ideológico/político como las de práctica profesional de comunicación pública, no son de suyo asunto sublimable, ontologizable, o sin más, equiparable a los de entidad metafísica y de trascendencia religiosa. Ni esos asuntos de tipo ideológico/político tampoco son algo que -a la viceversa-, puede ser deducido de la doctrina de la Iglesia o de la metafísica: en todo caso, serán asuntos personal y libremente decididos desde tal doctrina o razón trascendente. Y que si se hace cualquiera de estas dos cosas (sublimar la ideología o pretender "deducirla" de una doctrina), el asunto de la Cope y el contrato y la presencia/ausencia de FJL -sin un mínimo de justas distinciones- se convierte en algo más confuso de lo que ya es, por obra y gracia de los intereses que algunos políticos y comunicadores parecen pretender, jaleando y dejando hacer a esos "fans" una especie de patafísica a partir de una ideología política y de unos intereses empresariales muy concretos.
Quizá -con el prurito académico- esto resulta por mi parte un tanto idealista, pero no creo que demasiado
ingenuo. El caso es que no deseo hablar en el caso de la Cope y FJL mezclando indistintamente las
ideologías con cuestiones que son de trascendencia religiosa y/o
metafísica, cuando en realidad se habla de cuestiones de ideología política, de empresas e intereses comerciales
y de prácticas habituales de trabajo en los medios de comunicación.
Prácticas profesionales de comunicación: ¿sigue en pie el bien común?
Hoy ya casi nadie piensa, sin un mínimo de crítica razonable desde la filosofía práctica, según aquellas pamplinas simplificadoras y
pseudo-académicas de la “objetividad periodística” (la vida del ser humano no se
observa "científicamente" como se hace con la del ornitorrinco) y otros abalorios de presunta neutralidad fruto de la "objetividad científica" del periodismo y las restantes "ciencias" (teóricas y técnicas, pero no prácticas) de la comunicación. Algo sin duda
favorable a la manipulación comunicativa tipo Bernays, Lazarsfeld y
otros propagandistas de la democracia confundida con la cocacola, las mujeres fumadoras, el
“american way of life”, o lo publicado -en su momento- en los editoriales “lemonde”. Toda una
estrategia comunicativa que (lo recuerda bien el ideólogo y
académico Chomsky) es una estricta traducción, en tiempos de paz, de las
tácticas y estrategias comunicativas de persuasión en tiempos de
guerra, cuando “vale todo”, pues (dicen) en esos caso extremos el fin justifica los medios.
Entiendo de todos modos -sin entrar en zonas de escepticismo o
relativismo- que no todo vale en el mundo de las prácticas de
convivencia cívica, con tal de “llevarse el gato al agua”, sea ello lo
que fuere: número de votos, oyentes, lectores y sus propensiones a la compra de productos o el voto político. No todo vale, y menos en presuntos tiempos de
paz y armonía ciudadana, en los que los golpes (con armas y con
palabras) quedan en principio relegados por las posibilidades infinitamente
más enriquecedoras para todos del diálogo racional práctico (retórico,
poético, ético, político, estético)… No es de recibo aquella presunta "objetividad periodística" que se inculcaba en la posguerra mundial, aunque tal cosa no impida la exigible presencia de la verdad práctica, de la coherencia ética, en búsqueda de la verdad.
Siendo esto dicho, no con inquina contra unas enseñanzas venidas de una posguerra mundial, necesitada de credibilidad propagandística (aunque fuera bajo la bandera de una objetividad periodística tan posible como un hierro de madera), sino simplemente procurando no olvidar que, si se considera que la verdad poseída sobre asuntos humanos es única y debe publicarse en un medio, entonces ese medio debería llamarse -como se llamaba el mayor diario soviético- Pravda, La Verdad. Y con la fuerza, si es preciso, se deberían eliminar otras versiones (al menos, "innecesarias") acerca de aquellos mismos asuntos humanos tratados por Pravda.
También entiendo (y no porque acabe de hablar de Pravda, ni mucho menos), que -una vez centrados en el campo de las
ideologías referidas a la vida cívica- se pueden observar muy bien dos cosas: una, la postura ideológica y la patafísica absolutizante de sus fans en el Psoe de Zapatero, no tan lejana a fin de cuantas de aquellas quizá aún añoradas Pravdas; y otra, que la
ideología liberal para un converso del marxismo cono FJL tiene que
tener una gran fuerza, pues se convierte prácticamente algo absoluto
que sustenta el propio sistema de creencias y convicciones desde el que
se actúa y se habla, y se es defendido por tantas “adhesiones inquebrantables”.
Sobre todo si por desgracia resulta que para ambos casos no hay más allá una fe religiosa que
respetar, ni tampoco hay una exigente praxis o etiqueta profesional práctica,
prudencial, del comunicador, como la “netiquette” en la red, pero más en serio, que
plantee algunos modelos tendencialmente comunes para el diálogo, cuando
lo que está en juego es un saber acerca de la realidad y de cómo son y
están las cosas en un momento y lugar determinados.
Está en juego un saber acerca de las cosas porque las personas (no sólo los votantes o los consumidores) suelen informarse para -a
continuación y en consecuencia- poder tomar decisiones libres. Sin por tanto
deducir sus actuaciones de una ideología elevada a categoría de razón
teórica necesaria o metafísica. Por esto insisto en que me asusta -como ya dije en el mencionado comentario de este blog- leer tantas “adhesiones inquebrantables” al
liberalismo de FJL y sus ideas o intereses. Lo mismo que lleva tiempo desconcertándome sobremanera las mismas “adhesiones inquebrantables” al
Psoe de Zapatero, como si fueran "fans" de una peculiar feligresía sectaria.
Si el sistema existente en la realidad española de hoy supone,
simplificando las cosas, que lo que importa sobre todo es asunto de (casi)
estricto poder desnudo y además de la capacidad de poder difundir y sobre todo imponer el propio sistema
ideológico en la vida de los demás, cuantos más mejor, entonces me temo
que las cosas no van muy bien que digamos.
Personas, gentes, por encima de votantes y consumidores
Porque entonces el respeto a la realidad y al ser propio de personas y cosas, el respeto a la
libertad propia y ajena (vital, intelectual, política, etc.), la
posibilidad de atenerse a un buscar cívico conjunto la verdad y el bien, o la
belleza..., todo esto y mucho más, pasa a ser como los cristalitos de los
conquistadores ante los aborígenes de la leyenda negra: abalorios para
gente que no sabe qué es el poder para conquistar, poseer, dominar, mandar: no poder como capacidad de disponer para servir a la ciudadanía, sino poder como capacidad de generar más poder para uno mismo (persona, partido, empresa), que es lo único que importa... En fin, algo semejante a lo que ahora se dice de la economía real y la financiera: una intentado crear riqueza común, otra logrando riqueza particular...
No soy tan ciego como para no ver que
-cuando no hay nada al margen, por encima de una ideología, en términos reales de moral o dignidad personal a respetar- un pragmatismo de este corte es lo que
aparentemente se dice que es y se ve que hay, hoy por hoy, en el gobierno socialista
en España. Pero pensaba que para contrarrestarlo no era preciso
plantear -como única política posible de comunicación informativa- un
pragmatismo semejante -con semejantes ausencias morales y de digindad objetiva de la persona- pero de signo opuesto: liberal, en este caso, con PJR al alimón con FJL.
Me temo que los ciudadanos somo personas, algo de mucha más entidad que meros
números de votantes que logran llevar a unos pocos al poder institucional, después poco democráticamente ejercido. Y somos algo más que consumidores, lectores, espectadores, oyentes de
radio, visitantes de sitios en internet que atraemos publicidad y dineros para hacer ricos y poderosos a unos pocos que después nos dirán lo que les conviene que imaginemos y pensemos.
Me temo que cuando se nos
reduce políticamente (en uno u otro sentido) a funciones de este tipo, estamos
dejando atrás el presunto y siempre mencionado servicio a las personas y a la sociedad, algo
que ni puede darse por supuesto, ni -por lo visto- mucho menos algo en lo que haya por
sistema personas e instituciones empeñadas en “ponerlo” en circulación.
Al menos, parece que en el solar hispano
de nuestros días, hay bastante partidario de una
sociedad en la que la política y la comunicación públicas sean
entendidas -como lo era en la posguerra mundial- de modo bélico: estamos -viene a decirse- sólo los buenos y los malos, y para que uno gane, otro debe perder. "O estás conmigo o estás contra mí"... Y esta frase no es su origen simple y burdo maniqueísmo ideológico. De suyo es cuestión religiosa, está en el evangelio de Lucas XI, 14-23, y advierte de algo bien distinto: de los peligros y riesgos que precisamente implica seguir a Cristo.
Una política y una sociedad y una comunicación pública entendidas de modo maniqueo (nosotros los buenos, contra ellos los malos), no son ya una sociedad, una política y una comunicación
comprensibles como juego de suma positiva, un juego cooperativo en el que todos los que
participan salen ganando, y no un juego en el que un jugador se beneficia solamente a expensas de otros.
Entristece un tanto este panorama, incluso cuando hay miras más allá de la
ideología política, los negocios empresariales y sus respectivos intereses inmediatos, hacia terrenos de trascendencia intelectual y vital. Entristece que se confunda por intereses inmediatos (y en términos patafísicos) lo que de ordinario distingue lo específico de los saberes y los poderes implicados con una ideología política, una práctica profesional de la comunicación, una filosofía y una doctrina religiosa.